Rubén Ardila WALDEN TRES A la memoria de Aldous Huxley y de George Orwell SUMARIO Presentación………………………………………………………………… 1. Harvard 2. Martín Lutero Rey . 3. La revolución 4. El nuevo gobierno. 5. Los niños primero. 6. La reforma del calendario 7. El trabajo 8. ¿China o Rusia?. 9. La comunicación social 10. La educación 11. Familia y sexualidad 12. Los ancianos 13. Maribel 14. El ejército y la policía 15. La nueva estructura familia 16. Escuela y sociedad. 17. ¿Puede salvarlos la ciencia?. 18. El lugar de la religión 19. Ni Marx ni Jesús 20. El análisis experimental 21. La síntesis experimental 22. Mercedes y Felipe. 23. Delincuencia y criminalidad 24. La ecología. 25. Libertad y determinismo . 26. El fin Con una sola vida no aprenderé bastante. Con la luz de otras vidas vivirán otras vidas en mi canto. ¿Dices que nada se crea? No te importe. Con el barro de la tierra, haz una copa para que beba tu hermano. Hay sólo un hombre en la tierra y se llama Todos los Hombres. Hay sólo una mujer en la tierra y se llama Todas las Mujeres. Hay sólo un niño en la tierra y el nombre del niño es Todos los Niños del Mundo. PABLO NERUDA ANTONIO MACHADO THE FAMILY OF MAN {{ 1.HARVARD Caras tristes, caras alegres, caras sonrientes, caras serias, caras que pasan, caras que miran y se van, caras que se quedan para siempre en mi vida aunque no lo sepan, caras bellas, caras feas, caras viejas, caras jóvenes, caras, caras… Mientras el avión volaba por encima del Canal yo pensaba en todas esas caras. Pensaba en mis seis años en Harvard, en ese período tan importante de mi vida que se había ido para no volver más. Pensaba en el mundo que me esperaba en Panamá y en el mundo que había dejado en Harvard. Seis años… Parecía mentira: Un buen día mi profesor consultor había dicho que mi tesis de doctorado había sido aprobada, y que debíamos fijar la fecha del examen de sustentación que se realizaría pocas semanas después. La siguiente imagen que recuerdo fue un largo desfile, muchachos vestidos con toga y birrete, todo muy formal, todo muy artificial, todo muy falso, todo muy al estilo de Harvard. Lo que más sentí dejar en Harvard fue mi pequeño cuarto que miraba a un prado, en el cual había pasado noches y días, días y noches, tratando de hallar en los libros todo lo que se había escrito sobre psicología experimental y que se suponía que yo debía saber antes de lograr mi doctorado. Doctor en Psicología de Harvard. Algo un poco pedante, un poco extraño, un poco fantástico. ¿Ahora, qué iba a hacer yo a Suramérica con mi doctorado? Un camino era quedarme en los Estados Unidos; no en Harvard, claro está, sino en Alabama o Sur Dakota o alguna otra universidad donde me necesitaran. Estaba siempre la posibilidad de llegar a ser un “profesor”, descubrir por qué las ratas de laboratorio siguen los principios de Skinner y no los principios de Hull, escribir para las revistas de la Asociación Psicológica Norteamericana (APA) y presentar trabajos a las reuniones anuales de tan erudita sociedad. Yo no quería dejar mi cuarto de Harvard. Estados Unidos podía irse al diablo, como seguramente se iba a ir tarde o temprano, a mí no me importaba. Pero Harvard era un mito, un halo de maravilla, una especie de espejismo que se había desvanecido a las pocas semanas de haber llegado a Cambridge, Massachussets, cerca al río y cerca de Boston. Pero aunque Estados Unidos se hundiera, siempre quedaría mi cuarto en el cual estudié por seis años, en el cual tomaba cerveza con mis amigos y en el cual había intentado acostarme con Karen, una jovencita de ojos azules y sonrisa de idiota, que cuando la besé y le pasé las manos por los senos puso una mirada de horror, se zafó de mí, corrió por las escaleras y se escapó para no volver más. Mi cuarto había sido el marco de referencia de mi vida. Allí estaban mis libros, mi música, mis cuadros, una foto de mis padres tomada en Suramérica, hace muchos años, antes de venir a Harvard. En ese cuarto me encontraba un día cualquiera mirando al vació cuando Pierre, un francés que vivía en la pieza de enseguida y también trabajaba para un doctorado en Psicología, entró trayéndome un ejemplar de una revista psicológica. -David, mira, en Panamá necesitan un profesor de psicología para la Universidad Central. ¿No eres tú de Panamá? Perdona, ya sé que no lo eres. ¿Pero por qué no solicitas ese puesto? Está hecho a tu medida; hombre, yo me iría si supera hablar español. Aunque ya sabes que fue para mí toda una odisea aprender a hablar inglés, y más difícil aún sería aprender español. Pero tú, viejo, eres el hombre adecuado para ese puesto. –¿Panamá? –Sí, Panamá, donde está situado el Canal, donde queda la puerta para América del Sur; yo creo, viejo, que te sentirías allá como en tu casa. Es un contrato por dos años, te dan transporte de ida y de regreso para ti y tu familia, indemnización por el clima tropical… No sé realmente qué será eso. Creo que no debían dar indemnización a nosotros por venirnos a estas heladas tierras, pero por irse uno a Panamá… Mon Dieu, ¡el mundo está loco! –Panamá, Panamá… –La tierra donde los americanos han hecho y deshecho, donde construyeron una zona para ellos, con prados, escuelas, televisión, y avisos en inglés, y sobre todo con rejas electrizadas para que los panameños no entren y ensucien tanta belleza. Panamá donde la moneda está a la par con el dólar, donde hay más analfabetos que en el resto de América Latina, donde puedes conseguir carros americanos de último modelo y la mitad de la población anda sin zapatos. Todo un país, para un hombre como tú, viejo, que te interesa tanto la sociología. ¿Te he dicho alguna vez que has debido ser sociólogo y no psicólogo experimental? En todo caso a ti te interesan los problemas sociales, aunque seas un hombre callado, introvertido que da apariencia de indiferencia… por dentro ardes cuando ves que suceden ciertas cosas… Viejo, me acuerdo cuando me referías tus impresiones de Washington el día que mataron al Dr. King, y tú viste cómo los negros quemaban la capital de los Estados Unidos de América, de arriba abajo, ardía la bella ciudad, edificios, árboles, gentes, incluso los lagos y los monumentos, todo se consumía, y había una mancha roja en el horizonte, como si fuera sangre. Recuerdo que tú dijiste que era el polvo reflejando el color de los incendios, pero yo estoy seguro, viejo, que tú creías que era sangre, la sangre del Dr. King, la sangre de los negros asesinados por los blancos y de los blancos asesinados por los negros. Tú ardías, como ardía Washington, y yo me dije, caray, a Dave le interesa todo ese mierdero, los negros que piden una vida mejor y los blancos que hacen todo lo posible por no dársela… Tú… en fin, hombre, tú debes satisfacer tus impulsos y tus intereses sociales que te llevan a preocuparte por el enorme relajo que es el mundo de nuestros días. Por eso te aconsejo que te vayas a Panamá. Allá los negros no piden justicia ni los blancos matan a los negros. Pero los gringos le están sorbiendo la sangre a los panameños y llegará el día en que eso explote… ¿No te parece divertido? –¡Divertido! ¿Y por qué no te vas tú? –Ya te dije, muchacho, el idioma. Cuando mi profesor consultor me dio los resultados del Test de Aptitudes Diferenciales me dijo que yo era muy bueno para muchas cosas, entre otras matemáticas, psicología, física, todas las ciencias, pero que los idiomas no eran mi fuerte, tú sabes, ¡c’est la vie!... Yo me iría al mundo en desarrollo. Es un polvorín, es un laboratorio, mucho mejor equipado que los costosos laboratorios que tenemos aquí en el William James Hall de la Universidad de Harvard. –Lo pensaré, Pierre. Yo no sé muy bien qué hacer. He estado sepultado en medio de libros por seis años y no sé qué está pasando en el mundo exterior. –Sí viejo, tú creíste que venirnos a Harvard quería decir algo así como encerrarnos en una torre de marfil, sin ventanas; quería decir estudiar mañana, tarde y noche, incluyendo sábados y domingos. Para mí fue maravillosa la idea de venirme a América… a Norteamérica, perdona, muchacho, yo sé que ustedes los suramericanos también son americanos y se sienten muy ofendidos cuando los gringos, a quienes el diablo se lleve, se adjudican el nombre de americanos para ellos solos… En fin, cuando en Francia recibí la carta de aceptación de Harvard creí que tocaba el cielo con la mano. Eso fue hace muchos años, ¡muchos! No recuerdo cuántos, creo que cinco o más. Aquí encontré un par de buenos profesores, mucha gente mediocre, snob, pedante, simple, buena, genial, creativa, de todo. Encontré extranjeros como tú, encontré al hijo del Sha de Persia, al sobrino del rey de Grecia y otros bichos semejantes. Harvard fue toda una experiencia. Aún no me he recuperado del susto. –Para mí Harvard fue amable, y no demasiado difícil. –Seguro. Lo difícil es entrar. Después la bola rueda, tomas exámenes, escribes lo que los profesores quieren que escribas, mientes, te contradices, haces un par de investigaciones, de esas que no contribuyen en nada al avance de la ciencia pero que son metodológicamente perfectas, con resultados significativos al nivel del uno por ciento, y un buen día recibes tu grado de Master y años después, casi sin darte cuenta, tu doctorado. Ph.D. en Psicología, ¡por todos los santos, suena realmente great! Yo no voy a volver a Francia, yo me pienso quedar en América, me cambiaré mi nombre por Peter, me casaré con una americana y tendré un par de hijos gringos. Francia me defraudó, mi querido amigo. –Yo no sé qué hacer, pero quisiera volver a Latinoamérica, al mundo en desarrollo. –Tú tienes todo un mundo por construir. Europa en cambio está muerta y enterrada, es un museo , un maravilloso museo lleno de historia, pero uno no vive en los museos. El porvenir está en este lado del Atlántico, en Canadá, en Cuba, en Colombia, en el enorme y verde Brasil, … incluso en estos Estados Unidos a quienes el diablo se cargue. Yo no voy a volver a Francia. Recuerdo a mi madre, a mis hermanos que toman vino todos los días al almuerzo y pasan borrachos la mitad del día, recuerdo a mi padre hace años discutiendo en un café a favor del gobierno y dando golpes sobre la mesa de madera. Nosotros somos campesinos, tú sabes. Yo me vine a América con beca, lo mismo que tú, somos un par de pobres diablos, en medio del país más rico del mundo. Mi padre sigue siendo pobre y mis hermanos son campesinos en Francia, que trabajan de sol a sol. Yo quisiera volver a verlos, ¿sabes? Recuerdo los ojos tristes de mi madre diciéndome adiós en el aeropuerto cuando el avión que me condujo de París a Boston iba a partir. De eso hace casi una eternidad. Ahora ya pertenezco a esta parte del mundo. Quizá me iré al Canadá francés, o me quedaré en América. –En Norteamérica, quieres decir. –Seguro. –Panamá. Yo nunca pensé en ese país como sitio de trabajo, no sé si sería mejor pensarlo más. Parece una buena idea, Pierre… Pocas semanas después me despedí de todos mis compañeros y me fui de Estados Unidos con destino a Panamá. Fue una despedida cordial y simple, sin demasiada efusividad porque la cultura anglosajona no permite la expresión de sentimientos a flor de piel. Además era lógico que me fuera, no estaba bien seguir en Cambridge después de terminar mi doctorado, dedicándome únicamente a rememorar el pasado y a caminar por los laboratorios del William James Hall pensando en las experiencias felices que había tenido en Harvard. El avión dio una vuelta por encima de Panamá City y yo estiré el cuello para ver todo lo posible. Ahí estaba mi nuevo hogar por los próximos años. Una ciudad tropical, relativamente grande, capital de un país centroamericano de importancia en el mundo debido a su Canal. Panamá, Panamá, ¿qué me esperaría ahí? Estaba alegre y a la vez triste. Pensaba en mi cuarto de Harvard, en mis amigos, en las caras tristes, caras alegres, caras sonrientes, caras preocupadas, caras, caras, que había dejado atrás en mi pasado, y en las muchas caras que iba a encontrar en mi nuevo mundo. En el mundo en desarrollo. {{ 2. MARTIN LUTERO REY El salón principal estaba lleno de humo y no se veía casi nada. Se oían voces que hablaban en inglés y en español con fuerte acento inglés, cantos, risas. Yo había llegado tarde a esa fiesta porque no estaba demasiado interesado en ir, pero me había decidido a última hora. Los profesores estadounidenses de la Universidad Central daban una fiesta y querían contar con mi presencia porque yo acababa de llegar de Estados Unidos, no conocía a nadie en la ciudad y ellos querían ser amables conmigo. Había mucha gente en ese salón, no solamente profesores de la Universidad. Era tarde, más de las doce de la noche y todo el mundo estaba bastante bebido, según me di cuenta pronto. Unos abrazaban a otros, muchos cantaban, se reían a carcajadas… –¡David González! Welcome, es magnífico tenerlo a usted por aquí. Siga, hombre, conozca a Mister Duffy, al Dr. Swanson, a la Sra. Campbell. Póngase cómodo, Dave, aunque llega usted tarde, nos gusta contar con usted. –Perdone toda la confusión que reina aquí, David. ¿Puedo llamarlo por su nombre? –Seguro, señora. –Usted sabe como son los americanos. Aprovechan una fiesta como ésta para emborracharse y divertirse hasta reventar. Hoy viernes por la noche, o más bien sábado al amanecer, porque es bien tarde, by the way, es el día del “ello”, todo el mundo da rienda suelta a sus malos instintos. Así somos los americanos. Yo vine a Panamá con mi marido –que no sé dónde anda, debe estar en otro salón– ¡hace muchos años! Pensábamos quedarnos sólo uno o a lo sumo dos años, ya perdí la cuenta. –¿No le gusta aquí? –No, éste es un país de negros. Todo anda desorganizado, odio el calor, la gente, los líos políticos, quiero volver a Wisconsin, no hay nada como Wisconsin. ¿Ha estado usted alguna vez en Milwakee? –No, nunca. –Tengo entendido que usted es nuevo aquí, pero que acaba de llegar de Estados Unidos y está tratando de educar a los borricos que atienden esta Universidad. Usted se ha debido quedar en Estados Unidos. Allá todo es limpio, funcional, ordenado. Yo me voy a volver un día de éstos… En otro salón había un grupo cantando canciones de la Guerra Civil española, unas en inglés y otras en español con un horrible acento. Miré a los demás asistentes a esa fiesta, no parecía haber ningún panameño. El idioma predominante era el inglés, y casi todos parecían estadounidenses. Me sentí un poco incómodo, sobre todo porque sólo conocía a dos o tres personas, y porque no había nadie de mi cultura. Se oía un grupo de hombres borrachos que cantaban: “¡Cuándo será Dios del cielo, que la tortilla se vuelva!, ¡cuándo será Dios del cielo, que la tortilla se vuelva! Que los pobres coman, pan, que los pobres coman pan y los ricos ¡mierda, mierda! Que los pobres coman, pan, que los pobres coman pan y los ricos ¡mierda, mierda!” Era todo un desorden, que me parecía de pronto bastante divertido. Me serví un whisky doble con soda, que había en el bar de la casa y seguí caminando por los diversos grupos. Uno de los profesores contaba una historia en inglés acerca de uno de sus alumnos especialmente estúpido y yo me acerqué a oírlo. –… Entonces yo creí que lo mejor para el pobre Pérez era leerse un libro de Gamow, ya que había sido incapaz de entender los principios básicos de la física moderna. Creo que son demasiado difíciles para el cerebro de los latinoamericanos. ¡Ja, ja, ja! Entonces le di un libro de Gamow, no recuerdo cuál, en su traducción española claro está. Allá había una descripción histórica de los aprietos que pasaron los científicos para descubrir el principio de la entropía creciente. Y había un pequeño poema que decía medio en broma: “Decrece, crece, crece, decrece, qué me importa lo que haga la entropía”. Pues bien, el borrico de Pérez se leyó el libro. Le gustó muchísimo, y un par de días más tarde me comentó que lo que más le había gustado leer era ese poema que decía: “Crece, decrece, decrece, crece, ¡qué me importa lo que haga la electroterapia!” Todo el mundo rió de buena gana y yo también. Me parecía que era imposible confundir entropía con electroterapia, pero así eran las cosas. –Cada pueblo se merece su suerte –decía una voz en un rincón, en el mejor inglés del Midwest–. Nosotros nos merecemos a Nixon, Jhonson, Bush, y otros idiotas semejantes. Y estos latinos se merecen sus dictadores, sus militares, sus Perones… –Yo tengo la solución para Panamá: convertirla en el 51 avo Estado de los Estados Unidos de América, o 52 avo, después de Puerto Rico. Así serán americanos y podrán sentirse orgullosos de que nosotros estemos aquí, con el Canal y todo lo demás. –Hay un problema, hombre; la raza bajará de nivel. Aquí hay demasiada gente de color, casi todos. Bastantes líos tenemos nosotros con Alabama, Chicago, los negros que se alborotan y pretenden quemar a América de norte a sur, desde el límite con Canadá hasta el límite con México… Pobre América. Quemada por sus malos hijos adoptivos venidos del África para trabajar en las plantaciones de algodón del sur… –Qué brutos, qué brutos… –Que la tortilla se vuelva… que nosotros comamos mierda y ellos vivan en la zona del Canal, con escuelas limpias, calles pavimentadas, palmeras, supermercados, abundancia, dólares, Cadillacs… Mientras nosotros estemos en las sucias calles de Panamá o Colón, descalzos, quemados bajo el sol, buscando trabajo, con la mujer embarazada, un niño enfermo y sin dinero para pagar la renta. –Recuerdo el Thankgivings que leí en un periódico americano, que se burlaba del subdesarrollo. Decía que los latinos deberían rezar el día de Acción de Gracias: “Gracias te doy Señor por mi mujer enferma, por mi padre borracho, por mi hermano muerto de enfermedades curables, por mi hijo raquítico, por mi madre que reza todo el día en vez de trabajar, por los niños que duermen en las calles, por las ratas que andan en mi casa y por las cucarachas que comparten conmigo mi ración de arroz… Gracias, Señor…”. –Ahora hay unos panameños que decidieron volverse comunistas. Todo el mundo lo sabe. El primer paso fue quemar la bandera americana y apedrear las casas de la gente bien. Porque la gente bien de Panamá está con nosotros, tú sabes. Esos hijos de puta son estudiantes y además comunistas y se están organizando para irse a las guerrillas. Quieren ir a China a entrenarse para venir a echarnos a nosotros, a los americanos, de una vez por todas del territorio panameño. Pero son tan brutos que sólo serán capaces de hablar y no de hacer nada. Los panameños hablan y hablan y hablan. Al fin crecen y se consiguen un puesto con una firma americana y hasta ahí les dura el espíritu revolucionario. Son unos eternos adolescentes, los pobres. –Yo les tengo lástima, Swanson. Creo que no son tan malos. –¡Lástima! La vida es una lucha, es la supervivencia del más apto. Yo estoy borracho, lo sé. Y estoy furioso, y odio los panameños y odio mi trabajo y odio este país de negros. Quiero volver a América con la gente civilizada. Pero a pesar de estar borracho soy suficientemente honesto como para reconocer que son fuertes y hay que tenerles miedo. El líder de los izquierdistas es un muchacho de 21 años que se llama Martin Lutero Rey. ¿Qué coincidencia, verdad? Es un negro. Más negro que el culo del diablo. Creo que además de estudiante es militar. Y es negro. Negro como la conciencia de los comunistas. Y muy peligroso. –Martin Lutero Rey… –Yo creo que es un pseudónimo, nadie puede llamarse así. Y sea ese su nombre o no, yo quiero que alguien tenga algún día la buena idea de borrarlo del mapa. Mucha gente estaba escuchando a este hombre de edad indefinida y ojos inyectados de sangre. Muchos seguían bebiendo y cantando. De pronto, no sé cómo, me encontré en medio de un grupo de gente joven, en otro salón de la casa. Creo que era cerca del amanecer y todos habíamos bebido demasiado. En esa enorme casa, a esas horas, con tantos invitados, no sé cómo había suficiente whisky para todo el mundo. Yo tenía hambre, estaba acalorado, sin corbata y sofocado. Mi interlocutor era un hombre joven, que aparentaba tener unos 25 años –como aparentaba yo– y que semejaba un atleta negro, una especie de campeón de boxeo. Pero tenía líneas finas, ojos inteligentes y una bella sonrisa varonil. –¿Psicólogo de Harvard? –me estaba diciendo–. A lo mejor tú eres el hombre que yo necesito para cambiar el mundo. ¿Conoces a Skinner verdad? Yo he leído mucho acerca de él, sus libros, sus ideas, las extrañas ideas que tiene sobre la libertad y la dignidad. Creo que Skinner tiene poder real y no lo ha usado nunca. Es un científico, el único hombre que sabe acerca de la manera de manejar a los seres humanos. Yo tengo gran respeto por la psicología científica. Muchas veces en los cursos de psicología que tomé cuando era estudiante de Ciencia Política en Estados Unidos discutí a favor de Skinner. Creo que nadie lo ha entendido en realidad, y que con sus ideas es posible cambiar el mundo. Yo lo miré sin decir nada. Hablaba con gran pasión, con una especie de fervor religioso. Mis relaciones con Skinner habían sido muy pocas y en realidad el semi-dios del conductismo era en este momento más un filósofo que un investigador de laboratorio, y en Harvard casi nadie lo tomaba demasiado en serio. Se le respetaba, claro está, pero se pensaba que su época había pasado ya. –La Psicología es la ciencia más importante de todas, es la ciencia del futuro –continuó diciendo mi interlocutor–. Yo hubiera estudiado Psicología si hubiera tenido cojones. Pero creo que los problemas de la ciencia política son más urgentes e importantes, y decisivos, y terribles… que los problemas de la Psicología. Seamos amigos, profesor. Yo voy a hacer una carrera política que hará vibrar este planeta. Voy a cambiar el mundo, a hacer variar el curso de la historia. De mí se hablará a lo largo y ancho del planeta, como se habla de Castro, de Lenin, de Jomeini, e incluso de Jesucristo. Yo quiero, tú sabes… yo… –¿Y cuál será el papel que usted quiere que juegue la Psicología? –¿La Psicología? ¿O más bien tú? ¿El papel…? ¿Qué papel? Sí, perdona, es este whisky maldito. Creo que la psicología operante tiene los principios y las leyes para cambiar el mundo pero no tiene el poder. Yo en cambio creo que voy a tener muy pronto el poder. Quiero que estés conmigo. Quiero que me ayudes a cambiar el mundo, con ayuda de tu ciencia, que hagamos una sociedad perfecta, una utopía, un Walden Dos superior a los sueños de Skinner, de Platón, de Tomás Moro. Yo tengo todos los defectos del mundo, soy un frustrado, soy un asesino en potencia, soy… no, prefiero no decírtelo aún. Pero también tengo cualidades, profesor. Tengo la que a usted le falta, cojones, y usted tiene lo que a mí me falta, ciencia, conocimientos… –¿Dónde estudió usted? –En la escuela de la vida, hermanito. Yo salí del fango y me levanté, viajé, estudié, conseguí títulos, escalé posiciones. Tengo un alto puesto en el ejército. A pesar de ser negro he llegado muy alto. Y soy joven, hermanito, como eres tú. ¿Cuántos años tienes? –Voy a cumplir 27. –Pareces más joven, sin duda. De todos modos quiero que seas mi amigo. Te llamas David, ¿verdad? Doctor David González, Ph.D. en psicología conductista, de Harvard, obtenido bajo Skinner. Juntos podemos hacer el más grande experimento científico y social de la historia. Yo soy negro pero soy fuerte, inteligente, quiero llegar alto, quiero… Dame otro trago David, me siento enfermo de repente… tú sabes, es tarde… –¿Cómo se llama usted? –Martín Lutero Rey. {{ 3. LA REVOLUCIÓN El tiempo pasó, y yo me reintegré a mis actividades en la Universidad. Seguí leyendo y estudiando. Traté de organizar un laboratorio de psicología experimental, con palomas, ratas y registros automáticos de programación, pero no lo logré. El decano creía que los estudiantes se iban a oponer porque eso era “imperialista” y “fascista”. A los estudiantes no les importaba lo más mínimo el laboratorio, pero creo que logré adquirir fama de buen profesor. Me preocupé mucho por mis estudiantes. Había que luchar y luchar. Aprender y enseñar cosas elementales que yo creía que la gente ya sabía. Los libros no llegaban. Nadie recibía revistas. En el país no había congresos ni psicólogos científicos. La gente viajaba mucho, pero no con fines académicos, y sin duda nadie creía que aquí se pudiera hacer ciencia. Yo no perdía las esperanzas, pero el tiempo pasaba, casi en vano. Lentamente fui perdiendo la noción de la psicología como ciencia de laboratorio. Fui perdiendo el contexto de mi disciplina, de mi universidad, de todo aquello que para mí había sido importante antes. Fue como dejarse arrastrar por un río sin saber a dónde iba a llegar, pero que de todos modos no iba por el cauce apropiado. Me sentí perdido, flotaba en el espacio,en un mundo extraño. ¿Dónde estaba viviendo? ¿En Uganda, en Paraguay, en las Filipinas? No sé, no sé. De todos modos era el mundo en desarrollo. Y yo lo había elegido, conscientemente de sus limitaciones y también de sus posibilidades. Pasaron años. No sé cuántos, pero en todo caso muchos. Mis padres vinieron a visitarme un par de veces. Un día mi madre murió y mi padre se fue a vivir con mi hermana y su marido. Cada vez veía menos a mis familiares, aunque yo quería seguir en contacto con ellos. Cada vez viajaba menos, iba a menos congresos, leía menos revistas científicas. Mis contactos con el pasado se iban perdiendo y yo me estaba volviendo tan mediocre como mis compañeros de universidad, para los cuales lo único importante era el salario y evitar los problemas estudiantiles. El país tenía un gobierno democrático, pero las cosas andaban muy mal. Había muchos problemas sociales y económicos, mucho desempleo. Los militares amenazaban con tomarse el poder y establecer una dictadura de derecha. Los estudiantes odiaban al gobierno y odiaban a los militares y decían que la solución era un sistema estilo Cuba. Los profesores le tenían miedo al gobierno y miedo a los militares, pero especialmente les tenían miedo a los estudiantes. Yo estaba muy solo. Era extraño. No mantenía contactos con mi anciano padre ni con mis compañeros de Harvard. Viajaba muy poco y creía que mi vida transcurría vacía y sin sentido. En parte era culpa de mi timidez, de mi introversión y de mi incapacidad para hacer nuevos amigos. Pensé en contraer matrimonio, porque eso tal vez solucionaría mis problemas existenciales. Había unas cuantas niñas gordas y tontas, enamoradas de mí, a las cuales habría sido muy fácil proponerles matrimonio. Había una que no era gorda ni tonta, que me atraía mucho, que me hacía alborotar los malos pensamientos, pero evidentemente yo no se los hacía alborotar a ella. En fin, era una vida vacía y estéril, simple y sin sentido. Como la de la mayor parte de los profesores universitarios del país. A veces me preguntaba si no habría sido mejor quedarme en Estados Unidos, como mi amigo Pierre, enseñando psicología del aprendizaje en Alabama o en Dakota del Sur y publicando artículos en las revistas de la APA. Una mañana el periódico trajo noticias dramáticas. El gobierno había sido derrocado y remplazado por una junta militar. Esto realmente no era una noticia demasiado alarmante, ya que ocurría todos los días en muchos países del mundo en desarrollo. Miré la noticia con cierta dejadez, mientras pensaba en vestirme y salir para la universidad. Pero esta vez no había ocurrido en Bolivia ni en Zambia sino en Panamá. A pocas cuadras de mi casa. Casi podría decir que en mis propias narices… Los dictadores podían irse al diablo, con tal de que me dejaran en mi mediocridad y en mi simplicidad. Todos los días, en algún país del mundo en desarrollo, un gobierno caía y era remplazado por los militares. Para escándalo del mundo, para vergüenza de todos. La ley del más fuerte, el darwinismo social, las armas, dominaban en todas partes. En el fondo –realmente– no me importaba lo más mínimo… Ojalá reventaran los dictadores… Al fin de cuentas ellos se lo habían buscado, con sus fantasías mesiánicas y su necesidad de brillar, de aparecer en los periódicos, de hacerle perder el sueño al presidente de los Estados Unidos… –David, te llaman por teléfono –dijo uno de los profesores al mismo tiempo que entraba en mi oficina. Estaba leyendo el último número del American Psychologist y pensando en las razones por las cuales las revistas gringas me habían rechazado los tres últimos artículos que les había sometido para su consideración. Eran investigaciones modestas y simples, del mundo en desarrollo, pero yo creía que eran importantes, y que… en fin… –Sí, a sus órdenes, habla el profesor González de la Universidad Central. Cuando la voz al otro lado del teléfono me pidió que fuera a Palacio no pude realmente entender lo que quería decir. ¿Yo? ¿Al Palacio Presidencial? Pero ¿qué había hecho? ¿Qué mal había cometido? –Es una orden, doctor. Lo esperamos en la puerta para conducirlo donde el General. Por fortuna Dios –o la naturaleza– hizo que los introvertidos como yo no expresemos nuestras emociones ni nuestro temor. Al llegar a Palacio me recibió un edecán, el cual me condujo por una serie de corredores y de salas. Me dijeron que esperara, que el General me iba a recibir pronto. Pasaron horas y horas y el General no llegó. Además, según lo poco que había leído en el periódico matutino, cuando estaba en casa desnudo antes de ir al trabajo, el gobierno había sido derrocado por una Junta Militar (con MAYÚSCULAS) no por un General (con minúsculas). Hacía calor. Yo leí las revistas que estaban en la sala y un par de periódicos extranjeros. Seguí pensando en las razones por las cuales las revistas de la APA no aceptaban artículos de psicólogos del mundo en desarrollo. La solución era fundar una revista mejor que las de la APA que no aceptara artículos de psicólogos del primer mundo. –Doctor González, siga usted. La puerta se abrió, y vi un salón grande, con un enorme escritorio al fondo. Un hombre de edad indefinida estaba sentado en una gran silla, con la bandera del país al fondo. Todo era solemne y ridículo. Había una alfombra que conducía desde la puerta hasta una silla cerca del enorme escritorio donde estaba el hombre en cuestión. El edecán me acompañó todo el tiempo. –Gracias, déjennos solos –dijo el hombre del escritorio, al edecán de palacio, cuando llegamos junto a él. –Como ordene, General. Yo lo miré. Era un hombre joven, de pelo muy negro y facciones finas. Tenía ojos brillantes e inteligentes –cosa poco común en lo generales que dan golpes de estado y derrocan al gobierno constitucional de los países del mundo en desarrollo. Vestía impecablemente, tenía manos de intelectual y mirada seria pero amable. –Siéntese, doctor. Obviamente que acaté la orden y guardé silencio. –¿No me reconoce usted, verdad? La verdad era que no. Pero yo no supe decir nada. A fin de cuentas mi puntaje de inteligencia social es bastante bajo, y doy la impresión de ser un tonto a carta cabal. He debido decir que sí lo reconocía, claro está. –Nos conocimos hace un par de años en una fiesta. Hablamos de psicología y de conductismo. Me llamo Martín Lutero Rey. Yo no alcancé a procesar la información respectiva e hice cara de tonto. Creo que siempre hago cara de tonto, pero en ese momento hice cara de más tonto todavía. –Lo llamo para que sea mi asesor. Para que convirtamos en realidad un sueño que sólo usted y yo podemos realizar, el sueño de cambiar la historia humana y echar a andar el mundo por un camino distinto al que ahora está marchando. ¿Quiere un trago? Edecán, ¡venga usted! –Traiga para el Dr. González y para mí dos whiskies dobles, creo que Johny Walker sello negro. No imagina usted cómo quedó de mal el país, y ésta es la razón por la cual las fuerzas del orden debimos actuar y ayudar a restablecer la cordura. El país andaba muy mal, había miseria, inflación, desocupación, terrorismo. Ahora no va a haber nada de eso, porque nosotros cinco, los de la Junta Militar, hemos decidido poner orden donde antes reinaba el desorden y arreglar el país. La conversación duró varias horas. Yo bebí mi whisky y escuché lo que el General tenía que decir. Era extraño y fascinante. Yo me sentía como en otro planeta. El hombre hablaba con fuerza y convicción, con una energía que me atraía. Realmente yo nunca he sido un hombre de mucha fuerza y no había sido capaz de convencer a nadie de nada. Por eso la gente fuerte me fascina y extraña. –Nosotros vamos a cambiar el mundo, a hacer una nueva patria, a echar a los gringos, a hacer una nueva Panamá. Quiero que tú seas mi asesor personal. Quiero que usemos la psicología conductista para hacer una sociedad perfecta, para modificar al hombre, para cambiar la historia. Quiero que tú estés conmigo y me ayudes, que realicemos lo que Skinner no pudo hacer en Walden Dos. ¿Has leído Walden Dos, Dave? Es una colonia de vacaciones, una granja en la mitad de Estados Unidos donde la gente trabaja poco y tiene mucho tiempo libre para no hacer nada. Nosotros vamos a hacer un Walden Tres, en un mundo nuevo, aquí en el trópico, en medio del calor y de las palmeras, cerca al mar. Sí, tendrá resonancia mundial y nos ayudará a cambiar la historia. Realizaremos los sueños más grandiosos de la humanidad, con tu ayuda, tú y yo. David y Martín. Yo bebí mi cuarto whisky y lo miré. Cuanto más bebía menos podía hablar. ¡Dios mío, qué terrible! Quería decirle que era magnífico pero irrealizable, porque la Junta Militar (con mayúsculas) estaba formada por cinco hombres y él era uno de ellos, y realmente nadie sabia lo que ellos pensaban de las potencialidades de la psicología de Skinner para cambiar el mundo. Quise decirle que el mismo Skinner era discreto y razonable, que tomaba en serio los parámetros sociales, mientras que en el trópico los dictadores negros como él... En fin, Dios no me dio dotes de orador y por lo tanto quise decir mucho y no dije nada. La gente afirma que le encanta la forma como yo guardo silencio y escucho. Esto no es una cualidad sino un defecto, y me duele mucho, no digo nada porque no soy capaz de decir nada. Pero a veces la gente considera que los defectos son cualidades y las cualidades defectos. –Vamos a hacer una sociedad perfecta, Dave. Vamos a modificar el comportamiento social, a planear la conducta, a controlar las pautas de crianza de los niños, a reformar los delincuentes y a cambiar la educación. Nunca la ciencia ha sido tomada en serio, nunca ha habido una oportunidad para la psicología. El día llegó. Es hoy, primero de agosto. Estamos juntos. Y el mundo va a cambiar. Yo tomé mi quinto whisky y sentí unos extraños dolores de cabeza y de espalda. Eran como las once de la mañana, y realmente yo nunca me había emborrachado tan temprano. Mi amigo se sentía muy bien. –David, tómame en serio. Vamos a hacer grandes cosas. Sólo quiero que seas sincero. ¿Estás conmigo? –Sí, señor, estoy con usted –dije, aunque realmente no sabía lo que decía, ni las implicaciones que esto iría a tener. {{ 4. EL NUEVO GOBIERNO Generalmente en las revoluciones abundan los cambios de planes y las reformas y contrarreformas. Por ensayo y error se hacen muchas cosas y se alteran las que se empezaron a hacer. La Junta Militar que había derrocado al gobierno legítimamente constituido, fue a su vez “relevada” de sus funciones y remplazada por uno de sus miembros: Martín L. Rey. Creo que esto implicó una especie de golpe de estado interno. Mi amigo derrocó a sus compañeros de dictadura y los envió al exilio. Cómo pasó esto, qué fue lo que realmente ocurrió, es algo que nunca se supo muy bien, y que es difícil que algún día se llegue a saber. Lo cierto fue que los otros cuatro miembros de la Junta Militar pidieron asilo político y se marcharon a México. Rey quedó como “hombre fuerte” y único gobernante del país. Los periódicos presentaron este cambio de poder sin muchos comentarios, como si realmente no entendieran muy bien lo que estaba sucediendo. El nuevo dictador tropical apareció en las primeras páginas de los rotativos, serio unas veces y sonriente otras, solo y con su familia, en compañía de sus cinco hijos pequeños o en compañía de su esposa. Siempre tenía una cara juvenil, el cabello muy negro –a pesar de que los años han debido pasar y dejarle algunos hilos de plata– y el aspecto esbelto de un hombre que se preocupa por su figura y controla la comida y dedica tiempo al ejercicio físico. Después de la primera reunión, en la época de la Junta Militar, tuvimos muchas reuniones más, y Rey me explicó exactamente lo que quería que yo hiciera. En qué forma pensaba que podíamos cambiar el país, aplicando los principios de la psicología del comportamiento a los problemas sociales. Cuál iba a ser mi papel en esta importante transformación y qué esperaba de mí. Yo vacilé mucho antes de aceptar su propuesta, porque me asustaba su autosuficiencia, su espíritu mesiánico, su impulsividad, su paranoia, su alcoholismo. Bebía mucho y hablaba mucho. Tenía demasiados planes, demasiadas ideas, y el tiempo parecía que no le fuera a alcanzar para hacer lo que quería. Ante todo era preciso lograr el gobierno absoluto, la lealtad del ejército y del pueblo. Luego mejorar la economía, que estaba en un estado de caos realmente tremendo. Más tarde planear la educación, las reformas en la criminología y en otras áreas que se proponía hacer. O más bien, qué quería que yo hiciera, con ayuda de Skinner y sus ratas. ¡Muy serio y complejo, sin duda alguna! En primer lugar estaba el problema de la influencia estadounidense en el país. Estados Unidos tiene intereses en muchos países del mundo en desarrollo y el nuestro era uno de los más importantes para su política. A Estados Unidos no le gustaban los dictadores con planes mesiánicos. ¿Cómo iba el nuevo gobierno a tratar este asunto? ¿Iba a establecer relaciones cordiales con Washington y a seguir tolerando a los estadounidenses en el canal? ¿O por el contrario, iba a declararles la guerra y a insistir en que se marcharan con su música a otra parte? Yo no lo sabía, y creo que nadie tenía esto claro, ni siquiera mi “amigo” el dictador, presidente, hombre fuerte, o como queramos llamarlo. De todos modos las relaciones con el Coloso del Norte era una de las primeras cosas que había que resolver. –Tú tienes todo el poder que quieras, puedes hacer las cosas a tu manera, cambiar, reorganizar, modificar el comportamiento de los hombres y de la sociedad. Convertir el país en Walden Tres, como hemos hablado. No será una colonia de vacaciones como Walden Dos sino un país real, aquí y ahora, en este momento de su historia. Tienes la oportunidad, puedes hacer realidad los sueños de los conductistas, de controlar el ambiente en forma total y controlar así la conducta. Es una oportunidad que ningún hombre inteligente desperdiciaría. –Yo no podré trabajar solo. Necesitaré gente del país y además técnicos del exterior. Creo que habrá que importar expertos de Estados Unidos. –¡Claro, los que quieras! Puedes traer toda la gente que necesites para que te asesore. Pero debe quedar claro que serán tus ayudantes, serán técnicos en el trabajo que tú vas a hacer. Pero las grandes decisiones, las políticas, las responsabilidades importantes están en tus manos. Tú eres quien manda. ¿De acuerdo? ¿En quiénes habían pensado? –Pues, verá usted, hay una serie de discípulos y seguidores de Skinner que han trabajado en problemas socialmente importantes. Por ejemplo Keller ha hecho mucho por la educación individualizada y creo que podríamos traerlo. Hay gente en Kansas, en Rochester, en Nevada, en Michigan, en Harvard, que han trabajado por la reforma de la educación. Lo mismo ocurre en otras áreas, por ejemplo en la economía, la clínica, la planeación social, el diseño de culturas. –Tráelos a todos ellos. Ofrezcámosles condiciones perfectas, salarios magníficos, y especialmente la posibilidad de convertir Walden Dos en realidad, gracias a que tenemos el poder político y económico del país. –Por ejemplo Holland, Ulrich, Staats, Hayes, Azrin, Overmier, Kazdin, Ayllon, Wolff, Baer... No sé quienes más. Incluso Keller estuvo en América Latina antes, y lo mismo Bijou. Los podemos invitar a que colaboren con nosotros. Pienso que serán en total unos 10 expertos, que nos podrán colaborar para diseñar la nueva sociedad. –Todos colaborarán contigo pero las decisiones serán sólo tuyas. Diez personas, está bien. Todas de Estados Unidos... ¿No hay nadie de Inglaterra o de Rusia, o mejor aún, de Cuba? Tengo gran simpatía con los socialistas, tú sabes, y creo que Cuba nos puede enseñar mucho. Nuestro Walden Tres seguirá una filosofía de izquierda. Será un país socialista que tenga como marco de referencia ideológico las ideas de los socialistas utópicos y como tecnología el análisis experimental del comportamiento. –Los estudiantes de la Universidad Central creen que el conductismo va de la mano con la derecha, con el fascismo y se contrapone al socialismo... –¡Son unos soberanos ignorantes! –replicó Martín–. No hay nada en el análisis de la conducta que le lleve a alinearse con la izquierda ni con la derecha. Es una ciencia, una tecnología, una serie de instrumentos de inmenso valor. No es una filosofía ni una axiología. Yo pondré la ideología, el marco conceptual. Vamos a tener como guía el humanismo. Vamos a ayudar a la gente, a acabar con el analfabetismo, la miseria, la superstición, las enfermedades infantiles. Vamos a hacer un nuevo país. Tú pones los instrumentos y yo trazo las grandes políticas y las grandes metas. Me extrañó mucho que los psicólogos a quienes les escribí, diez en total, se interesaran en mi propuesta, de venir al mundo en desarrollo a colaborar con un dictador negro de un país tropical, en la empresa de hacer una nueva sociedad con ayuda de la psicología. Ninguno se negó a venir. Todos pidieron más información pero terminaron por aceptar mi propuesta. A los pocos meses tenía yo en la ciudad a lo más selecto de la psicología operante del mundo. Una cena que les dio Martín –a quien todos llamaban el señor Presidente– parecía más bien la reunión de la Junta Directiva de la División 25 (análisis del comportamiento) de la Asociación Psicológica Norteamericana. Todos aceptaron venir y colaborar conmigo. Todos creyeron que la idea era magnífica. No hubo necesidad de ofrecerles salarios exorbitantes ni condiciones extraordinarias; bastaba con la oportunidad de hacer un Walden Tres en un país en desarrollo y de tener la libertad para aplicar sus principios. Empezamos pronto a trabajar. Yo tenía el título de Asesor Presidencial, y era una especie de ministro sin cartera, pero con muchísimo poder. El Sr. Presidente eliminó desde el comienzo el Congreso –tanto la Cámara como el Senado–. Nombró comisiones de salud, educación, obras públicas, ciencia y tecnología, relaciones exteriores, etc., en lugar de ministros. Me dijo una y mil veces que los coordinadores de tales comisiones debían obedecerme en todo lo que yo dijera, y que tenían que seguir las indicaciones del Grupo de los Diez, de mis asesores en asuntos educativos, jurídicos, económicos y demás. Nuestro trabajo era apasionante y difícil. Tuvimos que importar mucha más gente, y cada uno de los psicólogos importantes trajo su equipo de colaboradores, pidió numerosas oficinas, presupuesto amplio, asistentes, material bibliográfico, servicio de estadísticas y de computadores. Se gastaba dinero como agua. Los expertos iban y venían, pedían datos, materiales, colaboradores que fueran al interior del país a recoger estadísticas, y esto costaba demasiado. Yo no estaba acostumbrado a este flujo de dinero y me asustaba que Martín –el Sr. Presidente– se pudiera molestar por todos los gastos que estábamos haciendo. Al reformar la educación o el sistema penitenciario, por ejemplo, se requería entrenar a centenares de personas en los nuevos principios del análisis experimental del comportamiento. Se requería comprar toneladas de fichas de plástico para la “economía de fichas”, bonos, hojas de registro. Había que comprar aparatos de circuito cerrado de televisión cámaras de visión unidireccional, computadores para procesar toda la información. El Grupo de los Diez estaba compuesto por los principales psicólogos operantes del mundo, y les interesaba mucho investigar. Era preciso planear y ejecutar experimentos, hacer seguimientos para probar la eficacia de un método, organizar estrategias y elegir la que fuera más eficaz. El país hervía, no sólo de calor sino de planes y de optimismo. Los enormes gastos no le importaban a nadie, excepto a mí. El Sr. Presidente estaba muy ocupado en asuntos de política internacional, que culminaron en un desafío a los Estados Unidos. ¡O se iban del país o Panamá destruiría el Canal! La tensión creció y creció, se hizo insostenible. El Sr. Presidente fue a las Naciones Unidas, volvió y pasó muchos días en reuniones y en polémicas y enredos, que yo realmente no sabía en qué iban a terminar. Curiosamente, al final los estadounidenses se marcharon de Panamá. Se fueron en paz, sin disparar un solo tiro. Se marcharon a construir otro canal, más moderno y funcional que el de Panamá, más adaptado a la época. Lo planearon en Colombia y en Nicaragua, aunque la mejor alternativa habría sido nuevamente Panamá. Pero estaban hartos de los problemas de los dictadores tropicales, y prefirieron dar muestra de benevolencia y se fueron. Al fin de cuentas el canal no servía casi para nada, estaba ya obsoleto y se requería con urgencia construir otro más moderno y amplio. Lo mejor que Estados Unidos podía hacer era librarse del problema, salir elegantemente de Panamá y dar ante el mundo una imagen de cordura, ecuanimidad y respeto por los vecinos del sur. En realidad lo que hicieron fue librarse de un enorme dolor de cabeza y salir con la frente en alto. Un país sin dominación extranjera, con un grupo de expertos internacionales de primerísima calidad, con adecuado presupuesto, con muchas ganas de trabajar y de cambiar. Eso era Panamá cuando empezamos nuestra gran reforma social. Cuando empezamos a convertir en realidad la construcción de Walden Tres. {{ 5. LOS NIÑOS PRIMERO La comisión de expertos, el llamado Grupo de los Diez, estuvo con nosotros dos años. Luego regresó a su país y fue remplazado íntegramente por científicos y técnicos del país. Durante esos dos años se hicieron muchas cosas, se formaron comisiones, se formularon grandes planes , se trazaron importantes políticas y se comenzó a implementarlas. Cada grupo de trabajo –digamos el de recreación, el de economía o el de crianza de los niños–, escribía una propuesta, que generalmente tenía varios centenares de páginas. Allí analizaba el problema en cuestión, sus posibilidades de solución, la manera de implementar las diversas alternativas, los costos, el cronograma de actividades. La comisión me pasaba el proyecto a mí, yo lo leía, lo revisaba y lo enviaba al Señor Presidente. Algunas veces le hacía unas pocas correcciones, con el fin de adaptar a la realidad tropical y del mundo en desarrollo, las ideas de la comisión en cuestión. Otras veces rescribía algunas partes. Martín leía concienzudamente cada documento y me lo comentaba en detalle; ¡no sé cómo lograba conseguir tiempo para hacerlo! Leía todo, preguntaba mucho, se reunía varias veces conmigo y con la comisión de expertos. Su capacidad de trabajo era realmente extraordinaria, envidiable. No he conocido ningún otro dictador tropical que trabaje tanto, que tome tan en serio su labor de mejorar la vida de la gente. –Podemos hacerlo porque tenemos el poder político, militar y económico –decía el Sr. Presidente–. Todo está en nuestras manos, la industria, el ejército, el comercio, la prensa. Nuestro gobierno es totalitario y autocrático, ya sé que esto es lo que me critican en los círculos internacionales. Pero sólo en esta forma podemos reformar el país. Imagínate, Dave, los problemas que tendríamos para implementar nuestra reforma si en el país existiera un Congreso, hubiera cuerpos legislativos que dieran su opinión y su concepto sobre cada una de nuestras ideas. Pasaríamos años, ¡muchos años!, antes de poder implantar una sola de las reformas. Es el enorme fracaso de la democracia. Creo que fue Churchill quien afirmó que la democracia era un sistema político muy malo, pero que las otras alternativas eran todavía peores. De acuerdo, de acuerdo. –La comisión sobre educación considera que... –Perdona, Dave, que te interrumpa. Algún día yo me voy a marchar y vamos a devolver el poder al pueblo. Vamos a hacer elecciones. Cuando las reformas se hayan implantado, cuando tengamos un hombre nuevo en un pais nuevo, en la nueva era, yo me podré ir. Creo que 20 años serán suficientes. Habrá entonces una nueva generación, que haya nacido dentro de mi gobierno, hombres y mujeres educados para la autodeterminación, el respeto mutuo, la cooperación. La planeación social de nuestro mundo habrá despegado y no podrá volver atrás. Yo me dije: ¡veinte años! Los dictadores tropicales siempre tienen grandes planes, y terminan por fracasar a los 2 ó 3 años; generalmente los grupos de presión acaban con ellos; otras veces simplemente han acumulado suficiente dinero como para irse a vivir a Europa, utilizando las cuentas corrientes que han mantenido secretamente en un banco suizo. Pero Martín no era de éstos, era más bien un visionario, con fantasías mesiánicas. Un hombre diferente, que además de tener grandes ideas, era inteligente y razonable en la forma de implementarlas. Siempre se había hablado de hacer cambios, pero nunca los que hablaban de hacerlos habían tenido el poder político, para convertir en realidad tales cambios. Martín era una especie de filósofo-gobernante, tal como quisieron los antiguos griegos y romanos; creo que Marco Aurelio fue quien habló de esto. –Nosotros formamos un magnífico equipo de trabajo. Tú planeas, diseñas, organizas los cambios sociales. Yo los implemento. Somos algo parecido al filósofo-gobernante de la antigüedad, pero en dos personas: tú el filósofo y yo el gobernante. Me extrañó sobremanera que estuviéramos pensando lo mismo, en el mismo momento. –Es imposible que ambos se encuentren dentro de la misma piel y por eso el filósofo- gobernante, en una sola persona, es un mito imposible de lograr. Pero en dos personas, con roles definidos, en posiciones claras, pensando en el bienestar de nuestra gente y en cambiar el mundo... –Seguro. Creo que los cambios tendrán éxito. Mire, aquí tengo el proyecto sobre educación preescolar, que considero muy importante. Están también revisados otros programas, como el de recreación y el de economía. –Empecemos por la educación parvularia. ¡Los niños primero! –Es un proyecto bastante extenso, que implica educación a las madres y a los padres, difusión de innovaciones, problemas de disciplina, educación continuada, higiene prenatal, en fin, muchas cosas. Va desde el momento de planear tener el hijo hasta que éste crece y se integra a la sociedad como un ciudadano útil, con un trabajo definido y un adecuado repertorio de comportamientos útiles y adaptativos. –Sería el proceso de socialización. –Sí, claro, en un sentido amplio. Este proyecto se relaciona con los demás, en primer lugar con el de planeación familiar, que es uno de los pilares básicos de la economía y de nuestra reestructuración social. Es preciso que la gente planee sus hijos, que los tenga cuando esté preparada –económica y psicológicamente– para tenerlos. –Psicológicamente. Porque la economía va a cambiar mucho, recuerda que yo quiero abolir el dinero de una vez por todas. –Bueno, vea usted... eso no es fácil. Ninguna sociedad lo ha hecho, en realidad la única sociedad experimental que carece de dinero son los kibutz de Israel. Lo que hay que hacer es equilibrar los salarios, dar servicios gratuitos de salud y educación, etc. Pero volvamos a los niños. Cuando una pareja decide tener un hijo, va al centro de salud más cercano donde se le hacen los exámenes médicos y psicológicos del caso. Existen muchas enfermedades que tienen una base hereditaria. Incluso parece que en el alcoholismo hay ciertos factores de predisposición genética. Martín me miró extrañado pero no comentó nada. –Las personas con problemas genéticos –continué yo– pueden casarse pero no tener hijos. Es muy diferente el sexo, el matrimonio, la convivencia, la reproducción, la conservación de la especie. Todas estas son cosas diferentes, que la gente confunde. Casarse es una cosa y tener hijos es otra. Todo el mundo tendrá autorización para casarse si desean hacerlo, pero no todos podrán tener hijos. Aunque yo había leído cuidadosamente este programa de reforma, al enunciarlo verbalmente me pareció terriblemente duro, ¡espartano! –Si quieren hijos, los podrán adoptar. Vamos a organizar muy bien el sistema de adopción, dado que todo niño necesita un hogar, y unos padres pueden cuidar un hijo ajeno con el mismo cariño que un hijo propio. Claro está, que antes de darles en niño se les someterá al entrenamiento adecuado. Todos tenemos que aprender a ser padres y madres, esto es algo que no se sabe simplemente porque sí, por obra de Dios... Como el concepto de “Dios” tampoco iba a tener cabida en el nuevo Walden Tres, pensé en que era preciso controlar mi lenguaje y evitar expresiones vernáculas, de esas que uno dice sin pensar. La moralidad y el orden no se iban a basar en Dios sino en una ética humana y social; pero en fin, ese era otro proyecto, que habíamos luchado por organizar, sin mucho éxito. ¡No era fácil planear la ética y la moral de la nueva sociedad! Y era urgente hacerlo, dado que los problemas éticos y morales – ideológicos– estaban en la raíz de los otros programas de reforma. El análisis del proyecto sobre educación temprana y socialización tardó mucho. El Sr. Presidente presentó varias objeciones, hizo cambios, fue preciso regresar el plan a la comisión respectiva para su estudio y reforma. Finalmente se logró una versión nueva que fue más aceptable para todas las personas involucradas. Incluía planificación familiar. Servicios médicos y psicológicos gratuitos. Centros de información y entrenamiento para las madres. Centros de cuidado diurno para los niños pequeños, completamente gratis. Creación de puestos de medio tiempo para que las madres trabajaran sin abandonar sus hijos, y preferentemente en su propia casa o cerca de ella. Higiene prenatal. Estimulación temprana a los niños recién nacidos. Involucración del padre y de otros miembros de la familia en la crianza del niño. Entrenamiento de mujeres especializadas en ser “madres sustitutas”, para cuidar a los niños en los centros de cuidado diurno y en los sitios de adopción. La educación formal comenzaba muy temprano en la vida del niño. Pensábamos que el pequeño podía aprender a leer y a escribir a los 4 años, y con toda seguridad a los 5, si utilizábamos los métodos apropiados. Había que desarrollar habilidades básicas, repertorios de entrada, por medio de la estimulación ambiental. Lo cambios de conducta se lograban haciendo cambios en el ambiente. Los otros niños se podían usar como modelos y como base para la socialización. Generalmente en la sociedad occidental tradicional los procesos de crianza se le dejan exclusivamente a la familia, y se excluyen los vecinos ,los pares y las demás personas. Aquí en la nueva sociedad que íbamos a formar, los otros niños tenían mucho que hacer, y la crianza iba a ser colectiva. Las madres sustitutas jugaron un papel de tremenda importancia en todo el proceso. Era curioso ver cómo para muchas mujeres ese era el trabajo perfecto, lo hacían con amor y dedicación, con verdadero interés y con magníficos resultados. No habían tenido ocasión de tener hijos, o los que habían tenido se habían marchado ya del hogar, y ellas estaban llenas de amor que no podían darle a nadie. Ser madres sustitutas fue el trabajo perfecto para ellas. A las madres se les insistió en que era preciso hablarles a sus hijos, acariciarlos, alzarlos, besarlos, brindarles mucho afecto y seguridad. Escuchar lo que los pequeños decían, y tomarlos en serio. Cumplirles las promesas que se les hacían. El castigo físico se abolió, totalmente; incluso el Sr. Presidente promulgó una ley según la cual era delito castigar físicamente a un niño; el padre que lo hiciera iría a la cárcel de uno a tres años. En cambio de castigo físico explicamos detalladamente otras formas de moldear el comportamiento y de socializar al niño. En el lado aversivo, estaba el retiro temporal de cariño y de privilegios, que son técnicas de castigo; lo mismo el costo de respuesta: por cada acción inapropiada, el niño perdía una ficha, y si no tenía la cantidad adecuada de fichas al final del día o de la semana, no podía ver televisión, o ir al cine o a paseo. La socialización enfatizó los métodos positivos. Se daba refuerzo y recompensa constantemente, pero en forma contingente con la respuesta. La aplicación de los programas de refuerzo a la vida diaria se explicó por televisión, radio, en conferencias públicas, en folletos que se difundieron gratuitamente a lo largo y ancho del país. Como abundaba el analfabetismo, fue preciso ir a las regiones aisladas del interior del país, hablar con las madres, explicarles que ellas no tenían derecho a torturar a sus hijos, y mostrarles formas alternativas de criarlos. La reacción inicial fue muy negativa, de escepticismo y de agresión, dado que el gobierno se estaba inmiscuyendo en la vida privada de la gente, y se oponía a la sabiduría ancestral con base en la cual las madres campesinas había criado a sus hijos, durante tantas generaciones. Pero luego, al notar que las economías de puntos y de fichas realmente funcionaban, que el costo de respuesta era fácil de aplicar y muy efectivo, y que el castigo físico lo único que lograba eran efectos temporales y una serie de consecuencias secundarias no recomendables (por ejemplo que el pequeño temiera y odiara al padre que lo castigaba), lentamente las reformas se fueron aceptando. Llegó el día en que las madres comentaban con enorme entusiasmo los cambios de conducta que habían logrado en sus hijos. Todas consideraron que los nuevos sistemas les mejoraban también la vida a ellas, les permitían ahorrar tiempo, eran más efectivos que las alternativas tradicionales y enseñaban al niño responsabilidad y orden. En este aspecto de la crianza de los hijos, el programa tuvo un éxito tremendo, fue acatado con entusiasmo y colaboración, y se extendió como pólvora. Yo escribí un librito en el cual se explicaban todos los principios y fundamentos del análisis comportamental aplicado a la crianza y socialización de los niños. Fue un manual claro y simple, adaptado a la mentalidad de las madres del trópico. Se llamó La Formación del Nuevo Hombre, un título rimbombante y un poco ridículo, pero que el Sr. Presidente me forzó que le pusiera. Yo hubiera preferido llamarlo Entre Padres e Hijos, que finalmente quedó como subtítulo. El gobierno imprimió 100.000 ejemplares, que se regalaron a los padres, maestros, madres sustitutas, administradores escolares, directivos de los centros de salud, médicos, enfermeras, psicólogos y trabajadores sociales. Me sentí un poco avergonzado al ver que mi primer libro (yo nunca me había atrevido antes a publicar ningún libro) fuera una obra como ésta, de divulgación y no una aburrida y erudita monografía científica. Cuando era estudiante graduado en Harvard había aprendido que publicar era tremendamente importante, pero nunca me había decidido a escribir un libro, y como mis artículos científicos no siempre les agradaban a los editores de las revistas de la APA, pues mi labor de publicación había sido muy pobre. Ahora con mi libro editado en 100.000 ejemplares que se habían agotado en un mes, podía decir que era un autor más leído que la mayor parte de los psicólogos contemporáneos... En el libro se planeaba con cierto detalle la reforma en los programas de socialización, comenzando por enfatizar el papel de la familia y de otras agencias de socialización. Mostraba cómo estábamos llevando a cabo un experimento social, nunca antes emprendido en una escala tan grande, a nivel nacional. El experimento daría sus frutos a largo plazo, y se había diseñado con cuidado y esmero, sin dejar nada al azar, al menos en términos relativos, ya que los fenómenos sociales son muy complejos y tienen innumerables variables difíciles de controlar. Ese experimento tendría que evaluarse, y con base en dicha evaluación se harían los cambios del caso. La educación, continuaba el libro, comienza en el momento en que se planea tener el hijo, sigue con la concepción, el período de desarrollo prenatal, el nacimiento, la primera infancia tan importante y descuidada, la educación preescolar, la escuela primaria y secundaria, y el entrenamiento para un oficio u ocupación. En la educación había muchos parámetros ideológicos y filosóficos, que estábamos tratando de explicitar y someter a la consideración del pueblo. La línea directriz más importante era humanista, una especie de humanismo comportamental, en la cual lo bueno era aquello que era bueno para el hombre, y lo malo que era malo para el hombre. No era realmente un absolutismo axiológico sino un nuevo humanismo, que tenía en cuenta la relatividad cultural e histórica de los eventos. Creo que esa parte ideológica fue la más pobre del libro, dado que la filosofía nunca ha sido mi fuerte. Las partes psicológicas eran mucho mejores. La explicación de los programas de refuerzo, tanto los simples –razón fija, razón variable intervalo fijo, intervalo variable– como los múltiples, compuestos, conjuntivos, etc., creo que estaba bastante bien. En todos los casos se daban ejemplos prácticos. El libro tenía hojas de registro, enseñaba a hacer líneas de base, simples y múltiples, a registrar conductas, a categorizarlas en grupos. Al hablar de refuerzos (o reforzamientos) se insistía en la importancia de ser contingente en su aplicación; se hablaba de refuerzos físicos, simbólicos, sociales, internalizados. La meta era un hombre o mujer adulto y maduro, psicológicamente, que obrara con el refuerzo único de su propia satisfacción y de la seguridad de estar actuando de acuerdo con las metas de la nueva sociedad. La disciplina se planeaba con base en explicaciones que se le daban al niño, y obviamente con base en refuerzos. Se insistía en la importancia de razonar con el niño, explicarle las causas y consecuencias de las cosas. La obediencia debía ser internalizada, el niño debía querer hacer aquello que debía hacer. Este condicionamiento me costó un par de semanas de reflexión, pero creo que finalmente lo expliqué bien. La obediencia debía surgir del interior del niño y no de presiones externas, de consecuencias aversivas si no obedecía. Al estar dentro del mismo contexto social, el niño y los padres debían llegar a las mismas conclusiones. La disciplina no tenía por qué ser un problema. El niño debía tener tiempo libre, poder jugar, expresarse, hablar, hacer lo que quisiera, correr por el patio, desarreglar la casa, tirar al techo sus juguetes. Claro está, tenía que volver a poner todo en orden otra vez. Yo insistí mucho en esta expresión de emociones, en esa “libertad” (¡otra mala palabra!) del niño. Se cree generalmente que el condicionamiento implica cadenas que se le ponen a la gente, y privación de libertad y de autodeterminación. Al contrario, yo quería niños más libres y espontáneos, que hablaran, gritaran, expresaran sus emociones y tuvieran una infancia feliz y rica en experiencias. Esos nuevos niños, que quisiera hacer aquello que debían hacer, serían niños alegres y creativos, cuyas potencialidades la nueva sociedad iba a desarrollar. Como la nuestra era una sociedad igualitaria, no había clases sociales (estábamos en proceso de abolirlas), y todos debían poder llegar muy arriba, en las ciencias, en las artes, en su realización como seres humanos. Una norma práctica de crianza fue pedirles a los padres que planearan pasar todos los días al menos una hora con su hijo. Di a esta norma el nombre de “la hora de Pedrito”. La hora de Pedrito se planeaba dentro del programa de actividades diarias, en la misma forma como se planeaban la hora de comer, de dormir, de ir al trabajo. En esa hora se hablaba con el niño, se le escuchaba y se hacían planes juntos. Su objetivo era socializar al pequeño, convertirlo en un ser humano mediante el contacto con otros seres humanos (el llamado proceso de “humanización”); no había que enseñarle nada específicamente, sólo estar con él. Creo que la hora de Pedrito fue una gran idea, y espero que le hayan dado la importancia que se merece. {{ 6. LA REFORMA DEL CALENDARIO Uno de los proyectos que surgieron directamente del Sr. Presidente fue la reforma del calendario. El mismo escribió el proyecto, y me lo pasó a mí para que yo luego compartiera la idea con el Grupo de los Diez. –Panamá es un país bello –decía Martín– uno de los países más importantes del mundo. El hecho de poseer costas en dos mares, de tener el más grande canal transoceánico, de ser una mezcla de razas –la raza cósmica de Vasconcelos– nos convierte en el corazón del planeta. Es un país maravilloso que yo quiero mucho. Y es hora de que Panamá le enseñe algo al mundo, algo nuevo e importante, como nuestro experimento de reforma social, basado en la ideología humanista y en la tecnología de la psicología científica. Dentro de esta reforma hay un aspecto que a mí me ha interesado y es la reforma de los meses, los días, las horas, la jornada laboral y la época de las vacaciones. Quiero que adoptemos un nuevo calendario en Panamá y luego lo sometamos a las Naciones Unidas, para que sea considerado con miras a su adopción en todo el mundo. En el proyecto de Martín los meses cambiaban, ya no eran 12 sino 10, cada uno de 36 días. Cada mes tenía el nombre de un gran hombre de la historia y no de una divinidad griega o romana. Martín presentó una lista muy grande de hombres famosos, para que eligiéramos los 10 que iban a dar su nombre a los meses del año. Cada semana a su vez tenía 6 días, en lugar de 7, y cada día tenía el nombre de un gran hombre. Las horas del día cambiaban, y en lugar del llamar “cinco de la mañana” a la hora en la cual salía el sol todos los días, la llamábamos “una”; de ahí en adelante se comenzaba a contar, de manera continua las 24 horas del día. Con el nuevo horario uno entraría a trabajar a las 3 y no a las 8 de la mañana como entrábamos ahora. Realmente reformas de carácter astronómico no había ninguna, de modo que llamar reforma de calendario al proyecto de Martín no tenía mucho sentido. Pero a él siempre le gustaban las grandes ideas y por lo tanto preferimos, en las reuniones del Grupo de los Diez en las cuales se analizó exhaustivamente el proyecto, seguir hablando de “reforma del calendario”. Había un punto interesante y extraño, en relación con el día libre o sea con nuestro domingo. Cada mes tenía 36 días, y estaba formado por 6 semanas, cada una de éstas tenía 6 días (seis por seis, treinta y seis). El proyecto contemplaba que la gente trabajara 5 días de cada semana y descansara uno. Lo interesante era que ese descanso cambiaba: no todo el mundo tenía libre el “domingo” sino que unos grupos tenían libre el “lunes”, otros el “martes”, etc. En esta forma la sociedad no se paralizaba, como ocurría en otros países durante los días de fiesta. Había dos alternativas para hacer esto: una era por profesiones y ocupaciones (los médicos el lunes, los albañiles el martes, etc.). Otra alternativa era por áreas de la ciudad: el área 1 (por ejemplo, la zona postal 1) tenía libre el lunes, la zona 2 el martes, etc. En el proyecto estaban ambas alternativas, pero el Sr. Presidente decía claramente que prefería la segunda de ellas, la de tener un día libre que variara según la zona de la ciudad; esto, claro está, por razones prácticas. –Los franceses del tiempo de la revolución llevaron a cabo una reforma como ésta en lo que respecta a los nombres de los meses –dijo mi amiga Mercedes, una de las asesoras del Sr. Presidente. Mercedes era profesora de párvulos, tenía una edad indefinida entre los 30 y los 40 años, y poseía una inmensa cultura, realmente envidiable. –Creo que fracasó esa reforma –añadí yo. –Sí, es cierto, aunque los nombres de los meses sean convencionalismos tontos, y lo mismo los nombres de los días, ya existe la costumbre, hay una historia escrita que no se puede cambiar, etc. Por ejemplo, si América fue descubierta el 12 de octubre de 1492, no podemos decir ahora que lo fue el 12 del mes de Goethe de 1492. ¿Y no se le ocurrirá también al Sr. Presidente cambiar los años? ¡Eso sí que sería peor, David! Tú, que eres el niño mimado del presidente, convéncelo de que se trata de una idea absurda. Imagino un cambio más radical de calendario, en forma tal que la historia empiece el día en que Martín L. Rey se tomó el poder en esta pequeña república ecuatorial y decidió cambiar el mundo. Lo demás será “antes de” la Nueva Era. ¿Te imaginas el enredo de los libros de historia? –Mercedes, tienes razón, pero creo que el Sr. Presidente nunca ha pensado en cambiar los años. La idea de los meses y las semanas no me parece tan absurda, y debo confesarte que la idea de un día libre a la semana, que cambie según la ocupación o según la zona de la ciudad donde uno viva, me parece realmente atractiva. –Un año de 10 meses, un mes de 36 días y una semana de 6 día, de los cuales 5 son laborales y uno es feriado... Hum... el problema es que Panamá no existe en el vacío, y una reforma como está es absurda a menos que se acepte en todo el mundo, cosa que no va a ocurrir. Hay otro punto: los 10 meses dan 360 días al año, de modo que a tu amigo el Presidente le sobraron 5 días (y en el caso de años bisiestos, 6 días). ¿Qué piensa hacer con esos días extra? –Supongo que unas vacaciones colectivas. Aunque realmente esto se opondría a su política de tener el país funcionando a todas horas, incluyendo los domingos. Supongo que esos días extra serán para alguna finalidad especial. Pero ¡ya recuerdo¡ Está en el proyecto, ¿no lo leíste completo? Esos días serán para meditación. A mí me extrañó mucho cuando lo leí. Dice que tendremos una especie de “retiros intelectuales” (como los retiros espirituales de los monjes), para planear el siguiente año, para hacer un balance de las actividades, logros y fracasos del año anterior. Será una época de inventario y evaluación nacional. Martín insiste en que la gente no piensa, no planea, no tiene tiempo para reflexionar. De acuerdo que en el nuevo calendario hay cinco días que se le añaden a los 10 meses, 5 días que están como “sueltos”, al acabar el año, con el fin de pensar. Supongo que esta “meditación trascendental” la aprovechará la gente para irse de vacaciones a la playa y no para reflexionar en el año que se aleja y en el año que llega. –Sí –observó Mercedes– en cualquier programa científico es preciso evaluar los resultados, hacer evaluación permanente, crítica, tener feedback acerca de lo que está pasando. Si ésta es una sociedad científica, y más aún, si la basamos en el análisis experimental de la conducta, es vitalmente importante esa evaluación. –De modo que no será simple meditación, en casa. Yo tengo simpatías por la gente que hace un examen de conciencia cada día, que medita en la soledad de su hogar, y planea con cuidado el siguiente día. ¡En Panamá lo vamos a hacer a nivel nacional! Pienso que lo más apropiado para estos cinco días extra que tiene cada año es organizar grupos de discusión, a todo nivel, en los barrios, en los campos, en las fábricas, para estudiar los informes del gobierno, criticar los resultados logrados y planear la siguiente etapa. En esta forma nuestra gente tendrá participación activa en el proceso de cambio. Es muy importante que todos consideran esta inmensa reforma social como algo propio, que estén involucrados en las mejoras que se están llevando a cabo, que no crean que es algo impuesto por el Sr. Presidente y sus asesores. –¡Querido, hablas con un entusiasmo contagioso! Cualquiera diría que estás vitalmente involucrado en la transformación psicológica y social del país. –Claro que sí, obviamente que lo estoy. Generalmente no hablo mucho, pero tú eres muy estimulante, Mercedes. Reímos un rato, y luego discutimos la lista de grandes hombres que había propuesto Martín para dar su nombre a los meses y a los días de la semana. Incluía filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles, de “este lado”, o sea de la cultura occidental; Confucio y Lao Tsé, del “otro lado”; estadistas como Churchill y De Gaulle; guerreros como Atila; científicos como Einstein y Newton; escritores como Thoreau y Oscar Wilde; líderes religiosos de distintos credos como Buda y Jesús; gente de ayer y de hoy, hombres y mujeres, pero con un marcado predominio de los varones. –La historia la han hecho unos 100 hombres y una docena de mujeres –me contestó Martín cuando le comenté la escasez de mujeres en su lista–. De todos modos te he incluido las más grandes mujeres de la historia, como Catalina de Rusia, la reina Victoria de Inglaterra, María Curie y las hermanas Bronte. Espero que en la lista definitiva incluyamos al menos una mujer. Tenemos que reducir los nombres hasta llegar a 16; 10 para los meses y 6 para cada uno de los días de la semana. –Comte intentó algo similar, y lo mismo se trató de hacer en la revolución francesa. –¡La lista de nombres de Comte era simplemente estúpida! Lo mismo los ridículos nombres que los revolucionarios franceses dieron a los meses del año. Pero nosotros no vamos a hacer nada de eso. Estamos eligiendo las personas más destacadas de la historia para bautizar los meses del año y los días de la semana. ¿Qué es lo más importante que ha producido el planeta? Sin duda, sus grandes hombres. Ellos han hecho la historia y han cambiando el mundo. Yo no le quise discutir que los historiadores de hoy prefieren decir que el “zeitgeist” o espíritu de los tiempos es la causa de los cambios sociales, y no los grandes hombres; que los descubrimientos son inevitables y lo mismo las invenciones. El papel de los hombres y mujeres a nivel individual como artífices de la historia es en apariencia, menor de lo que piensan los profanos en la materia. –Vamos a eliminar del calendario a Marte, Venus, Juno y otras divinidades, y a colocar en su lugar a hombres y mujeres de carne y hueso, que lucharon por mejorar la vida de sus compañeros de viaje y por descifrar los misterios del universo. El asunto de los nombres de los meses dio origen a numerosas discusiones en el Grupo de los Diez, y entre las distintas comisiones. La discusión se hacía medio en broma, dado que en el fondo nadie creía que el Sr. Presidente se atreviera a cambiar el calendario. Pero se atrevió. Lo cambió, a pesar de la insistencia de mi amiga Mercedes en que un cambio como estos era imposible a menos que se hiciera a escala mundial, ya que un país no existe en el vacío y en fin… –Piensa por ejemplo en los viajes –me decía Mercedes–, en los itinerarios de avión, que se hacen para todo el mundo, se colocan las horas y los días. Ahora, ¿cómo van a hacer con nosotros? Aquí los vuelos no llegarán un viernes a las 11 de la mañana, sino el día de Platon a la hora 6. ¡Imposible, sencillamente imposible! El Sr. Presidente le dio nombres a los meses, pero tuvo el buen sentido de no hacerlo con los días de la semana. No sé quién se lo sugirió. Los días de la semana tuvieron en adelante letras, de la A a la F: lunes fue día A, martes día B, etc. Además hubo un período de transición, en el cual se usaba la terminología antigua y la nueva, pero enfatizando la necesidad de aprender la nueva. La lista final de nombres para los meses del año la definió el Sr. Presidente, dado que sus asesores no logramos ponernos de acuerdo. Su lista dejó a todo el mundo insatisfecho, pero nos sacó de interminables discusiones, la mayor parte sin mucho fundamento. Los 10 meses del año tuvieron los nombres de Lao Tsé, Moisés, Jesús, Sócrates, Leonardo, Darwin, Marx, Marie Curie, Freud y Einstein. –Demasiados líderes religiosos –comentó Mercedes–. Demasiados científicos. No hay nadie de la edad media, no hay ningún árabe, ¿y quién me va a decir que Freud merece estar ahí? ¿Tú no crees eso, verdad? –El Sr. Presidente quería incluir a Skinner, ¡pero esto habría sido ya demasiado! Estamos haciendo una sociedad skinneriana, y encima de todo elevamos a Skinner a los altares cósmicos, al remplazar el nombre de una divinidad griega por su nombre… No, Mercedes, seríamos el hazmerreír del mundo entero. En cambio incluir a Freud está bien, él es una figura histórica, tremendamente controvertida, con la cual uno puede estar o no de acuerdo, pero en fin es ya parte de nuestra civilización. Yo creo que la lista no está tan mal. Incluye diferentes áreas, gente de varias épocas y de varios países, pensadores de distintas orientaciones, están Marx y Jesús. No, creo que Martín pensó mucho, antes de proponer esta lista definitiva. –Tú siempre lo defiendes. ¡En todo caso, pase lo que pase, yo creo que vamos a ser el hazmerreír del mundo por haber tenido la osadía de cambiar el calendario! {{ 7. EL TRABAJO Cambiar los nombres de los meses y su longitud fue algo de valor nominal, que ocupó las primeras páginas de los periódicos de todo el mundo, pero realmente no condujo a demasiadas consecuencias inmediatas. En cambio sí las tuvo la reforma del trabajo que implicaba tomar un día libre a la semana, que era diferente según la zona de la ciudad donde uno viviera. La ciudad capital se dividió en zonas, y lo mismo las otras ciudades del país. En todos los casos debían ser números divisibles por 6; una ciudad tenía 18 zonas, otra 12, otra 24. La gente tomaba su día libre sin que se paralizara la ciudad, como ocurre en el resto del mundo durante los días feriados. Aquí en nuestra nueva sociedad el comercio no se detenía, las industrias seguían funcionando todo el tiempo, siempre podía uno encontrar un médico o un dentista, no importa qué día fuera; si los dentistas de nuestra zona estaban de día feriado, bastaba con ir a otra zona de la ciudad. Lo mismo si deseábamos comprar una camisa o un par de zapatos. A la gente eso le gustó mucho. Era novedoso y raro, tenía el atractivo de lo desconocido. Sólo unos pocos viejos escépticos miraron con desconfianza el nuevo sistema y aseguraron que no podía funcionar. Para la mayor parte de la población fue una reforma que les llamó la atención y fue bien recibida por la generalidad de las personas. Mayores recelos despertó otro aspecto, que implicaba una reforma a fondo del sistema de trabajo. La comisión respectiva se basó en estadísticas y datos de la Comisión de Economía, para proponer una semana de trabajo con horario flexible. Todos tenían que trabajar 40 horas a la semana (5 días laborables, normalmente de 8 horas cada uno), pero podían organizar estas horas como mejor quisieran. Uno podía trabajar sólo 4 días en vez de 5, si lograba completar en esos 4 días las 40 horas obligatorias; en esos casos tendría el día libre de su barrio, y otro día libre más, de su propia escogencia. Los horarios flexibles eran difíciles de organizar en las empresas pequeñas, de pocos empleados. Pero en las empresas grandes esto era fácil de hacer, siempre que se planeara: la secretaria A no viene el lunes, la B no viene el martes, etc. En las empresas con una sola secretaria, estos cambios fueron más complejos y se requirió una reprogramación. Hubo sitios donde se presionó para que se mantuvieran los 5 días de trabajo de 8 horas cada uno. Además los jefes tenían dificultades para organizar su horario flexible, en contra de lo que pudiera pensarse. Al hacer registros de conducta con todas las normas del caso, de línea de base múltiple, se encontró que el lunes y el viernes eran los días más ocupados. En la nueva terminología, el día A (lunes) y el día E (viernes, víspera del día festivo F) eran los más activos. Por lo tanto se buscó que los horarios flexibles tuvieron esto en cuenta. Igualmente había un lapso de tiempo más ocupado que los demás, entre las 10 y las 12 de la mañana en el horario anterior (de 5 a 7 en el horario nuevo, que comenzaba al salir el sol, o sea, en lo que antes eran las 5 de la mañana). En esta faja de tiempo, los días A y E, se llevan a cabo la mayor parte de las transacciones comerciales, las citas profesionales, las actividades de diversa índole. De modo que la planeación debía tener esto en cuenta. –Yo creo que 40 horas semanales es demasiado –dijo Martín en una reunión con la Comisión de Trabajo–. En actividades rutinarias y alienantes, como son la mayoría, trabajar 40 horas es excesivo. A un obrero o una secretaria no le queda tiempo para nada, absolutamente nada, excepto para trabajar. Uno de los expertos en tiempos y movimientos de la Comisión de Trabajo le insistió en que un trabajo rutinario bien aprendido, con adecuadas condiciones de iluminación y con adecuada tecnología, no era una actividad pesada, consumía pocas energías, y la persona en cuestión no tenía que tomar muchas decisiones… –¿Qué le queda a esa persona?, ¿en qué se le convierte la vida? Un obrero es un apéndice de la máquina que está manejando. Una secretaria realmente es un apéndice de su computadora y de su archivador. Queremos gente libre y autónoma, que trabaje poco y tenga mucho tiempo para dedicárselo a sus hijos, su cónyuge, al cultivo de su mente, al arte y a la ciencia. La meta es una semana de 20 horas y no de 40. –Todos los estudios de la Comisión de Economía señalan que eso es imposible, Sr. Presidente. –Ya lo sé. Es imposible ahora. Espero que no lo sea por mucho tiempo. Hay que incrementar la producción, y esto quiere decir trabajar más, no reducir a la mitad la jornada laboral. Lo sé, lo sé, he leído el proyecto de la Comisión de Economía, que entre paréntesis me parece que posee muchos defectos. Pienso que la Comisión de Economía es la menos fuerte de todas las que componen Planeación Nacional. –¿Estaremos fallando por la economía? –pregunté yo tímidamente. –¡No estamos fallando en nada! Todo marcha muy bien. No acepto críticas ni reproches. ¡Esta sociedad es el más grande experimento intentado por el hombre! El experimento más… El Sr. Presidente se calló cuando notó mi cara seria y atenta. No quería que repitiera su sermón una vez más, ya que al fin de cuentas se lo habíamos oído docenas de veces en el último año. Pero lo cierto era que algunas compañías extranjeras se habían marchado del país y otras amenazaban con hacerlo. Se habían escapado varios capitalistas importantes, aunque no se habían llevado sus fábricas ni el dinero que tenían en el país. Era triste esto, que la gente no comprendiera las potencialidades del nuevo sistema, y prefiriera marcharse al extranjero a observar desde lejos los cambios sociales, sin tomar parte activa en ellos. Pero la economía marchaba, y en el proyecto de la Comisión se había considerado este fenómeno, de las compañías extranjeras que se marchaban y de los capitales nacionales que trataban de escapar. El Sr. Presidente no había tomado aún ninguna decisión acerca de sus oponentes, y quien quisiera salir del país podía hacerlo sin problema: pero no podía llevarse su dinero ni su empresa. –La reforma del trabajo es psicológica y económica –dijo uno de los expertos–. Nos basamos en todos los principios y leyes del aprendizaje para motivar a los trabajadores, estimularlos y controlar su rendimiento. Nos interesan los refuerzos extrínsecos, por ejemplo el dinero y también los intrínsecos, como las satisfacciones personales. El plan a largo plazo conlleva desenfatizar la motivación extrínseca y remplazarla por motivación intrínseca. Aunque, como ustedes saben, hay que comer. –El pago –continuó otro de los expertos de la Comisión de Trabajo– se hará con base en programas de reforzamiento. No aleatoriamente sino contingentemente. Se remplazarán los programas actuales (que son básicamente de intervalo fijo, al pagar cada 15 o cada 30 días), por programas de razón fija, en la cual se gana en función de lo que se trabaja. El que más trabaje más gana. Se controlará el ambiente de trabajo y se tratará que se vuelva lo más atractivo posible. La tarea debe ser agradable, tener sentido para el que la realiza. Trabajar debe ser fascinante, y dejar de ser simplemente una forma de no morirse de hambre… –O de no morirse de aburrimiento… –añadió otro experto. –Exactamente. La gente trabaja por muchas razones, y vamos a hacer programas motivacionales que enfaticen los valores positivos del trabajo. Un aspecto importante es el apoyo emocional recibido del grupo, ya que trabajar es una actividad social; trabajamos con otras personas, para otras personas. Y los estímulos más importantes para el ser humano son los otros hombres y mujeres, y no las cosas físicas. Cuando yo era estudiante en Estados Unidos siempre me causó extrañeza la enorme importancia que se daba en ese país al dinero. Se decía que uno trabajaba por dinero, casi exclusivamente. Sin embargo, la gente que tenía suficiente plata, también trabajaba, y los estudios controlados que hacían los psicólogos organizacionales demostraban que eso no era cierto, que la gente trabajaba por una gran cantidad de razones, siendo el dinero sólo una de ellas, y no la más importante. Las personas trabajaban para dar sentido a su vida, para ocupar su tiempo, para satisfacer necesidades de independencia, de estatus y de logro; trabajan porque se sienten bien con sus compañeros de trabajo. Trabajan para estar activas, para ser bien aceptadas por su comunidad, trabajan por muchas razones. –Quiero aclarar un punto –dijo el experto que había hablado antes, retomando su razonamiento–. Se implementarán diferentes programas de reforzamiento para diferentes actividades. Dije antes que vamos a enfatizar los programas de razón fija y no de intervalo fijo, pero en realidad lo que vamos a hacer es a diseñar programas para cada situación específica; la mayoría de los programas de refuerzo serán complejos, múltiples, conjuntivos, entrelazados, etc. –¿Y la abolición del dinero? –preguntó Martín impacientemente. –Sí, Sr. Presidente, eso está en otro de los capítulos del proyecto. Creo que va a ser difícil abolir el dinero, y en todo caso no se contempla que lo hagamos durante los primeros 5 años. Puede que más tarde se logre. –¡Cinco años! Demasiado, demasiado… Remplacemos el dinero por beneficios, para vivienda, salud, educación… –La salud y la educación ya las hemos vuelto gratuitas –recordé yo– y la vivienda ya la estamos concediendo a precios realmente irrisorios. Uno de los rubros en los cuales estamos invirtiendo mayor cantidad de dinero es en vivienda para los estratos más pobres de la población. –Sí, lo sé. Y no pensé que nos fuera a salir tan tremendamente caro darle una vivienda decente a cada familia que la necesita. ¿Dónde vivía la gente, antes, por todos los cielos? ¡Debajo de una piedra! Ahora tienen casa, o están en proceso de adquirirla, y no les ha costado casi nada. –A nosotros sí nos ha costado mucho, Sr. Presidente. Es uno de los proyectos que tendremos que evaluar muy cuidadosamente, durante los días de meditación, al final del año. Uno de los logros más importantes del nuevo gobierno había sido acabar con el desempleo, que antes era del 12% en el país, e incluso más alto si consideramos el subempleo. El nuevo sistema social le había dado trabajo a todo el mundo, había creado muchos puestos en el gobierno ya que los planes necesitaban una enorme cantidad de gente para ayudar en su implementación. Además de los cargos gubernamentales, a todo nivel, también se habían creado puestos, desalentando la automatización excesiva en las fábricas y empresas. Lo urgente era que cada persona tuviera un trabajo, no que la empresa contara con los equipos técnicos más modernos y sofisticados, en los cuales una máquina hace el trabajo de 10 hombres o más. ¿De dónde salía el dinero para pagar estos nuevos cargos, especialmente los del gobierno? ¿No iríamos nosotros a caer en la trampa del capitalismo, y a poner en circulación dineros sin reservas para poderles pagar a tantos nuevos empleados? Yo había leído sobre el dilema desempleo-inflación, que mucho me asustaba: si se controla la inflación aumenta el desempleo, si se disminuye el desempleo crece la inflación. Nosotros habíamos optado por acabar con el desempleo. La economía centralizada supuestamente podía controlar todos estos factores; al menos eso decían los libros rusos al defender lo que nosotros llamábamos “capitalismo de estado” en posición al capitalismo individual. En una sociedad tan planificada y controlada como la nuestra, sin duda alguna la economía tenía que estar fundamentalmente en manos del gobierno. No se debía dejar nada al azar. La economía era demasiado importante para dejarla en manos de los economistas. {{ 8. ¿CHINA O RUSIA? Nadie sabe por qué a los Estados Unidos no le gustaba nada lo que estaba ocurriendo en nuestro país. Y ellos siempre han pensado que tienen que dar su opinión acerca de lo que pasa en cada rincón del mundo, sea que uno le pida que lo haga o no. Lo cierto fue que el gobierno de USA demostró “honda preocupación” por los acelerados cambios sociales que estábamos llevando a cabo. En pocos años habíamos acabado con el desempleo, habíamos socializado la medicina, erradicado prácticamente el analfabetismo, dado vivienda a toda la gente. Eso sonaba mal, sonaba a comunismo. Terrible palabra. Además el gobierno insistía en que su marco de referencia era una especie de humanismo socialista o socialismo humanista, como fuera. Las compañías estadounidenses habían decidido abandonar el país, creando una confusión y un desconcierto inmenso en la economía nacional. Casi quedamos en bancarrota cuando las empresas estadounidenses se marcharon. Yo que nunca había entendido demasiado de economía, me di cuenta del poder real que tiene el dinero en el mundo. Quedamos al borde del abismo, de la quiebra, y nuestra reforma social casi fracasa, solamente porque los grandes capitalistas de Wall Street tenían sospechas de que el país se podía convertir ¡en una segunda Cuba! Parece ser que en Moscú y en Beijing se les ocurrió la misma idea. En el lapso de pocos meses recibimos delegaciones “no oficiales” de China y Rusia, que querían visitar el nuevo experimento social del mundo en desarrollo, ver lo que pasaba en nuestra tropical patria. La diferencia entre esta reforma social y las otras intentadas en diversos países, era que nosotros nos basábamos en la ciencia, especialmente en la ciencia del comportamiento humano. Pensábamos que la revolución empieza con la infancia, con las prácticas de crianza de los niños. Dábamos enorme importancia a los factores psicológicos en la producción, en la toma de decisiones sociales, en el sentido de compromiso con los cambios y las reformas. Queríamos cambiar la familia, la sexualidad, el trabajo. Era una revolución más profunda, más vital, más duradera. La comisión de China llegó primero. Estaba compuesta por una docena de funcionarios muy amables pero poco expresivos, que salieron de Beijing para Panamá vía las Naciones Unidas. Estuvieron un tiempo en Nueva York y luego llegaron a Tocumen. El Sr. Presidente y sus hombres de confianza, entre ellos yo, estuvimos en el aeropuerto para recibirlos. –Yo no sé nada sobre China –nos confesaba el Sr. Presidente a Mercedes, a Eduardo el encargado de comunicaciones, y a mí–. Sólo sé que es un país gigantesco, que hablan mandarín y varios idiomas más, y que tuvieron a un hombre como Mao, que logró que su inmenso país pasara de la edad de las cavernas a la edad atómica, en dos décadas. Sé también que pelearon con Japón. Recuerdo igualmente que su apreciación de Confucio y de Lao Tsé cambia con el gobierno de turno, y que generalmente no es muy positiva. Pero Mao, ¡ése sí que fue un gran hombre! ¡Es increíble cómo pudo existir una persona así! Recuerdo sus luchas, sus logros, la manera como organizó el país. Cuando China anunció que tenía la bomba atómica todos nos fuimos de espaldas, como hicimos también cuando la URSS lanzó el primer sputnik. ¡Países de campesinos, países pobres y subdesarrollados como China y Rusia no podían lograr realizar tales hazañas! –Hoy nadie los considera pobres ni subdesarrollados –observó Eduardo–, por el contrario, son dos de los países más avanzados industrial y tecnológicamente del mundo. Ellos se han encargado de hacer cambios sociales, y los han mostrado al mundo cuando ha llegado el momento de hacerlo. Creo que su sistema de planeación no ha sido igualado por ningún otro país. Cuando el avión que traía la comisión china iba a aterrizar, nadie sabía qué esperar. Los chinos llegaron, hablaron todo el tiempo en un correcto español –cosa que nos sorprendió y nos agradó mucho–, incluso con acento del Caribe. ¡Increíble lo que hace la política internacional! Con ellos visitamos las escuelas, las fábricas y los servicios de salud. Les mostramos los proyectos de vivienda, los planes de incremento industrial, y hablamos de la reforma de la familia. Mercedes quería hablarles de los cambios que se planeaba implementar en áreas más controvertidas y complejas como la sexualidad. Pero el Sr. Presidente hizo notar que los chinos tienen fama de puritanos y mojigatos, y por lo tanto iban a pensar que en el trópico todos éramos unos libertinos sexuales, y esto estropearía la visita. De modo que sólo mostramos aquellos logros que los pudieran impresionar –para “apantallarlos” como dicen en México–. No les mostramos las cosas que les pudieran fastidiar. ¡Lo que hace la política internacional! La reforma del calendario les interesó mucho, y lo mismo las vacaciones en distintas épocas del año y el día feriado en distintos puntos de la semana, según la región de la ciudad donde uno viviera. –Encontramos –explicaba Eduardo, nuestro experto en comunicaciones– que la gente se mueve en un círculo relativamente limitado, geográficamente. Sus hijos van a una escuela no demasiado lejos de la casa, y ellos van al médico y al dentista que están cerca de su casa o de su trabajo. Así, toda la gente de la zona 4, por ejemplo, podrá tomar su día de descanso a la vez, incluyendo fábricas, servicios profesionales, escuelas y residencias. –Lo mismo ocurre con las vacaciones anuales –continuó– se toman en distintas épocas del año. Antes todo el mundo se iba a la playa en diciembre y los hoteles no podían albergar tanta gente, el servicio era deficiente, y esto conllevaba a la parálisis del país durante esa época, algo como ocurre en Francia y España durante el mes de agosto, que la gente desaparece de las ciudades y se las deja a los turistas. Los chinos sonrieron pero no dijeron nada. Sin duda nuestra reforma social se había centrado en cosas “poco importantes” para el punto de vista de los chinos, como la familia, los niños, los factores psicológicos del trabajo y la recreación. Los grandes problemas económicos e ideológicos no se los habíamos explicado. Era posible que ellos pensaran que la reforma social era incompleta y de alcances limitados. –El país funciona 360 días al año, sin interrupción alguna. Los 10 meses, de 6 días cada uno, se ocupan íntegramente, y esto ha tenido una repercusión muy positiva en la producción –expliqué yo. –¿Y los 5 ó 6 días restantes del año? –preguntó uno de ellos hablando castellano como si hubiera nacido en Panamá o Colón y no en Beijing. –Son para meditación –expliqué, sintiéndome un poco incómodo de tener que hacerlo–. La gente se reúne en las fábricas, escuelas, teatros, casas y evalúa el año que termina, y hace planes para el año que llega. El gobierno envía anualmente reportes de sus logros y de sus fracasos, para que la gente los analice… Martín me miró, y noté que no le agradaba que yo le mencionara que también habíamos tenido fracasos. Y que los reportes anuales lo reflejaban. –La meditación no necesita limitarse a los reportes del gobierno –añadió Mercedes–. La gente puede meditar en lo que desee, aunque nosotros le damos sugerencias, a través de nuestro sistema de Comunicación Social. Pero queremos que la familia esté junta, que hablen, que piensen mucho, que solucionen sus problemas internos. En esta época de meditación una pareja decide casarse, otra divorciarse, otra enviar a su hijo a una escuela especial. Es una época de reencuentro, de introspección, incluso de silencio. Creo que se hace lo mismo en varios sistemas religiosos, en el Islam si no estoy mal informada. El sistema de salud y de educación era parecido al de otros sistemas socialistas, y realmente no les interesó tampoco mucho a los chinos. En las últimas reuniones con el grupo asesor del gobierno se habló vagamente de una posible colaboración con Beijing para ayudar a sacar avante los resultados de nuestra reforma social, pero no se concretó nada. Los chinos se fueron sin prometer mayor cosa. Yo siempre pensé que a China le interesaría muchísimo tener un país americano que dependiera de ellos y siguiera su orientación ideológica. China no tiene a nadie en América. La visita de la delegación rusa fue más prolongada y la gente fue más expresiva. Hubo más preguntas, más reuniones, más explicaciones. Entre los expertos rusos vinieron hombres y mujeres que eran hijos de españoles que habían emigrado a Rusia después de la guerra civil y se habían radicado allá. Vinieron también varios cubanos. Una noche que acabábamos de terminar una visita a un centro de entrenamiento de madres sustitutas, dirigido por uno de los principales psicólogos estadounidenses especialistas en estimulación temprana, centro que había llamado mucho la atención de los rusos dada la gran atención que se les presta a los niños en Rusia, Martín parecía fatigado y molesto. –No me gusta el imperialismo de los cubanos –me dijo–. Fíjate en lo que han hecho en África. Fíjate cómo les interesa Panamá. Ahora quieren ser los “redentores” del mundo en desarrollo, y se dedican a “asesorar” las guerrillas de África y de Latinoamérica. Su actuación en Bolivia, en Angola, en Venezuela, en tantos otros países, es realmente imperialista e implica una intromisión en los asuntos internos de dichos países. Ellos quieren extender la revolución de corte cubano por el mundo, con la misma fe con la que los primitivos cristianos extendieron la suya; son unos cruzados actuales, esos cubanos. –Siempre han tenido fama de gente trabajadora y organizada. Lo que hacen lo hacen bien. Los cubanos que emigraron a Estados Unidos o a Puerto Rico pronto progresaron, se adaptaron a su nueva patria y escalaron importantes posiciones. Son inteligentes, trabajadores, serios, ahorrativos, no se parecen en nada a otros pueblos del Caribe ni encajan en los estereotipos que hay acerca de los latinoamericanos. –No sé qué quieren de nosotros. Su actitud es realmente seductora y conquistadora, y eso me hace reventar de furia. En cambio los chinos fueron más serios y discretos, vinieron a observar y estoy seguro de que pronto voy a recibir algún programa bien estructurado de ayuda técnica por parte de ellos. Estos rusos y sus amigos cubanos son más parlanchines, prometen mucho hablan mucho. Creo que antes de venir al Caribe los rusos no lo hacían, pero se han adaptado a nuestra realidad geográfica y cultural. No me gustan nada. Prefiero los chinos. Ambas visitas fueron motivo de tensión entre los directivos del país. Nuestra comisión de Comunicación Social, presidida por Eduardo, un joven y dinámico ingeniero de comunicaciones especializado en Sociología, sugirió que no informáramos a la población acerca de tales visitas, dado que eran visitas “no oficiales”. Yo pensé que era inmoral guardar esa información, pero Martín terminó por estar de acuerdo. La información es peligrosa. El conocimiento es poder, y al fin de cuentas nosotros prestábamos atención a lo que decían los expertos. La nuestra era una sociedad científica. Si la nueva ciencia de la comunicación social decía que difundir en los periódicos, la radio y la televisión acerca de la visita de los chinos y de los rusos iba a crear expectativas y temores en la gente, que tuvieran malos resultados, y que por lo tanto era preferible no mencionar esa visita, pues íbamos a seguir su consejo. –Los chinos nunca supieron que los estadounidenses habían llegado a la luna, o que Nixon había visitado China, hasta mucho después de ocurrido el hecho. Es un importante principio de comunicación social tomar en cuenta las consecuencias de la información –explicó Eduardo. Yo me dije que la libertad de prensa y la libertad de información eran derechos humanos, y que sólo los gobiernos totalitarios, de extrema izquierda o de extrema derecha, limitan tales derechos. ¿Estábamos yendo nosotros por ese camino? Los chinos y los rusos enviaron cartas corteses de agradecimiento, y poco después llegaron planes concretos de colaboración económica y social. Para China y Rusia nosotros éramos botines preciados, estábamos en proceso de tomar grandes decisiones ideológicas, y ellos podían “ayudarnos” a tomarlas. Para China sería magnífico tener a Panamá en su órbita, ahora que los estadounidenses habían abandonado el canal y que las industrias gringas se habían marchado haciendo tambalear profundamente la economía del país. Por su parte los rusos nos podían salvar de los chinos y de los estadounidenses. Al fin de cuentas Cuba estaba a una hora de vuelo de Tocumen y nosotros siempre habíamos tenido gran respecto y admiración por la revolución cubana. Si a algo se parecía la Nueva Era que Martín estaba tratando de implantar en Panamá, era a la revolución cubana en sus comienzos. Claro que se parecía mucho menos a la revolución cubana de los años recientes. Pero de todos modos , ¡bienvenidos al club! La reunión en pleno de todo el Departamento de Planeación Nacional, presidida por el Sr. Presidente, duró varias horas. Fue una reunión tensa y difícil, dado que estábamos tomando grandes decisiones, que nadie sabía cómo iban a influir en nuestro futuro. La Comisión de Economía consideraba que no podíamos sobrevivir solos, que el mundo actual era interdependiente –como había dicho tantas veces Kissinger– que vivíamos en un mundo con economía globalizada y por lo tanto al salir de la órbita estadounidense de influencia era preciso aliarnos con los rusos o con los chinos; en opinión de la Comisión, los rusos ofrecían mejores garantías. Todos habíamos estudiado detenidamente las propuestas de China y de Rusia. Habíamos perdido el sueño pensando en el problema. Creo que nadie había dejado de reflexionar profundamente en las implicaciones de dicha colaboración, en el cambio dramático que iba a representar para nuestra historia y para nuestra cultura dejar de ser pro-estadounidenses y volvernos pro-cubanos o pro-chinos. Era un hecho que “solos” no podríamos sobrevivir, en este mundo complejo e interdependiente. Yo hubiera querido que pasáramos a formar parte de una gran Unión Latinoamericana, cuya capital fuera México o São Paulo. Pero ese mercado común había fracasado ruidosamente, y cada vez los países latinoamericanos andaban más separados en lugar de unirse. Yo no quería depender de Beijing ni de Moscú sino de mis hermanos latinoamericanos. Pero ese no era el tema que discutíamos aquella tensa mañana, del mes de Darwin, a las 6 horas del día. La decisión era a quién nos íbamos a vender: a Rusia o a la China. De pronto Martín terminó un largo razonamiento que estaba haciendo. Hablaba desde hacía horas (en esto se parecía a Fidel Castro, le encantaba oírse hablar, a pesar de ser un pésimo orador). Yo había perdido el hilo de lo que decía. De pronto oí que exclamaba: –¡Ni Marx ni Jesús! Ni Lenin ni Mao. Nosotros vamos a existir solos. Tendremos nuestra propia economía y nuestro propio sistema. No vamos a depender de China, de Rusia ni de los Estados Unidos. Seremos una alternativa social, un sistema diferente, una nueva sociedad, que no se parezca a nada que el ser humano haya intentando antes. La gente habló y habló. Finalmente la discusión se terminó porque era muy tarde –eran más de las 9 y había que almorzar–. El Sr. Presidente no había convencido a todos los miembros de la Comisión de Economía, pero había tomado una gran decisión: no íbamos a depender de nadie. Íbamos a contestar negativamente a Rusia y a China y a sobrevivir solos... A pesar de que todos necesitamos de los demás para existir... A pesar de la globalización, de la interdependencia económica y política de las naciones en este momento de la historia. {{ 9. LA COMUNICACIÓN SOCIAL Las visitas de las delegaciones china y rusa al país pusieron sobre el tapete el problema de las comunicaciones, de la libertad de información, del papel que jugaba la radio, la televisión y los periódicos en la Nueva Era. La Comisión de Comunicación Social estaba a cargo de Eduardo Cantón, una de las personas más cercanas al Sr. Presidente, y que más habían colaborado con la reforma social que estábamos haciendo. Eduardo, Mercedes y yo éramos sin duda las personas de confianza de Martín, y sus asesores más inmediatos. La Comisión de Comunicación Social, como se la denominó después de muchas discusiones, tenía una tremenda importancia para el país y su nueva sociedad. Aunque la ciencia de la comunicación toma elementos de sociología, psicología, teoría de la información, e incluso ingeniería de sistemas, es una disciplina con su propio campo de trabajo y su metodología propia. El énfasis psicológico, comportamental, de la Nueva Era de nuestra historia puede ser muy importante para esta ciencia y sus aplicaciones –explicó Eduardo en un informe preliminar enviado como documento de trabajo al Sr. Presidente. Lo primero que hizo la comisión de Comunicación Social fue llevar a cabo un análisis de contenido del material publicado en los periódicos a lo largo de varios meses, antes del comienzo de la Nueva Era. Se analizaron periódicos pro-gobierno y periódicos anti-gobierno, periódicos serios y “amarillistas”. También se hizo un análisis de contenido de las grabaciones radiales y televisadas, incluyendo las novelas, las canciones, los anuncios comerciales, y demás material relevante. Esto sirvió como línea de base a partir de la cual comenzar una reforma a fondo y muy trascendental de los medios de comunicación. Los resultados de ese análisis fueron dramáticos, terribles, desoladores. Los periódicos, la radio y la televisión transmitían ante todo noticias de crímenes, imágenes de violencia y de terror, mensajes de carácter sexual en los cuales la mujer no era más que un objeto de placer y de seducción para el varón. Los anuncios eran simplistas y repetitivos, trataban de fijar en la memoria de la gente mensajes acerca del mejor champú, de la tienda que vende cosas inútiles a precios por debajo del costo, de la forma más adecuada de tener un cutis joven a los 80 años. Las canciones eran especialmente ridículas y sin mensaje alguno, excepto el de una mujer que abandona a su hombre por irse con otro; en las canciones este mensaje de abandono y soledad se repetía una y mil veces, cuando en realidad, al menos en nuestra cultura latina, era el hombre quien abandonaba a la mujer (y no al contrario, en la inmensa mayoría de los casos). –Es curioso pensar en que todas las canciones dicen lo mismo –hacía notar Eduardo–. El mensaje es siempre igual. Ella se va y lo deja a él sumido en la soledad y en el abandono. “Dile que vuelva, que vuelva ya, que el tiempo pasa y la vida se va…” podría ser la síntesis del mensaje. Se repite en prácticamente todas las canciones, de diversos países y de diversos orígenes culturales. Las canciones argentinas, mexicanas, españolas, venezolanas, todas dicen lo mismo. Curioso, ¿verdad? –Tú quisiste ser cantante, ¿no es cierto? –le pregunté indiscretamente. –Bueno, chico, eso no viene al caso –respondió–. Sí, quise ser cantante e incluso lancé un par de discos “sencillos”. No fue fácil, había mucha competencia. Además a mí me interesaban los temas profundos y filosóficos, no las baladas simplistas y repetitivas. Yo nunca podía tener éxito como cantante, dada mi propia estructura de personalidad. Por eso estudié ingeniería, e hice un postgrado en Estados Unidos en sociología. –Pero hay cantantes con mensaje, especialmente político, que han tenido mucho éxito. Por ejemplo Joan Baez, que se sigue oyendo a pesar de los años que han trascurrido. Piensa en Violeta Parra, en los cantantes “serios” –dijo Mercedes. Los tres estábamos sentados tomando café en mi oficina, descansando un poco de las labores del día, y discutiendo informalmente la tarea que le correspondía a la comisión de Comunicación Social. –¿Has oído aquello de que “una canción jamás podrá parar la guerra”? Me gusta, es la realidad – dije yo. –Por eso hay que “cantar simplemente por cantar, sin un motivo de preocupación”. Pero no, hablando en serio, a la gente se le llena la cabeza de esos mensajes simples y repetitivos, absurdos, desconectados de la realidad. Las canciones perjudican y ocupan mucho espacio en la radio… y en la mente de la gente. Alguna vez leía que la “mente” de la gente no era más que su contenido; para el hombre moderno, como para el Peer Gynt de Ibsen, la personalidad es como una cebolla, que al ir quitando cubiertas se encuentra que no hay nada por debajo. Las cubiertas son las cosas que oye decir, lo que lee, lo que le enseñaron, lo que esperan los demás que haga, lo que él piensa que los demás piensan… En fin, ¿qué es él? Nada, al igual que Peer Gynt, es como una cebolla. –“Mi alma no es más que su contenido”, fue una frase de Hume –hizo notar Mercedes. –Siendo así, tenemos que cuidar ese contenido. La mente de la gente está compuesta por las noticias de crímenes, las fantasías sexuales de mujeres inalcanzables, neumáticas, biónicas… está compuesta por un par de melodías dulzarronas que repite cuando está solo, por varios anuncios publicitarios de cosas que no puede comprar o que realmente no necesita. Nuestros campesinos reciben en los periódicos mensajes acerca de viajes a Europa o a Australia en el verano, de la forma de ganar millones de dólares invirtiendo centavos, y de asesinos que secuestraron un ministro, recibieron una fortuna por liberarlo y sin embargo lo torturaron y asesinaron; obviamente que la policía nunca fue capaz de capturarlos. Eso es lo que les llega en la radio, la televisión y los periódicos. Vamos a cambiar todo eso, lo vamos a hacer con ayuda de la ciencia. –Ya trazaste la línea de base. Ahora te toca diseñar e implementar un tratamiento. ¡No te envidio nada, chico! No será una tarea fácil. Al hombre de la calle le extrañó que la radio comenzara a trasmitir mensajes relacionados con la salud, la educación y la mejor forma de vivir. De pronto en lugar del consabido anuncio del “mejor champú del mundo” se escuchó un mensaje que insistía en que los padres deben hablar con sus hijos, deben oírlos y tratar de ser sus amigos; así se solucionaría el problema de la brecha entre las generaciones. Otro mensaje hablaba de las enfermedades contagiosas, incluyendo las de transmisión sexual y su forma de detectarlas y evitar propagarlas. Brindaba información detallada y sencilla sobre aspectos biológicos y su manejo; describía los síntomas, los orígenes, lo que se sabe acerca de ellas, para terminar dando la dirección de los centros de tratamiento de la ciudad. Todo tratamiento, claro está, era completamente gratis. En otro mensaje se hablaba del trabajo y su lugar en el comportamiento. Se hacía notar que el trabajo y el amor se han considerado como pilares de la vida humana, sólo que se ha hablado muchos más acerca del amor que acerca del trabajo. La gente necesita estar activa, ser útil, realizar metas. Uno debe encontrar aquella ocupación que le satisfaga y le permita realizarse como ser humano, y para eso hay Centros de Orientación en la ciudad (dirección tal y tal). El trabajo debe tener sentido, ser atractivo y enfatizar las motivaciones intrínsecas. Uno no debe trabajar sólo por dinero ya que esto implica una visión miope de la vida. En un principio tales mensajes extrañaron a la gente, pero luego se empezaron a tomar en serio. Había mensajes referentes a la salud física y mental, al orden, a la disciplina, a las diversiones. Para el gobierno (a través de la Comisión de Recreación) el tiempo libre y los deportes eran sumamente importantes. Eduardo fue muy claro en insistir que la Comunicación Social no tenía por qué hacerle propaganda al gobierno; si la Nueva Era estaba haciendo las cosas tan maravillosamente bien como decíamos todos nosotros, ¿entonces qué necesidad había de hacer propaganda? Las obras hablaban por sí mismas. Además de mensajes educativos, la radio y la televisión transmitían música, programas de viajes, historia, obras de teatro y novelas, pero todo con mensaje. El programa radial y televisado se integraba dentro de la División de Educación Continuada del Gobierno. Enfatizaba los valores propios del país y de América Latina, pero sin aislarlos; el esfuerzo final era integrarlos dentro de la cultura universal. Se transmitían obras literarias de autores nacionales –que no eran muchos, desgraciadamente– y se buscaba darle relevancia a los valores nuestros. Las canciones tradicionales, o sea las baladas románticas que se transmitían horas y horas por la radio antes de la Nueva Era, quedaron reducidas al 10% del tiempo. Para llenar la necesidad de este tipo de melodías, se contrató a un grupo de compositores para que elaboraran canciones con mensaje – social, filosófico, psicológico– y que enfatizara los valores nacionales y la importancia de la Nueva Era. Las nuevas canciones hablaban, por ejemplo, de los campesinos que habían emigrado a la ciudad a morirse de hambre y convertirse en mendigos o delincuentes, y que finalmente habían regresado al campo, pero en condiciones mucho mejores de las anteriores; referían la historia de una mujer – Dolores– que nació en un cinturón de miseria, fue mendiga, vendedora de flores, y finalmente llegó a ser maestra de escuela. En todos los casos se mostraba que uno podía mejorar su condición, en lugar de sentarse a lamentar su tragedia personal y culpar al destino. –“María pide limosna en la catedral” –tarareaba Mercedes una tarde que entré a su casa sin llamar a la puerta–, “María, María, ave María, María”. –¡Chica, eso no está bien! –exclamé– no estás de acuerdo con la reforma de la radio y la televisión. Malo, te recuerdo que ahora somos optimistas y estamos viviendo en la Nueva Era. –¡David, muchacho! ¿Cómo estás? Veo que muy bien, joven y disfrutando de tu puesto de niño mimado del Sr. Presidente. ¿No te gusta la canción? Creo que es de la Nueva Era, aunque no estoy segura. ¿Cómo van las cosas? ¿Ya fuiste a ver el nuevo teatro cultural? Tenemos que ir juntos. Creo que en un par de semanas se inaugurará la sala más importante en la cual hay un espectáculo propagandístico realmente gigantesco que se llama “Experiencia de la Nueva Era”. –Sí, Eduardo me contó. Este espectáculo narra la historia de nuestro pueblo, desde que llegaron los primeros indígenas a Panamá; sigue con la cultura indígena, la llegada de los españoles, de los negros esclavos, la independencia, etc. La parte principal del espectáculo se centra en los logros del nuevo gobierno, en los programas para erradicar el analfabetismo y el desempleo, la miseria y el odio. Presenta los programas de reforma de la familia, de la crianza de los niños, del trabajo, incluso del calendario. Todo esto con ayuda de películas con varios proyectores simultáneos, de diapositivas, juegos de luces y de sonidos, y una gran cantidad de efectos especiales realmente fantásticos, que envidiaría el mejor productor de cine de Hollywood. Creo que Eduardo se basó en el espectáculo llamado “London Experience” que se presenta en Londres, aunque mejoró la técnica y elaboró su programación con el fin de hacerle propaganda a nuestra revolución social y psicológica. Claro que Eduardo dice que no tiene que ver con “London Experiencie” y que además su espectáculo no le hace propaganda a nada ni a nadie sino que se limita a presentar los hechos de la Nueva Era. –¿Qué inocente, verdad? Yo quiero ir a ver esta “Experiencia de la Nueva Era”. –Claro. Ahora hay muchos visitantes extranjeros que llegan al país y quieren que uno les lleve a ver todas las cosas, las clínicas, las escuelas, las comunas de campesinos, las escuelas de madres sustitutas, la gente meditando durante los últimos días del año... Esto se volvió un trabajo pesado, Mercedes. Yo pierdo mucho tiempo haciendo de guía turístico, dado que nos hemos convertido en figuras importantes, y que la revolución se menciona en todo el mundo. Hace poco la revista Time le hizo una entrevista al Sr. Presidente, y tomó fotos de muchas cosas; espero que el artículo salga bien, sin demasiados cambios ni interpretaciones: Time es una revista seria, después de todo. Martín estaba radiante cuando me contó que lo habían entrevistado para tan prestigiosa publicación, pero yo tragué saliva pensando en sus exclamaciones mesiánicas y grandilocuentes, que los periodistas estadounidense seguramente no entienden y que además no encajan en su estilo. De todos modos hoy se habla de la Nueva Era con cierto respeto, aunque tengamos más enemigos que amigos. La popularidad ha atraído mucha gente a Panamá, pero ahora que tenemos la “Experiencia” de Eduardo –digo, de la Nueva Era– podemos enviar a los visitantes a verla en lugar de llevarlos nosotros mismos de paseo. Un problema muy serio y difícil en la reforma de la comunicación social fue el relacionado con la información fáctica. Las agencias internacionales de noticias enviaban sus cables a Panamá, como antes, trayendo noticias del los viajes del presidente de Estados Unidos, de los conflictos entre árabes y judíos en le medio oriente, de terremotos en el Japón, de uno que otro logro científico de cuando en cuando. Yo era partidario de que nuestros periódicos, y lo mismo la radio y la televisión, transmitieran todo, en forma veraz e inmediata. La Comisión no estuvo de acuerdo, y cada elemento de información tenía que ser evaluado antes de permitir que se difundiera. Esto me pareció peligroso, pero al fin de cuentas más peligrosa era la “mala información”, según los expertos en comunicaciones. Yo pensé siempre que cuanta más información hubiera, mejor. Del exterior recibía revistas, tanto psicológicas como de carácter general. Hacía mucho tiempo que no viajaba, dado que los años había dedicado al nuevo gobierno no me permitían moverme del país. Tenía que estar al frente de tantas cosas, que el mundo exterior perdía importancia. De todos modos al leer superficialmente las revistas extranjeras, me convencía cada vez más de que existe una necesidad de estar informado, de saber lo que ocurre. Esta es una necesidad psicológica, y al igual que las otras –necesidad de comer, de tener buena salud– daba origen a un derecho, que nosotros teníamos que respetar. El derecho a la información, a la libertad de prensa. Nadie podía cortar la información, ni “purificarla”; en esto el nuevo gobierno estaba equivocado, y por primera vez yo estaba en desacuerdo con el Sr. Presidente y sus colaboradores. {{ 10. LA EDUCACIÓN El sistema educativo de la Nueva Era una combinación de instrucción personalizada, tecnología educativa, planeación a largo plazo, y énfasis en ambientes educativos y en educación continuada. La educación de un nuevo hombre comenzaba cuando la pareja decidía tener un hijo, seguía con el embarazo, el nacimiento del bebé, la primera infancia, los jardines preescolares, la instrucción formal, el entrenamiento en habilidades profesionales, y la adquisición de destrezas. Seguía cuando la persona dejaba la escuela, al terminar el 12vo grado, o sea al final de la escuela superior. Continuaba en la universidad, para quienes deseaban asistir a ella, y seguía también al dejar toda institución educativa. La educación le prestaba atención a los objetivos, al desarrollo de destrezas y habilidades. Tomaba en cuenta la taxonomía de objetivos educacionales que inicialmente se asoció con el nombre de Blum, y las muchas adiciones y correcciones que se le han hecho a la misma. Era una educación para la vida, para que el individuo se auto-educara. Enfatizaba factores intelectuales pero también afectivos, de desarrollo personal. El niño debía aprender a desarrollar sus emociones y a expresarlas adaptativamente, tanto el amor como el odio, tanto la rabia como el miedo. Las emociones negativas tenían que expresarse por canales constructivos, en lugar de ignorarlas y “reprimirlas”. El sistema de educación preescolar era especialmente importante, y el lema de “los niños primero” se tomaba muy en serio. Esa nueva educación no era libresca y teórica. Era una educación de las potencialidades cognoscitivas y al mismo tiempo de las emociones, de los músculos, de las habilidades sociales. Se aprendía a amar y a aceptar el amor. A ser positivo en la forma de relacionarse con otros seres humanos. A aceptar a la gente y a ser aceptado por ella. No se dejaba nada al azar. No presuponíamos que la gente fuera como un fruto que crece y madura espontáneamente, sino que se enfatizaba el aprendizaje, en el sentido de hacer las emociones, las cogniciones y las conductas cada vez más adaptativas y complejas. El aprendizaje en sentido amplio era uno de los pilares de la nueva sociedad; no el aprendizaje de conceptos o de conocimientos, sino la modificación del comportamiento para lograr metas concretas y definidas previamente. No suponíamos que la gente supiera hacer las cosas. Se daba entrenamiento específico para todo. Teníamos cursos informales dirigidos a la comunidad, de descubrimiento, pero cuidadosamente planeados. Buscaban metas concretas y a corto plazo, que se integraban dentro de grandes metas, a largo plazo. –A la educación le corresponde la formación del hombre nuevo, en esta Nueva Era. Lo que se haga para lograr una educación más integral, tendrá importantes efectos sociales –decía la Comisión de Educación en un informe. Esta educación para la vida abarcaba niños, jóvenes, personas maduras y ancianos. En todos los casos se tomaba en cuenta la potencialidad humana de cada grupo, y se proponían programas integrados. El concepto de educación continuada abarcaba las reformas de los medios de comunicación, e incluía las bibliotecas públicas de los barrios, el cine, las obras de teatro, las reuniones anuales de meditación. Los expertos en educación insistían en que realmente nadie era capaz de enseñar nada a otra persona, y que uno mismo debía aprender solo; la meta de la educación era la auto- educación. Además de educación informal y educación continuada, teníamos los sistemas relativamente tradicionales de educación primaria, secundaria y terciaria (universidad). Se hicieron estudios a nivel nacional acerca de las necesidades que el país tenía de profesionales en cada una de las áreas de la ciencia, la técnica el comercio, las áreas de servicio, las profesiones y ocupaciones intermedias. Cuando elevamos el nivel de vida de la población, se presentó un desequilibrio en el mercado de trabajo, al aparecer un grupo grande de población que antes pertenecía a los estratos más bajos y vivía como población marginal. Esta gente recibió entrenamiento, se le dio un trabajo, una vivienda adecuada, y se le integró a las ventajas de la Nueva Era, en lo que respecta a información, recreación, salud y posibilidades educativas. Todos estos cambios estaban ocurriendo al mismo tiempo, y cada Comisión contribuía a lograr importantes reformas. El equilibrio social parecía tambalear cada vez que se implementaba uno de tales cambios, pero terminaba por volver a su nivel homeostático. Nosotros respetábamos mucho la ecología, que yo considero la ciencia más importante de nuestros días. Al niño se le enseñaba a respetar y a amar la naturaleza, a lograr un equilibrio entre lo que consume y lo que produce, a no destruir el medio ambiente, a no polucionar el mundo. Se le hacía entender que el equilibrio ecológico tenía importancia vital para todos nosotros, dado que somos miembros de la gran familia biológica. Como han ocurrido abusos imperdonables durante las últimas épocas, el equilibrio se ha deteriorado mucho. Antes de llegar el hombre a una región cualquiera del planeta existe un bosque; cuando el hombre se marcha, deja tras de sí un desierto. Esto es lo que queríamos evitar a toda costa. Educación para la paz, para el amor, para las relaciones sociales armónicas. Educación para que uno se auto-eduque. Educación para el crecimiento personal. Educación de las emociones y del intelecto, de los músculos, de la sexualidad, del lenguaje. Educación para la expresión de la agresión, del miedo, de la rabia. Educación para que no tengamos necesidad de sentir envidia ni rencor. Educación para que nunca iniciemos otra guerra... –Demasiado bello para ser verdad –fue la reacción de una distinguida educadora española que visitaba el país en compañía de un grupo de expertos en educación de distintas nacionalidades. –La educación siempre se ha querido mejorar, pero se han encontrado barreras infranqueables. Por ejemplo el analfabetismo, ¿cómo hicisteis vosotros para erradicar el analfabetismo? –Por medio de campañas masivas. Realmente no fue tan difícil –contesté yo–. Todos temíamos que esto fuera un obstáculo infranqueable, pero ya estamos seguros de haber terminado con el analfabetismo, en lo que lleva de implantada la reforma social, o sea, en el plazo de dos años. –Ya veo. Mas, ¿por qué creéis vosotros que lograsteis tener éxito en un área en la cual todos los demás países han fracasado? –inquirió la dama con bastante malevolencia. –¿Todos han fracasado? ¿Y Cuba? ¿Y China? Ellos lograron erradicar el analfabetismo en menos tiempo que nosotros, señora. –Otra cosa –intervino un sacerdote–, ¿qué papel dais vosotros a la religión? Hemos visitado escuelas para madres sustitutas, centros de educación para retardados mentales, jardines de infantes, escuelas para niños superdotados, universidades, escuelas vocacionales, pero no hemos visto una sola cruz ni un solo sacerdote o religioso trabajando en estos centros educativos. ¿Cuál es la contribución de la religión en esta revolución social? –Vea usted, nosotros no somos gente religiosa. Respetamos la religión si alguien quiere tenerla, pero no la alentamos. Pensamos que cada uno tiene derecho a continuar con su religión si lo desea, y hay servicios y culto en varias religiones. Por otra parte no es cierto que los sacerdotes y religiosos no tengan nada que ver con la educación. Hay muchos sacerdotes, monjas y demás, trabajando en las escuelas de párvulos, en universidades, en escuelas vocacionales. No usan hábitos y por esto no se sabe que son sacerdotes. Pero en realidad lo son, y hacen un magnífico trabajo. Tienen una dedicación y una capacidad de trabajo realmente envidiables. –William James dijo alguna vez que se debía tratar de encontrar “el equivalente moral de la guerra” –intervino uno de los integrantes de la Comisión de Educación que nos acompañaban–. Se trataría de algo que llevara al hombre a hacer sacrificios por los demás, a soportar el frío, el calor y el hambre, por lograr un objetivo. No la guerra ni el triunfo bélico, sino un objetivo más humano y positivo, pero por el cual la gente hiciera lo que normalmente hace por ganar una guerra, o que hace en tiempos de guerra, por sus compañeros, por su pais. Pues bien, nosotros estamos buscando “el equivalente moral de la religión”. –El equivalente moral de la religión... Similar al equivalente moral de la guerra, del cual habló William James... –Tal vez la construcción de la nueva sociedad haya cumplido esta importante función psicológica. De todos modos ha servido para dar entusiasmo y fuerza a millones de personas. Esta empresa ha sido colectiva, social, y mucha gente ha dedicado energías, tempo, conocimientos y capacidades a esta enorme lucha, de construir realmente una nueva sociedad, de iniciar una Nueva Era. –¿Y los rebeldes? ¿No tenéis rebeldes, gente que se opone a todo esto? No sé, no sé. Creo que tiene que haber algo malo en esto. Hay cosas que no entiendo y que no comparto. Sé que hay cosas erróneas y que su Nueva Era se va a derrumbar estrepitosamente. –Por ejemplo ustedes han legalizado la promiscuidad sexual y el homosexualismo. Aunque se oponen tenazmente al consumo del alcohol, alientan el consumo de la marihuana. –No lo alentamos –aclaré yo–, la marihuana se legalizó, en dosis reducidas y controladas. Está legalizado su uso, pero su producción y venta es monopolio del gobierno, como lo son las bebidas alcohólicas en muchos países. En cuanto a las reformas sexuales la situación es distinta y se incluyen dentro de la reforma de la familia, a la que respetamos y alentamos. La familia es la célula básica de la sociedad y... –¡Incluyendo la familia homosexual! Este tema no era fácil de tratar ante un grupo de extranjeros, con prejuicios y animadversión hacia nuestra reforma social. –Hemos legalizado la homosexualidad entre adultos que consienten, lo mismo que hemos hecho con otras minorías sexuales. La ley es similar a lo que existe en Holanda o en Dinamarca, no es ni mejor ni peor. A eso le hemos añadido relaciones contractuales, matrimonios, con posibilidades de adoptar hijos y de dejar herencias. Es algo de lo cual se habló desde los griegos hasta hoy, los matrimonios homosexuales. No hay nada de escandaloso en eso. Realmente lo que hemos hecho es legalizar una situación y solucionar racionalmente un problema. –¡Asqueroso, sencillamente asqueroso! –exclamó la señora española agarrando a su marido por el brazo. –Puede serlo. De todos modos la reacción mundial ha sido muy favorable. Incluso hemos recibido comentarios positivos de grupos católicos, entre ellos uno llamado “Dignity” de Estados Unidos, que luchó por la dignificación de la sexualidad en todas sus formas. En muchos otros países se han propuesto ante las instancias legislativas situaciones contractuales, o sea matrimonios homosexuales, siguiendo el modelo que hemos aprobado aquí. –Extraño, muy extraño. Los latinoamericanos machistas, a la vanguardia en la defensa de las minorías homosexuales... Y en un país como éste, en pleno trópico, lleno de mujeres bonitas... –Nosotros no alentamos la homosexualidad, como no alentamos el consumo de marihuana. Damos educación sexual muy seria y responsable, adaptada al nivel de desarrollo intelectual del educando. Educamos también a la comunidad acerca de las minorías sexuales. No queremos que aumente este tipo de conducta, lo único que queremos es que deje de ser un estigma y un motivo de depresión y de amargura para mucha gente. Que cada uno ame a su manera y sin molestar a los demás. Castigamos los actos sexuales (hetero u homosexuales) con menores de edad, y los actos forzados física y psicológicamente. Nos oponemos a que se haga propaganda y se seduzca a la gente, eso sí nos parece terrible. –La Iglesia del país vio con buenos ojos esta reforma social, al igual que las demás –aclaró uno de mis colaboradores–. Curiosamente más matrimonios homosexuales se han llevado a cabo entre mujeres que entre hombres. O sea que más lesbianas han creído conveniente contraer matrimonio, según las nuevas leyes del país, que homosexuales varones. –Dios mío, ¡qué extraño! Hace mucho calor aquí. ¿Podemos salir ya? –preguntó la señora española agarrando de nuevo a su marido por el brazo. {{ 11. FAMILIA Y SEXUALIDAD La Nueva Era, al dar tanta importancia a la formación de un nuevo ser humano para una nueva sociedad, tenía que decidir cómo cambiar la familia, esa estructura sagrada e inamovible cuyas crisis han abundado en los últimos años. La familia extensa, de tíos y tías, sobrinos y abuelos, de esa enorme red de interrelaciones en la cual nacía, vivía y moría un individuo había dado lugar en las últimas décadas a la familia nuclear, compuesta por el padre, la madre y los hijos. Esa familia nuclear fue atacada por vientos de modernización, consecuencia del aumento en las comunicaciones, de la industrialización, del afán innovador del ser humano. La muerte de la familia fue anunciada muchas veces, incluso por personas tan destacadas como Cooper. La familia agonizaba, se debatía, se criticaban sus bases y se ponía en tela de juicio su derecho a existir. Lo que todos sabíamos era que la familia debía transformarse si iba a sobrevivir. Pero ¿valía la pena que sobreviviera? Yo creía firmemente que sí. Esto implicaba muchos cambios estructurales, comenzando por dar mejores oportunidades a la mujer, para que se librara de los lazos tradicionales, de la dependencia económica y legal del hombre, para que saliera al mundo real y luchara por conseguir un lugar bajo el sol. Al mismo tiempo, se le exigía que siguiera siendo dulce y femenina, cuidando de sus hijos y de su marido, y manejando ambos roles a cabalidad. La tensión, el conflicto, había sido demasiado grande para muchas mujeres. Unas optaron por volver al hogar y olvidarse del trabajo, de la universidad y del éxito, y prefirieron dedicarse a lavar platos y a colocar una gota de miel en la vida de sus maridos. Otras descuidaron el hogar, descartaron de una vez por todas el matrimonio y los hijos, vivieron solas o pasaron de un amante a otro, sin mucho sentido ni dirección. De todos modos la situación de la mujer era tremendamente difícil, como consecuencia de los cambios sociales y de la crisis de la familia. Nosotros tuvimos que pensar mucho en el problema y tratamos de encontrar soluciones. Una alternativa era que los niños nacieran en probeta, como en el Mundo Feliz de Huxley, cosa que ya se había hecho en Inglaterra y en Estados Unidos unas cuantas veces, ante el horror de las estructuras más tradicionales de la sociedad. Otra era que no hubiera ninguna unión contractual, ningún matrimonio. Otra era que los hombres vivieran en una comunidad y las mujeres en otra. –Nada de eso. La familia tiene un lugar en nuestra sociedad –tal fue la conclusión de la Comisión de Familia y Sexualidad. Había que cambiar la familia, pero no acabar con ella. Un primer paso fue separar la sexualidad de la reproducción, y el cuidado de los hijos del matrimonio. Hacer el amor era una cosa y tener hijos era otra muy distinta. La gente podía casarse sin la intención de tener hijos. Se dio información exhaustiva sobre planificación familiar, sobre técnicas anticonceptivas, sobre esterilización. A quienes deseaban tener hijos se les ayudó en todas las formas posibles para que los tuvieran. Pensamos en colocar un límite máximo de dos hijos por pareja, elevando a la categoría de delito el tener más de dos hijos. –La nuestra es una sociedad no punitiva –nos recordó el Sr. Presidente–. La gente debe vivir feliz y hacer lo que quiera. Pero debe estar condicionada a querer lo que debe querer. –“Condicionada” es una mala palabra –observó Mercedes–. La gente debe haber “aprendido” lo que es bueno para ellos y para la sociedad, y comportarse en consecuencia. Las cosas deber ser naturales y espontáneas para ellos, no impuestas. Deben conducir a consecuencias satisfactorias. Esto quiere decir que las personas están condicionadas a hacer lo que deben hacer. Pero sin presiones ni castigos, por su propia voluntad y por iniciativa propia. Ese condicionamiento debe empezar desde el momento de la concepción y aceptarse como algo natural y gratificante, reforzante. Nada debe ser impuesto. Las conductas deben ser emitidas pro el organismo, no desencadenadas por el estímulo. –En esto de la familia y de la sexualidad lo que hizo la Comisión me pareció muy acertado – observó Eduardo–. Consultó a la gente acerca de lo que quería, hizo encuestas a nivel nacional, entrevistó a hombres y mujeres de todas las edades, analizó lo que se pensaba acerca de la crisis de la familia. Se asesoró de los mejores antropólogos y sociólogos del país y del extranjero. ¿Te acuerdas la mujer que vino de Inglaterra para asesorarnos acerca de los problemas familiares? Después de todas las consultas y de todos los estudios de carácter social, antropológico, psicológico y económico, se propusieron importantes caminos. –Sí, pero la eficacia de las soluciones sólo la veremos a largo plazo –hizo notar Mercedes–. En la misma forma como los cambios en nuestra forma de comportarnos, de educar a los niños, de trabajar, de vivir, sólo tendrá sus frutos a largo plazo, lo mismo puede decirse en este aspecto de la familia. Si acertamos o no en las soluciones, es algo que lo dirá la historia. En la reforma de la familia se mantuvo el concepto de pareja y se le dio importancia primordial. La familia era el hombre y la mujer. Los hijos podían venir o no venir. Sin embargo, se respetó como alternativa el hecho de vivir solo, si alguien quería hacerlo. Para quienes deseaban tener hijos, el Estado les daba toda la ayuda, incluyendo tiempo libre para la mujer, trabajo de tiempo parcial si deseaba trabajar, y ayuda técnica. Los niños podían ser criados por la madre o por madres sustitutas. Los centros de crianza y de adopción contaban con los mejores recursos, dado que el lema de “Los niños primero” era algo que todos vivenciábamos como muy importante. Muchas mujeres decidieron retener sus hijos, otras prefirieron darlos a madres sustitutas para que los criaran, pero conservando la tutela de los mismos. Se mantuvo la relación matrimonial, su base jurídica y sus consecuencias sobre los bienes de fortuna. Esto último iba a durar muy poco, dado que pensábamos eliminar las herencias de una vez por todas, en forma tal que nadie naciera rico ni pobre, y que nadie pensara en atesorar una fortuna para dejársela a sus hijos. El Estado iba a heredar todo. Como esto habría creado una inconformidad general en la gente, decidimos no implementar de inmediato esta reforma en las herencias, y en cambio lo dejamos para un par de años más adelante. Las parejas vivían juntas antes de casarse. Los expertos matrimoniales aconsejaban que tuvieran relaciones sexuales, pero también que vivieran juntas un tiempo. No era lo mismo recibir al novio en visita, o hacer el amor con él, que vivir en la misma casa un par de meses, preparar las comidas, limpiar el piso, dormir, salir al trabajo y pasear juntos los días feriados. Casarse era fácil y sencillo, y la gente se casaba muy joven. Como la sexualidad y la reproducción se separaron claramente, no se pensó que por el hecho de casarse había que tener hijos. Los problemas de superpoblación del planeta han llevado a que se aconseje a la gente que se case tarde, cada vez más tarde; pero nosotros no creíamos que casarse y tener hijos fuera lo mismo. El matrimonio joven tenía como gran ventaja el solucionar el problema sexual, que es muy grande en los jóvenes; un hombre de 20 años y una mujer de 18 están en su máximo período de interés y actividad sexual; postergar el matrimonio para 10 años más tarde era privarlos de la posibilidad de tener una vida sexual más plena y satisfactoria. Al casarse la mujer no cambiaba su apellido por el del marido, sino que seguía conservando el suyo. Las mujeres casadas llevaban una señal distintiva, pero no usaban el apellido de su marido. Como eran de fácil los casamientos, también lo eran los divorcios. La gente se divorciaba por consentimiento mutuo, sin que hubiera demasiada presión social para que permanecieran juntos, ni demasiada presión económica. La mujer no permanecía con un marido al que no amaba por el miedo a sentirse sola, ni por el temor a morirse de hambre. Los hijos estaban muy bien cubiertos por la legislación, pero la principal responsabilidad económica en relación con ellos era del estado, no de los padres; sin embargo, a estos les correspondían una serie de obligaciones psicológicas muy importantes. Al legalizar el matrimonio homosexual, los puntos anteriores cubrieron tanto a parejas heterosexuales y a parejas homosexuales. Estas últimas podían adoptar hijos, y se acordó que fueran del sexo contrario al de la pareja; las lesbianas sólo podían adoptar varones y los hombres homosexuales, adoptar niñas. Esto seguramente lo íbamos a revisar en el futuro cercano. Además los centros de adopción hacían estudios exhaustivos sobre la salud mental y la estabilidad de la pareja homosexual, antes de permitirles adoptar un hijo. Casi todo el mundo se casaba. Poca gente elegía vivir absolutamente sola, en forma permanente. Nuestros críticos dijeron que íbamos a acabar con el matrimonio, y que al fomentar que la gente se casara joven y al facilitar los divorcios, nadie se iba a casar y la familia se iba a ir a pique... peor de lo que estaba antes. Por el contrario, la familia pareció solidificarse y hacerse más estable. Creo que el énfasis que pusimos en la pareja como unidad básica de la sociedad, fue muy sano y apropiado. A los niños y jóvenes se les daba educación sexual exhaustiva y seria. La sexualidad dejó de ser un mito, y tampoco caímos en la promiscuidad ni en las perversiones. El hecho de legalizar la homosexualidad entre adultos que consienten no hizo que aumentara el número de homosexuales, pero sí hizo que se disminuyera el número de suicidios entre ese atormentado segmento de la población humana. –Como nadie tiene problemas sexuales, aquí un psicoanalista no tendría oficio– dijo una vez un visitante extranjero. Eso tampoco era cierto, ya que ahora se dedicaban a otras cosas y no a trabajar sobre la sexualidad en los dispensarios de salud mental. Por otra parte, por el énfasis científico que le dábamos a la sociedad, y la poca simpatía que la ciencia tiene por el psicoanálisis, pensábamos que a este no le aguardaba un futuro muy promisorio en la Nueva Era. Teníamos clubes de solteros, donde podía ir un hombre o una mujer solos, a encontrar un compañero sexual para una noche, para un fin de semana o para toda la vida. Eran clubes similares a los que ya existían en otros países, pero el hecho de que los hubiera en el trópico le ponían los pelos de punta a la gente respetable. Claro que lo que más escándalo causó fueron los Centros de Salud Sexual, que se fundaron en al capital y luego en otras ciudades. Los planeamos con gran cuidado y esmero. Se parecías a los clubes de “swingers” de Estados Unidos, o a los baños turcos de Europa. Allá una persona –hombre o mujer– mayor de edad, entraba y permanecía el tiempo que quisiera. Tenía un cuarto para su uso personal, podía tomar un baño, caminar desnudo por los corredores y salones, descansar, hacer el amor con quien quisiera, tomar un trago, comer, dormir. No eran realmente casas de placer, aunque abundaban las orgías y lo que en la terminología anterior a la Nueva Era se denominaba “desenfreno sexual”. ¡Obviamente que nadie cobraba por sus “servicios” sexuales! Una persona podía entrar al terminar su trabajo, y hacer el amor con cuatro o cinco personas diferentes. El compañero sexual podía tener nombre o no tenerlo, ser joven o viejo, atractivo o feo. Cada uno decidía con quién acostarse. En la cama hacían lo que quisieran, y en terminología psicoanalítica se podía decir que se trataba de una sexualidad “perversa y polimorfa”. Nada más lejos de nosotros que hacer una evaluación de tales conductas. El problema en los Centros de Salud Sexual, como en los sitios análogos, eran las enfermedades de transmisión sexual. Habíamos hecho lo imposible por erradicarlas, pero en nuestro bello país tropical volvían a aparecer, a pesar de nuestros esfuerzos. La medicina estaba socializada, no se cobraba nada por los servicios médicos ni por las drogas, se hacía propaganda a favor de la salud, pero a pesar de ello seguían apareciendo enfermedades venéreas. Las gentes que frecuentaban estos Centros donde podía convertirse en realidad sus más secretas fantasías sexuales, decían que realmente pocas veces existía el riesgo de adquirir una enfermedad venérea. Al menos casi nadie confesaba que la había adquirido. Llegaría el día en que tales enfermedades hubieran desaparecido del mundo. ¡O al menos de nuestro mundo! Como los Centros de Salud Sexual eran algo que se discutía a los cuatro vientos, y acerca de lo cual hablaban mucho los visitantes, yo me opuse a que se admitieran extranjeros en tales Centros. Después de todo, sitios similares ya existían en los países más industrializados, pero nunca se tenía tanto cuidado con la prevención de enfermedades de transmisión sexual como teníamos nosotros. De todos modos el asunto de los Centros de Salud Sexual fue algo de lo cual se habló en los más importantes periódicos del mundo (y en otros no tan importantes como Playboy). Yo creo que a lo mejor hemos debido establecer tales Centros pero no hacerles mucha difusión. Los extranjeros se morían de ganas por hacer un “estudio de campo” en tales sitios... La familia no se hizo pedazos porque un hombre o una mujer pudieran ir a estos Centros , pasar unas horas con tres compañeros sexuales diferentes, que no tenían nombre, sino sólo sexo, en la mayor parte de los casos, y volver a casa con el marido o la esposa a quien realmente amaban. Las relaciones se fortificaron en lugar de debilitarse. Dentro de la reforma de la familia un lugar de gran importancia lo ocuparon los ancianos. Sus potencialidades se utilizaron para el bien de la sociedad y para el bien de cada uno de ellos. Los ancianos tuvieron mucha importancia en la Nueva Era, se valoraron, se cuidaron y se buscó que pasaran una existencia plena y feliz, sin dedicarse a rumiar las angustias del pasado ni tampoco a sufrir por la inminente llegada de la muerte. {{ 12. LOS ANCIANOS Una sociedad centrada en la juventud, como es la cultura occidental no tiene un sitio para las personas de edad. Se piensa que un hombre termina su vida cuando se retira del trabajo, a los 60 ó 65 años, y para él o ella el mundo se le encoge, pierde sus amigos, su sentido de importancia, su independencia y su auto-determinación. El retiro laboral acelera la muerte, y convierte los últimos años de la vida de un ser humano en una carga pesada para él y para los demás. La realidad de envejecer y de morirnos sólo la conocemos los seres humanos. El ser humano es el único animal que sabe que tiene que morir, se hizo notar antes. Todas las filosofías y todas las religiones consideran que la vejez y la muerte son parte de la realidad existencial del hombre, pero se las mira con angustia e inseguridad. No queremos pensar en que todos vamos a envejecer y a morir. No queremos pensar ahora en que esto nos toque algún día a nosotros. Skinner decía que para una sociedad individualista la muerte era el peor mal. En su opinión la supervivencia de la cultura es un valor de gran importancia, y aparentemente saber que hemos contribuido a la cultura humana puede ser un consuelo suficiente para el hombre, en forma tal que no le tema a la muerte, porque después de que él se haya marchado va a permanecer su obra. –Falacias, falacias –comentaba Martín–. La muerte es una desgracia terrible, y no hemos hecho más que inventar disculpas y consuelos tontos. El peor de todos, el más deshumanizante y absurdo, es pensar en que habrá una vida después de la muerte. La ciencia demuestra más allá de toda duda que la conciencia, la individualidad, dependen del cerebro y cuando éste se desintegre estaremos muertos. No habrá resurrección. No hay juicio final. Obviamente tampoco hay cielo ni infierno. –El infierno son los otros seres humanos. Son las injusticias de nuestra vida, las angustias, el dolor, los males sociales –hizo notar Mercedes. –Sí, y uno inventa consuelos de ultratumba porque no tiene más alternativa. Inventa una vida después de la muerte para consolarse porque este es un mundo injusto y doloroso. Si cambiáramos el mundo, si hiciéramos un mundo mejor aquí y ahora en lugar de inventarnos mundos de ultratumba... – añadió Eduardo. –Eso es lo que estamos haciendo –subrayó el Sr. Presidente con su omnipotencia y su espíritu mesiánico de siempre. –La solución skinneriana a la muerte tampoco me convence –dije–. Es otro consuelo más, parecido al paraíso de los cristianos o al nirvana hindú. La discusión continuó, y cada uno expuso sus puntos de vista. Hablamos de lo que habíamos hecho a favor de los ancianos, que era mucho, y acerca de lo que pensábamos hacer en relación con la muerte. –Cada uno debe tener la libertad de elegir el día de su muerte, y la forma de morir. Una vejez llena de enfermedades no tiene significado humano. Tendremos que darle al viejo la posibilidad de vivir o de morir con dignidad y decoro, por medios científicos... –Pero Martín, eso sería suicidio. –No, sería eutanasia. Realmente en mi país faltan muchas cosas por hacer. Esto de la muerte es muy importante. Yo nunca le he planteado el problema a la Comisión de Desarrollo Humano, que estudia todo lo relacionado con la madurez y la ancianidad, por temor a la crítica mundial. Dirán que en la Nueva Era estamos matando a la gente, cuando en realidad lo que estamos haciendo es permitiéndole que elija el día en que quiere morir, dejando todo en orden, en vez de esperar hasta que la maquinaria se agote y la muerte le tome por sorpresa. Yo imaginaba el día de mi muerte. Debería ir precedido por varios meses de preparación, tanto en sentido psicológico como en sentido práctico. Todas las cosas tenían que estar en orden, las propiedades en poder de los hijos, las actividades profesionales en manos de mis sucesores. Luego de una terapia de tipo tradicional, un poco rogeriana y un mucho existencial, me despediría de mis colaboradores más inmediatos y enviaría una carta a todos los conocidos diciéndoles adiós. Así, sin angustias ni temores irracionales. El mundo iba a seguir girando después de mi muerte. Entraría a una sala especial, y luego a un cuarto donde habría una silla o una cama, frente a una pantalla donde se proyectarían imágenes bellas, imágenes de paz. Un gas llenaría lentamente la habitación, y sin pensarlo mucho, de pronto estaría ya muerto. Br...! Realmente me daba escalofrío pensar en esto, por muy racional que fuera. Me daban unas ganas locas de saltar y de decir que todavía estaba vivo y joven, y que no me iba a morir antes de 40 años, según las estadísticas. –Para que una persona pueda elegir la muerte, debería llenar antes una serie de condiciones – sugirió Martín–. Una sería tener más de 60 años; otra, que nadie lo necesitara, ni sus hijos ni su esposa ni sus compañeros de profesión. Creo que uno no tiene derecho a morirse si la gente lo necesita. No hay derecho a abandonar niños pequeños, padres enfermos, gente a la cual uno haga daño irreversible con su muerte. –Yo estoy en contra del suicidio –dije–. Como hombre optimista, creo que los problemas tienen solución y que nadie debe acabar con su vida. –Excepto en las condiciones de vejez y enfermedad, en las cuales es más piadoso ayudar a morir a alguien que forzarlo a que siga viviendo contra su voluntad. Curiosamente y a diferencia de lo que estábamos hablando, en Panamá habíamos organizado un enorme Instituto de Investigaciones para la Prolongación de la Vida. Contaba con adecuado presupuesto, y habíamos invitado a los principales especialistas del mundo a trabajar en él. Aún no sabíamos cuáles iban a ser los resultados de las investigaciones que estaban en proceso en ese Instituto. Yo siempre pensé que lo habíamos fundado por el enorme temor que le teníamos a la muerte. Hacíamos la fantasía infantil de que gracias a los científicos del Instituto algún día la vida se iba a prolongar mucho, íbamos a alejar más y más la imagen de la muerte. Hasta que finalmente no la pudiéramos seguir manteniendo a distancia, y entonces... Los programas para ancianos marcharon muy bien, y contaron con la simpatía de todo el mundo. Abarcaban factores económicos, médicos, psicológicos, laborales y de recreación. A los gerontes les dio el gobierno más dinero del que recibían por sus pensiones de jubilación, porque la Comisión de Desarrollo Humano encontró que los ancianos tenían muchos problemas económicos, lo cual nos extrañó a todos. Los programas médicos fueron fáciles de implantar y lo mismo los psicológicos. Fue necesario dictar cursos acelerados de geriatría y de psicología gerontológica a médicos y psicólogos que les interesara el tema, pero finalmente logramos tener éxito en la capacitación del personal. El programa laboral, en cambio, no fue fácil de implementar. De acuerdo con nuestra política de que la gente necesitaba ser útil, hacer un trabajo que tuviera sentido, fue preciso hallar puestos para los ancianos. La situación de las mujeres fue más fácil que la de los hombres, ya que muchos cargos en la educación de párvulos se encontró que los podían desempeñar mejor las mujeres de edad avanzada que las muy jóvenes. Igualmente numerosas actividades en las profesiones, los servicios y otras áreas. Hicimos análisis de tareas para definir qué aptitudes e intereses requería cada trabajo, y si un anciano podía desempeñarse bien en esa tarea, en forma tal que fuera útil, se sintiera satisfecho, y la tarea se hiciera bien. Los programas recreacionales no se limitaron a actividades sedentarias ni artísticas. Además de tocar guitarra, pintar y declamar poemas, los ancianos hicieron paseos al campo, ejercicio físico, incluso vi algunos que trepaban montañas no demasiado altas. Todo esto en forma dirigida y planeada. En la Nueva Era no dejábamos nada al azar. Lo único que todavía se dejaba al azar era el momento de morir. Al menos mientras el Sr. Presidente se “atrevía” a proponer su programa de eutanasia y a enfrentar la tormenta que se le iba a venir encima, a nivel internacional, por atreverse a hacerlo. Lo ancianos se integraban a la vida laboral y colaboraron con la Nueva Era. Al igual que los niños, se les vio caminar sonrientes pos la calle, con otros ancianos y también en compañía de personas jóvenes. Se les vio usar colores brillantes, tener ideas “modernas” y participar activamente en las actividades comunitarias. En los días de meditación, al final del año, los ancianos sirvieron casi como una memoria de la sociedad, para recordarle a la gente lo que era el mundo antes del comienzo de la Nueva Era. A los ancianos se les respetó y se les amó. Los tratamos con afecto, nunca los consideramos un estorbo, y ellos sabían que estaban ocupando un sitio de gran importancia en la sociedad. Los planeadores éramos todos gente muy joven. Creo que ninguno de nosotros llegaba a los 35 años, y muchos tenían menos de 30. Éramos jóvenes entusiastas, llenos de energía, enemigos de la rutina y fervientes artífices del cambio social. El de más años entre nosotros era el Sr. Presidente, y su actitud de hermano mayor de los demás era muy marcada. Este gobierno de hombres jóvenes amaba a los niños y amaba a los ancianos. Respetaba la ciencia, no interfería con las creencias filosóficas o religiosas de los demás y quería que todo el mundo fuera feliz y productivo. La única diferencia era que planeábamos las cosas con gran cuidado, y queríamos que la gente estuviera “condicionada” (perdón, que hubiera “aprendido”!) a comportarse como tenía que hacerlo. –Todos somos felices ahora. Pero si hay grupos que lo sean más, creo que son los niños y los ancianos. {{ 13. MARIBEL La Nueva Era había empezado 4 años atrás. El grupo de asesores estadounidenses, que familiarmente llamábamos el Grupo de los Diez, había estado 2 años con nosotros y luego se había marchado. En ese tiempo yo había trabajado muchísimo, sin descanso, en jornadas de 10 a 12 horas, incluyendo los días F. En las vacaciones me había trasladado a otros pueblos del país a seguir trabajando. Mi labor como psicólogo se había deteriorado mucho, no estudiaba casi nada y creo que poco a poco dejé de estar interesado en hacerme un nombre como investigador. Cuatro años colaborando en el gobierno era demasiado. El Sr. Presidente necesitaba que yo trabajara y trabajara y trabajara, día y noche, que entrenara gente, que escribiera programas, que me reuniera con las respectivas comisiones. Yo me sentía radiante haciendo esto, era éxtasis pero también agonía: a veces se me acababan las fuerzas, me sentía realmente “fundido”, como un fusible viejo. En inglés se diría “worn out”, como un guante viejo. Estaba a punto de cumplir 35 años. Dios mío, la mitad de mi vida, ya que probablemente viviré 70 años, a pesar de las sesudas investigaciones que se llevan a cabo en el Instituto de Investigaciones para la Prolongación de la Vida. He hecho mucho a mis años, pero siento que hubiera podido hacer mucho más todavía. Ese día F amaneció nublado y pesado. La noche antes habíamos estado hasta muy tarde trabajando en la oficina, con Eduardo y Mercedes. Hoy me había prometido descansar, hacía mucho tiempo que no lo hacía. Incluso en los días de meditación, al final del año, yo me dedicaba a enseñarle a otra gente como reflexionar sobre su pasado, evaluar sus logros y planear su futuro. Yo no lo hacía conmigo mismo, por estar entrenando a otros a hacerlo. Amanecí cansado. Eran las 2 y el sol brillaba ya en todo su esplendor. Me di vuelta en la cama y traté de dormir de nuevo. Al no poder hacerlo me levanté, me lavé, me afeité y escuché las noticias del día. Yo me sentía pesado, casi enfermo, aunque los médicos me habían dicho que gozaba de excelente salud, a pesar de mis largas jornadas de trabajo, a pesar del estrés, la responsabilidad, y el difícil cargo que desempeñaba, como hombre de confianza del dictador y planeador de todo este gigantesco experimento social. Si hubiera seguido mis impulsos naturales habría exclamado: “Ha venido el cansancio infinito a posarse en mis ojos al fin; el cansancio del día que muere y del alba que debe venir...” Como no era bueno dejarse llevar de estas depresiones temporales, que buscábamos evitar en nuestra gente, decidí levantar la cabeza y hacer algo que no hubiera hecho antes. Decidí irme a uno de los Centros de Salud Sexual. Me fui a uno que quedara lejos de mi casa, o sea que trabajara hoy día F (que no era sino en algunas zonas de la ciudad). Una hora después estaba en mi pequeño cuarto, conversando con una muchacha de edad indefinida, que podía tener 20 ó 25 años. Era una rubia delgada, más bien bonita y simple, de pocas palabras. –¿Cómo te llamas? –Maribel. ¿Y tú? –David. Tengo un cargo de importancia, tú sabes. Y por eso prefiero no decirte el nombre completo. No, no importa, tú eres una buena muchacha. Me llamo David González. Ella sonrió con cara de tonta. Yo esperaba que exclamara que era increíble. Que se sentía orgullosa de conocerme. Que le iba a contar a todas sus amigas de universidad –o de trabajo– que me había conocido. En lugar de decir todo esto sonrió como una absoluta estúpida. –¿Qué haces? –me preguntó. Yo sentí ganas de morirme, o mejor de que ella se muriera. Así sin planearlo. Sin los consuelos de la ciencia. Muerta a los 20 años en un Centro de Salud Sexual... ¡poco edificante, por cierto! –Si lo preguntas, muchacha, quiere decir que nunca lees los periódicos –dije con pedantería–. Yo soy el principal asesor del Sr. Presidente, y todos los días hay algo en los periódicos acerca de las cosas que estamos haciendo. Al menos todos los días hay algo en el Diario Oficial, que se publica en palacio. –No, yo no leo los periódicos, son muy aburridos. Si tienes influencia en el gobierno, te sugiero que pienses en cambiar varias cosas, por ejemplo los avisos que hay en la calle, o las canciones que se escuchan por la radio. Son muy serios y aburridos, ¿sabes? –¿Serios y aburridos? –Sí, amor. Una amiga mía que estudia sociología hizo una lista de los principales anuncios, y encontró que sólo presentan unas pocas ideas y conceptos. Los avisos que están en todas partes dicen cosas tales como “amor y paz”, “construyamos un nuevo mundo”, “la vida es con la gente”, “no más guerras”, “los niños primero”, “no hay que dejar nada al azar”, etc. Son ideas aburridas. La gente los lee mil veces al día, en el bus, en el tren, en los afiches de las calles, en los carteles de anuncios; se oyen en la radio y se ven en la televisión. Estamos llenos de eso. Siempre lo mismo, 10 veces pro hora, ¡qué cosa más aburrida, amor! –Puede ser, muchacha. Pero en cambio nuestra revolución es bastante permisiva y liberal, no como las revoluciones de otros países, por ejemplo la revolución china o la cubana. Estamos a favor de la libertad sexual y no nos oponemos al alcohol ni a la marihuana, en cantidades moderadas y cuidadosamente controladas. –¡Que Dios me libre de los chinos y de los cubanos ¡ –Respetamos a Dios, ya lo ves –dije con entusiasmo–. No hacemos propaganda antirreligiosa, lo único que queremos es que tampoco se haga propaganda religiosa; la única propaganda que se permite es la del gobierno, centrada en proverbios como los que tú has citado, de “no más guerras”, “los niños primero”, etc. ¿Qué tiene eso de malo? Por el contrario, queremos educar a la gente, y eso es lo que estamos haciendo. –Ustedes son muy serios a pesar de ser tan jóvenes. Recuerda, amor, que a la gente no le importa nada la ideología ni la filosofía. La gente lo único que quiere es que la dejen vivir en paz. Tener un trabajo estable, educación y salud, y unas vacaciones en la playa cada año. –Yo siempre me pregunté si el futuro no se parecería a una edad media, en vez de parecerse a un Renacimiento. No era posible que la humanidad siguiera progresando tanto, descubriendo tantas cosas, inventando, polucionando el ambiente, haciendo la guerra... –...en lugar de hacer el amor. –Sí, eso es. La gente de hoy no quiere preocuparse por nada, piensa que no hay nada por lo cual valga la pena perder el sueño, nada que lo lleve a uno a angustiarse y a desesperarse. No hemos encontrado el equivalente moral de la guerra. Nuestros muchachos son uno mediocres, buscan sólo la satisfacción de las necesidades inmediatas, sí, ya lo creo, vamos hacia una edad media, de estabilidad y mediocridad, en la cual nadie va a progresar ni a angustiarse. Mira chica, ¿tú crees que alguien quiere llegar a ser un Einstein o un Beethoven? Dime, a ti misma, ¿te gustaría llegar a ser María Curie? Su mirada brilló al oírme decir esto pero no contestó nada. No, sin duda alguna a esta flaca que tenía desnuda a mi lado no le interesaba en absoluto llegar a ser una María Curie. –Esa edad media llegará pronto. Cesarán los descubrimientos, no se inventarán más cosas, no habrá preocupaciones ni confrontaciones ideológicas. Todo estará planeado, todo el mundo será feliz. “Todo” estará explicado. La gente gozará de la vida y tendrá mucha paz, y el tiempo trascurrirá vacío y sin sentido. Esa edad media, desgraciadamente, va a ser la consecuencia de nuestra bella revolución social y psicológica. ¡Qué absurdo, qué absurdo! Nosotros habremos solucionado todos los problemas de la gente, habremos planificado la sociedad y el ambiente, habremos programados y condicionado al hombre utilizando los métodos más eficientes de la ciencia de hoy. El resultado no serán hombres- robot, como dicen nuestros enemigos de Estados Unidos y de Rusia, sino personas felices y mediocres. Como tú. –Malo, nené. Aunque realmente yo no sé si eso será tan malo; al fin de cuentas es la meta buscada por la humanidad. Una sociedad sin hambre, sin analfabetismo, sin enfermedades físicas ni mentales... –Sin Beethovens ni Einsteins. Claro que nosotros podemos programar al hombre para que tenga más angustias existenciales o para que tenga menos; para que sea más rebelde o más sumiso; la modificación de conducta se puede hacer igualmente en un sentido o en otro. Lo que hemos hecho es volverlo pacífico, bueno y mediocre; podemos hacerlo más alerta a su ambiente, lleno de angustias existenciales, en forma tal que se convierta en un Alejandro Magno, en un Sartre... –Muchas gracias. No lo hagas, déjanos en paz David. Seamos felices y tranquilos, eso está bien. No hay nada de malo en ello. Puede ser que a uno u otro de tus niños condicionados y programados para ser buenos y felices algo no le funcione bien; ese niño será el genio creador que tú quieres, el Alejandro Magno que conquistará el mundo. Ojalá que se demore mucho en aparecer, y que los programas de condicionamiento sean perfectos para que nunca aparezcan tales genios angustiados, que nos angustien a los demás mortales. –La edad media dará lugar a otro Renacimiento, y luego a otro período de creatividad y turbulencia como la edad moderna; y luego habrá otra edad media como la que estamos a punto de iniciar. –Todo anda en círculos, amor. –Sí, Maribel, es el eterno retorno de Nietzsche. –Acuéstate, cariño. Yo creo que gente como tú no nació para vivir en la Nueva Era, en tu bella edad media donde nadie tiene problemas ni angustias existenciales. Nació para cambiar el mundo, para construir la Nueva Era pero no para disfrutarla. Tú y tu gente, los de arriba, los que tienen oficina en el palacio presidencial, no nacieron para vivir como mortales comunes y corrientes en la Nueva Era, siendo felices y buenos. Algo marchó mal en tu condicionamiento temprano, amor. {{ 14. EL EJÉRCITO Y LA POLICÍA Sentí mucho no ver más a Maribel, pero así eran las cosas en los Centros de Salud Sexual. La gente se perdía entre la muchedumbre y uno no sabía a dónde había ido. Recuerdo que salió de la habitación, subió la escalera alfombrada y pasó al cuarto de ver televisión. Supongo que de allí se iría a la piscina, al sauna o al salón de las orgías. Lo cierto fue que desapareció de mi vista –y de mi vida– aunque me hubiera gustado mucho volver a verla. El día A teníamos que discutir un proyecto muy serio acerca de la defensa nacional. Era una reevaluación del papel del ejército y la policía en el país. Durante los primeros años habíamos mantenido la policía como agencia de control, pero con la esperanza de poder eliminarla algún día. El ejército tenía la misma función, para el exterior. Ejército y policía eran realmente cosas del pasado y yo hubiera querido que disolviéramos estos cuerpos muy pronto. Como no era fácil controlar por métodos del refuerzo positivo a las personas que habían nacido antes del comienzo de la Nueva Era, había que mantener la policía. –Cuanto más control interno existe, menos control externo se requiere –nos explicaba nuestro experto en condicionamiento aversivo–. La sociedad confía mucho en el castigo y en las consecuencias aversivas, cuyo efecto es temporal, a menos que apliquemos estímulos de enorme intensidad. –Hay que eliminar el castigo a nivel social –dijo Martín–. Ya lo eliminamos a nivel individual, nadie castiga a sus hijos, y mira qué niños tan alegres y bellos tenemos en el país. Son niños sanos y felices, realmente libres y creadores. Yo recordé mi conversación con Maribel del día anterior, y tragué saliva en silencio. –La eliminación de las contingencias aversivas tiene que darse tarde o temprano –continuó nuestro especialista en castigo, evitación y escape–. Lo importante es decidir si el control interno es suficientemente grande como para que esto pueda darse de inmediato. Han pasado 4 años y aún tenemos ejército y policía. Tenemos cárceles, tenemos multas y… –Pero además tenemos premios para los que respetan la ley –interrumpió el Sr. Presidente, que cada día tenía menos paciencia–, tenemos refuerzos positivos, consecuencias gratificantes programadas en todos los ambientes y para todos los comportamientos adaptativos. –Sí señor. Pero la policía tiene que encargarse de poner orden en muchas actividades humanas, dado que tenemos que trabajar con personas que nacieron antes de la Nueva Era. –Como nosotros –hice notar yo. –Sí señor. Como todos nosotros. La decisión de acabar con el ejército y con la policía dependerá de si la gente está suficientemente condicionada como para funcionar sin tales estímulos discriminativos (los policías) y sin consecuencias aversivas. Me explico. Una persona tiene que haber “introyectado” la ley y el orden, para que podamos eliminar la policía. Debe tener el control en su interior y no en el exterior. Si el policía está en su interior, no tiene por qué estar también afuera. Pasaron horas antes de que se terminara la discusión. Concluimos que había que esperar algún tiempo más y que nuestra revolución aún no había llegado suficientemente lejos como para eliminar completamente la policía. La situación con el ejército fue diferente. Yo presioné para que termináramos con esta organización. Si algún día vamos a guerrear con nuestros “enemigos”, realmente no necesitamos ejército porque la guerra la habremos perdido de antemano. Obviamente no podemos competir. Por otra parte, no tenemos realmente enemigos, y nuestro ejército solamente serviría para hacerle la guerra a un país vecino. Y esto no estaba dentro de nuestra filosofía de amor a todos los seres humanos y de armonía universal. –Tener ejército implica que estamos dispuestos a defendernos o a atacar, que creemos en el castigo, en las armas –hice notar yo–. Le hemos llenado la cabeza a la gente con frases tales como “No más guerras”, y sin embargo tenemos un ejército listo para hacer la guerra. ¿A quién se la vamos a hacer? Nosotros no tenemos enemigos. Los grandes poderes de la política internacional actual, que miran con malos ojos lo que estamos haciendo aquí, tienen tanto poder que es tontería intentar hacerles la guerra, aunque quisiéramos. Y además no lo queremos. Tener varios miles de hombres en el ejército, listos para hacerle la guerra a otro país del tercer mundo, es algo que va contra nuestra filosofía. No vamos a iniciar nunca ninguna guerra. Y si no tenemos ejército nadie nos va a atacar. Hay países pequeños como el nuestro, que carecen de ejército, y esto despierta las simpatías del mundo y los libra de los ataques de los vecinos. Hay varios países así en Asia, África y en América Latina. Los demás están armados hasta los clientes. Como estamos nosotros. Mis argumentos fueron tomados en serio, lo cual me extrañó y maravilló. Íbamos a acabar con el ejército, conservando la policía para mantener el control social, mientras lográbamos que nuestros programas fueran suficientemente comprensivos como para hacer innecesaria la existencia de la policía. Un día seríamos un pueblo sin ejército ni policía. Un pueblo que amara la paz y lo demostrara ante los ojos del mundo. Al no tener ejército muchos países que nos miraban con cierta antipatía comenzaron a vernos con buenos ojos. Era una prueba de que poseíamos intenciones pacifistas, no sólo verbalmente sino a nivel de conducta. Creíamos en el premio y no en el castigo. Creíamos en la paz y no en la guerra. Todos los proyectos de hermandad humana, de mejorarle la vida a la gente, se tornaban más reales ahora que eliminábamos la mayor fuerza de control aversivo. La “conciencia moral” de la sociedad dejó de estar en el exterior y pasó al interior. Además pensábamos eliminar la policía en el transcurso de un año. Entretanto íbamos a reestructurar los programas de educación moral, muy en el sentido de Kohlberg y su estadio 6 de madurez moral. La gente que ha alcanzado ese estadio 6 está de acuerdo con el sistema de reglas de la sociedad con el fin de evitar el caos social; es el nivel más alto de desarrollo moral. A ese estadio debía llegar toda nuestra gente. Los estadios anteriores implican el seguimiento de normas para evitar el castigo y aceptar la autoridad, implican que la persona piensa en su propio bienestar, o en el bienestar de las demás personas. El 6º estadio era la meta, y el bien social, teniendo a la humanidad como punto de mira y no a un segmento reducido de la misma. –Obra de tal forma que tu acción pueda ser erigida en ley universal –expresó Mercedes–. ¿De quién es esta bella frase? Creo que de Kant. Sí, de Kant, es el imperativo categórico. Obra de tal forma que tu acción pueda ser erigida en ley universal. ¿Llegaremos algún día tan alto? –Creo que sí. Es mucho lo que se puede hacer en esta área del desarrollo moral, pero casi nunca se intenta hacerlo. Tenemos que condicionar a la gente para que quiera hacer lo bueno, para que disfrute haciéndolo. No vamos a seguir la ley por temor al castigo, sino porque hemos internalizado el refuerzo positivo que resulta de hacer lo que es bueno. Obviamente que definimos “bueno” dentro de un contexto humanista: “Bueno” es lo bueno para el ser humano, no lo que sigue cánones platónicos de bondad, que no son de este mundo. –A diferencia de los consuelos de las religiones, nuestra sociedad, nuestro “reino”, es de este mundo y no de otro. Seguimos hablando de moral y de ética, del relativismo cultural de lo bueno y lo malo, que sólo se supera teniendo como marco conceptual la humanidad como un todo, aquello que nos une y no aquello que nos separa. Las normas debían estar en el interior del ser humano, gracias a un profundo programa de condicionamiento moral. Así no necesitaríamos policía, cada uno sería el propio guardián del orden social y moral. –Hoy estuve recibiendo a un grupo de muchachos que me propusieron que se legalizaran muchas sustancias químicas que están fuera de la ley en la actualidad, especialmente las drogas alucinógenas. Yo siempre me he opuesto a esto, ¿sabes? Creo que el ser humano debe lograr sus “kicks” como se dice en inglés, su éxtasis, por medio de la naturaleza, el trabajo, el amor, el deporte, y no por drogas. –Sí, Dave –observó Mercedes–. Lo que ocurre es que al legalizar la marihuana y al convertir su cultivo, procesamiento y distribución en monopolio del Estado, hemos abierto la puerta a las expectativas de estos grupos juveniles. Nosotros hacemos fuertes campañas en contra de las drogas, le dedicamos mucho tiempo y dinero a combatir su uso. En esto somos una sociedad realmente puritana, mucho más puritana que la mayor parte de los países. Pensamos que la droga le corroe el cerebro al ser humano, le destruye su individualidad y su personalidad. –Pero al mismo tiempo hemos legalizado la marihuana. –O sea, que la hemos cambiado de categoría; no la consideramos una “droga”, ni una sustancia prohibida. Se permite su uso en condiciones de control, en cantidades reducidas, y después de conocer detalladamente sus efectos principales, sus efectos secundarios, sus peligros y sus posibles complicaciones. –Nos parece más peligroso el alcohol que la marihuana. –Lo es. Pero como la gente se acostumbró a pensar en la marihuana como una sustancia prohibida, ahora que la legalizamos se nos pide que hagamos lo mismo con la heroína, la cocaína, el LSD y demás porquerías similares. Por eso fue peligroso legalizar la marihuana. –Los estudios previos que hicimos no demostraban que la gente pasara de la marihuana a las drogas “fuertes”. Este era un mito que todo el mundo compartía, pero los estudios controlados decían lo contrario. Al legalizar la marihuana lo hicimos conociendo bien sus efectos. Y por esta misma razón redoblamos nuestros esfuerzos en contra de la morfina, la cocaína, la heroína, el LSD y demás drogas. Necesitábamos la policía, entre otras cosas, para combatir el tráfico de drogas. Pero este había disminuido muchísimo, y en la Nueva Era la gente fumaba poco, bebía poco (excepto el Sr. Presidente...) y consumía muy poca marihuana. Sin embargo, al eliminar la policía, ¿cómo íbamos a manejar este problema? Los centros para los drogadictos tenían todos los servicios de desintoxicación, terapia médica y psicológica, ayuda social, educación a la comunidad. Los Narcómanos Anónimos, similares a los Alcohólicos Anónimos, estaban cumpliendo una maravillosa función en este aspecto. Y al sacar la marihuana de la “lista negra”, del “Índice” de sustancias prohibidas (como la Iglesia Católica tuvo su “Índice” de libros prohibidos), muchos mitos se habían derrumbado y el problema se había solucionado en gran parte. Ahora se consumía menos droga que antes y había mucha mejor conciencia y sentido de responsabilidad social. –Yo que nunca en la vida he fumado marihuana –dije– me siento extraño cuando explico ante grupos de padres de familia por qué la legalizamos. Pensarán que mis argumentos se basan en mi interés personal por esta sustancia, y están equivocados. Tú sabes, es el principio de “disonancia cognitiva” de Festinger. –¡Algo en lo cual, nosotros los conductistas, no creemos, Dave! –¿No? Ah, tienes razón Mercedes. Nosotros no creemos en eso. Pero parece ser que funciona, al menos un poco. La gente piensa que yo estoy a favor de la legalización de la marihuana porque soy un consumidor empedernido de la yerba; de lo contrario no me preocuparía el problema. Pero no lo soy, nunca la he probado ni la pienso probar. Esto produce un estado de “disonancia cognitiva” que se busca eliminar. –Es curioso cómo funciona la mente humana. –¿La “mente”, Mercedes? Este es otro constructo en el cual nosotros los conductistas tampoco creemos. {{ 15 LA NUEVA ESTRUCTURA FAMILIAR La eliminación del ejército no afectó a nadie. El enorme potencial humano de dicha institución se integró a actividades productivas dentro de la sociedad. Los gastos que implicaban tener un grupo de personas altamente calificadas en el arte de matar, pasaron a otros rubros de la Planeación Nacional. Yo siempre me había preguntado para qué servían tantas personas jóvenes, inteligentes, disciplinadas, recluidas en los cuarteles del ejército, esperando una guerra que nunca se producía. Había investigación científica en el ejército, inteligencia, una enorme riqueza de personal humano. ¿Para qué quería Estados Unidos tantos psicólogos experimentales en el ejército? Había gente especializada en percepción, aprendizaje, psicología cognitiva, psicología social experimental. Esto, además de montañas de ingenieros, médicos, físicos y químicos. La “defensa nacional” requería sin duda de la ayuda de la ciencia, y esto parecía muy acertado. A nosotros, país minúsculo en el panorama mundial, país sin ninguna importancia internacional, el ejército sólo representaba una forma de defendernos de los vecinos o de atacarlos; nos servía para tener “estatus” y para sentirnos fuertes. Disolver el ejército implicó que nosotros creíamos en la paz y en la hermandad humana. En contra de las predicciones pesimistas, los militares se integraron fácilmente a la fuerza productiva del país. Un cierto número pasó a ocupar cargos gubernamentales, incluyendo puestos de relativa responsabilidad. Como el Sr. Presidente había sido miembro del ejército, tenía profundos lazos de amistad con muchos militares; y aunque en la Nueva Era las influencias y el “amiguismo” –tan característico de América Latina– no tenía ningún papel que jugar, al fin de cuentas fue preciso colocar a los ex-militares en cargos importantes. El ejército había llevado al Sr. Presidente a su situación de poder, tiempo atrás. Hoy las cosas eran sumamente diferentes, el proceso de cambio social había avanzado muchísimo, y Martín no estaba en su puesto por la fuerza de las armas. A todos nos preocupó lo que pudiera pasar con este asunto, del apoyo militar para el Sr. Presidente. Pero como los militares se sintieron bien en sus nuevos trabajos y la vida siguió su rumbo normal, no hubo amagos de “golpe de Estado” ni de “contra revolución” como habíamos temido. Definitivamente el nuevo régimen estaba ya solidificado en su sitio, y la reforma social y psicológica había dado ya muchos frutos. Los ex militares se convirtieron en importante fuerza productiva, a lo que hubo que entrenar pero a costo reducido. Su disciplina, orden y capacidad de trabajo lograron utilizarse con facilidad en la nueva sociedad. Una noche yo estaba pensando en todo esto cuando sentí que tocaban a mi puerta. Era mi amiga Mercedes. Ella tenía un hijo de 10 años, que era hijo de un militar, ex-esposo de Mercedes, de esos que pasaron a integrarse a la sociedad; en este caso fue más fácil porque se trataba de un ingeniero de minas, con adecuado entrenamiento y buena experiencia. El niño se llamaba Felipe y tenía una inteligencia brillante, seguramente similar a la de su madre. –David, quiero pedirte un favor –dijo Mercedes entrando a mi apartamento–, tengo que hacer varias cosas y quisiera que me cuidaras a Felipe. Tengo que salir, es algo urgente, y me pregunto si tú podrías cuidarlo, sólo por un par de horas. ¿Qué estabas haciendo? –Claro, tendré mucho gusto en cuidar a Felipe. ¡Hola chico! ¿Cómo estás? Veo que has crecido mucho, y pronto tendrás un vozarrón como tu padre, y te saldrá un bigote que les encantará a las muchachas. Ven hijo, estoy seguro de que nos divertiremos en este tiempo. Yo estaba a punto de sentarme a leer; acabo de cenar, de modo que no tengo nada importante que hacer. –Gracias, Dave. ¿Y qué ibas a leer? –Un estudio publicado en Alemania acerca de los cambios en la familia. Nuestros cambios han sido más revolucionarios que cualquier otros intentados antes. Por ejemplo el entrenamiento de madres sustitutas, el énfasis en el matrimonio joven, la separación de sexualidad y reproducción, la planificación familiar racional, la facilidad para casarse y divorciarse, la importancia que damos a los niños y a los ancianos. Quiero ver qué tanta relevancia se le da en Alemania a los cambios en la estructura familiar que hemos llevado a cabo aquí. –Interesante. Estoy segura de que lo podrás leer cuando yo regrese. Adiós Felipe, pórtate bien, no martirices demasiado a tu tío David. Como él no tiene hijos no sabe las delicias de compartir la vida con un diablito –digo, con un angelito– como tú. –Adiós, Mercedes; yo cuidaré a Felipe, y creo que nos divertiremos. Cuando se marchó Mercedes y yo puse al lado mi revista –por décima vez en pocos días, dado que nunca tenía tiempo para leer nada que me interesara y que no fuera parte de mi trabajo más directo– y pensé en qué podríamos hacer Felipe y yo para pasar un par de horas juntos. –¿Le interesan los cambos de la familia, tío David? –dijo Felipe, que siempre me llamaba tío–. Imagínese usted que yo tengo amiguitos cuyo papá se queda en casa limpiando y cocinando y la madre se va a trabajar. Amiguitos criados por su madre, que en algunos casos es madre soltera y en otros está divorciada. Amiguitos criados por su padre, divorciado o viudo. ¡Vamos a visitar a alguno de ellos! Es divertido. En la mayor parte de los casos los otros niños en la escuela se mofan de tales compañeros, que no tienen padre o no tienen madre, que viven las cosas al revés, o que han sido adoptados por mujeres solteras. La casa de Gustavo, un amigo de Felipe, quedaba bastante cerca de mi apartamento. Fuimos caminando, y Felipe entró como si fuera su propia casa. Nos sentamos en el suelo, en el cuarto de juegos de Gustavo y sus hermanos, a esperar al padre que estaba en la cocina lavando los platos de la cena. –Buenas noches –dijo el padre Gustavo entrando al cuarto de juegos de los niños–. No se levante, sea usted bienvenido. Disculpe que no lo haya saludado antes, pero con tres hijos que atender, las cosas son muy difíciles. Felipe, ¿cómo estás? Hace tiempo que no veo a tu padre, dale mis saludos. Supongo que se adaptó a su nueva vida como ingeniero del gobierno en lugar de ser ingeniero militar; yo creo que la integración del ejército a la sociedad productiva sólo implicó un cambio de nombres y nada más. ¡Ah, eso sí, ahora a los ex-militares les toca trabajar más que antes! Imagino que no habrá habido mayor problema en su adaptación social. –Buenas noches. Felipe me pidió que lo acompañara a visitar a sus amiguitos y me agrada mucho hacerlo. Usted tiene… tres hijos, ¿no es cierto? –Sí señor, tres hijos adoptados. Soy soltero y he adoptado tres niños, cosa que habría sido imposible antes de la Nueva Era. Trabajo todo el día en casa, en un cargo gubernamental de Comunicación Social. Analizo las quejas y protestas de la gente, que se publican en periódicos y revistas, por la radio, medios masivos de comunicación. De esta manera tengo mi oficina en la casa, y estoy aquí la mayor parte del tiempo. Los niños van a la escuela, y vienen a casa a comer, a jugar y demás. Yo me hago cargo de todo, de prepararles los alimentos, arreglarles la ropa, ayudarlos en sus tareas y darles apoyo emocional. Usted sabe, a estas cosas de naturaleza psicológica se le concede gran importancia últimamente. –El es un padre soltero, tío David. –Ya veo. ¿Y por qué no se casa? –Las razones son muchas y complejas. Además son parte de mi vida privada que prefiero no compartir, al menos por ahora. Para mí los niños son muy importantes y al decidir no casarme me esperaba una vida de soledad. Por fortuna en la nueva ley los hombres y mujeres solteros podemos adoptar hijos, y yo lo hice, tengo dos varones y una hembra, y me considero un padre modelo. Bien sé que la posibilidad de tener un trabajo que se pueda hacer en casa ayudó mucho. –Ya veo. –¿Sabe usted que esto no es extraño? Hay muchas madres solteras y padres solteros como yo. La modalidad más frecuentes es la mujer que quiere tener un hijo sin casarse, o que no encuentra con quién hacerlo. Esto último no es común, porque hoy todo el mundo encuentra con quien casarse, si quiere hacerlo, dado que el matrimonio se ha simplificado y se ha hecho más práctico y funcional. ¿Quiere unas estadísticas? Debido a mi trabajo yo estoy enterado de ellas. –Mi tío también lo está –interrumpió Felipe–, tanto él como mi madre tienen cargos de enorme importancia y responsabilidad en el gobierno. Al menos lo viven diciendo, y esta es la razón por la cual nunca tienen tiempo para ir al cine conmigo. –Seguro, querido. Vea usted, señor. Las estadísticas son como sigue: 22 por ciento de los niños crecen en hogares con uno solo de los padres, generalmente la madre. En Estados Unidos, según mis conocimientos, la cifra es del 17%, o sea, que no hay mucha diferencia; la mayor parte de estos hogares con un solo padre los maneja la mujer. –Son mujeres divorciadas –continuó el padre de Gustavo– o mujeres que simplemente decidieron tener un hijo o varios, con el fin explícito de criarlos ellas solas. Alrededor del 3 por ciento son hogares con padre y no con madre, debido al divorcio o la muerte de la mujer, o a la adopción de hijos por parte de los hombres solteros. La tendencia va en aumento, según las estadísticas, y creo que dentro de 10 años el 50 por ciento de los niños nacidos hoy, vivirán en un hogar de un solo padre. Las madres sustitutas son una cosa magnífica, sirven mucho, cumplen una magnífica labor social, realmente admirable. Su trabajo con niños abandonados ha sido fantástico. El lema de “Los niños primero” que es uno de los pilares de la Nueva Era, los ha beneficiado mucho a ellos. –¿No hay padres sustitutos? –preguntó Felipe. –No querido, y nuestra sociedad aún no ha pensado en eso. ¿Qué falla, verdad? Le diré a mi jefe en Comunicación Social que se lo diga a los directivos de la Comisión sobre Familia y Sexualidad. El niño necesita un padre y una madre. Hemos entrenado madres sustitutas –que yo utilizo de vez en cuando para mis tres hijos– pero no padres sustitutos. El niño necesita figuras de identificación tanto masculinas como femeninas, y por todos los santos cielos, que nos hemos olvidado de esto. Lo anotaré en mi libreta para llamar por teléfono mañana a mi jefe y pedirle que presente el problema en la próxima reunión de Planeación Nacional. –Yo no conozco casi ningún niño que sea criado por ambos padres –dijo Gustavo–. En la escuela me enseñan que en toda familia hay un padre, una madre, hijos, una o varias sirvientas, tías y abuelos. Yo nunca encuentro eso. Mis amigos tienen madre y no padre, en la mayor parte de los casos. Yo tengo padre y no madre. Nunca hay sirvientas. Definitivamente esto es muy raro, papá. –Pero todos somos felices ahora –observé yo defensivamente–. Y en la Nueva Era, los niños están primero que todo. –La familia está cambiando mucho, y lo está haciendo para bien. Yo siento que estas reformas representan un progreso considerable, algo que realmente ningún otro país se atrevió a hacer antes. Algo acerca de lo cual se hablará durante los siglos venideros. Para bien o para mal –me dije yo a mí mismo–. No, creo que definitivamente para bien. –Lo niños que crecen en centros de adopción son muy felices –dijo Felipe–. Yo tengo varios compañeros en mi escuela y generalmente tienen las mejores notas, son los mejores jugadores de fútbol y saben más chistes y más historias que los otros niños. –Yo pienso –dije con mucha seriedad– que la diferencia entre nuestra sociedad y otros intentos de hace sociedades utópicas, radica en la utilización de la psicología científica. Nosotros somos el primer intento de hacer una sociedad mejor basada en la psicología y por esto hemos llegado tan lejos. La psicología nunca se tomó en serio hasta que nosotros, digo, hasta que el país, decidió utilizarla al máximo, y ya ve usted todo lo que hemos logrado. Las potencialidades de la psicología científica para el bienestar humano y social son realmente ilimitadas. –Supongo que tiene usted razón, aunque esa no es mi área, y por lo tanto no puedo tener una opinión informada sobre el problema. De todos modos hemos trabajado mucho sobre la familia y sobre los niños. Me extraña haber leído en el periódico hace un par de días que no existe realmente evidencia convincente que respalde la creencia de que el amor de los padres durante la primera infancia proteja al niño de la patología posterior. O sea, que en el área de las experiencias tempranas hay todavía mucho por hacer. Los grandes problemas siguen sin resolverse. –¿Cree usted? Hemos avanzado mucho. Hace un par de siglos a los niños se les castigaba hasta hacerlos sangrar, para que aprendieran el alfabeto, para que obedecieran a los mayores, para que fueran sumisos y dóciles. Se les socializaba utilizando siempre contingencias aversivas. Cuanto más atrás va uno, peor era el tratamiento que se les daba a los niños. Hoy las cosas han cambiado, para bien. Ya no se castiga físicamente a los niños, no se les hace beber un litro de orina para que aprendan a controlar la enuresis, o sea para que no se orinen en la cama; esto se hacía en el siglo XVII. A los niños se les separaba de sus padres durante años enteros, en internados, en escuelas lejanas, y esto ya no se hace. Hemos progresado mucho. El mundo entero ha avanzado. Nosotros lo hemos hecho más, pero de todos modos es la civilización entera la que ha progresado en su respeto por el niño y por su bienestar. Después de terminar la conversación, noté que era hora de llevar a Felipe donde su madre, y partimos. Creo que fue una tertulia interesante, y me gustó haber cambiado ideas con uno de los “consumidores” de las reformas a la familia que habíamos planeado y ejecutado “desde arriba”, desde el palacio de gobierno. –Me gustaría tener un hijito como tú –le dije a Felipe cuando caminábamos hacia la casa de Mercedes–. Un niño inteligente y bello como tú. –¿Y por qué no lo tiene, tío? A mí me enseñaron en la clase de educación sexual cómo se hace. Me parece sumamente fácil. Lo único que tiene que hacer es… –¡Sí, sí, ya lo sé! Pero tendría que trabajar menos y salir más de paseo. Tendrá que hablar mucho con mi hijito, en forma tal que las reformas que tratamos de implantar no sean sólo teóricas, porque la “caridad empieza por casa”. –¿Y le parece tan terrible? Yo creo que en el fondo es divertido. Y que le gustaría mucho. Además pienso que usted lo haría muy bien. {{ 16. ESCUELA Y SOCIEDAD Continué cultivando mi amistad con Felipe, el hijo de Mercedes que me llamaba “tío”, dada mi amistad con su madre. Paseamos muchos, visitamos las familias de sus amiguitos, las escuelas, los centros de entrenamiento para madres sustitutas. Un niño le enseña a uno a ver una dimensión nueva del mundo, lo hace regresar a la infancia; pero la infancia ya no era la misma. Ahora había menos frustraciones, menos amargura, menos rencor. Los niños eran más sanos y felices, se sentían menos culpables. Había menos casos de padres que maltrataran a sus hijos y abusaran de ellos, había menos casos de suicidios de niños, menos odio y envidia. Esperábamos que pronto tales emociones negativas desaparecieran del todo. Los niños ya no se fugaban de la casa como se hacía en mis tiempos. Felipe y sus amiguitos no habían nacido dentro de la Nueva Era –que había comenzado hacía sólo 4 años– de modo que guardaba vestigios del sistema viejo, sin duda alguna. Pero llegaría el día en que todo fuera nuevo, en que todo fuera mejor. Cuando hubiera muerto la última persona que vio la Vieja Era; cuando hubiéramos muerto todos nosotros… Una tarde Felipe y yo estuvimos en su escuela, porque yo estaba interesado en ver cómo funcionaba una de estas instituciones, no sirviendo de guía y respondiendo preguntas, sino yendo como visitante y formulando yo mismo las preguntas. Era más divertido. Uno podía preguntar lo que quisiera, y esto era un descanso, en relación con mi papel en Planeación Nacional, proponiendo soluciones y dando respuestas a tantas cosas. La escuela de Felipe era amplia y llena de jardines. Estaba situada en las afueras de la ciudad y parecía más una granja de vacaciones que una escuela. En cierta forma se me pareció al Walden Dos de Skinner. Pero también se semejaba a uno de los campamentos de Pioneros que había en Rusia. Cuando se lo pregunté a la maestra, ésta replicó: –El parecido más importante se refiere a la influencia de los niños en el manejo de la escuela, en la toma de decisiones y en el mantenimiento de la disciplina. Aquí tenemos consejos de niños que evalúan a los demás, les dan premios y les imponen castigos. Nunca castigos físicos, claro está, sino ante todo castigos de tipo “costo de respuesta”. Ellos discuten con los profesores y directores los planes escolares, organizan actividades curriculares y extracurriculares –por ejemplo excursiones para observar animales en la montaña, o competencias deportivas– y además controlan la disciplina. –Me gustará verlo en la práctica. ¿Podríamos hacerlo? –Sí, pero un poco más tarde. Hay un consejo de niños en este momentos, son los de 5º grado, pero creo que sólo más tarde podremos ir. –¿Y la educación formal? ¿La enseñanza de contenido? –Aquí enfatizamos tanto el desarrollo personal e integral del individuo, sus pautas de comportamiento, sus sentimientos, como los conocimientos formales. Para esto último contamos con los auxilios de la tecnología educativa, las películas, las llamadas máquinas de enseñar, las computadoras y además; en la mayor parte de los casos construimos en la escuela las ayudas audiovisuales, los acuarios, los terrarios, las colecciones de monedas y mapas, todo lo que se puede hacer aquí, pues lo hacemos. Películas, unidades instruccionales y otras cosas difíciles de hacer localmente nos las proporciona el gobierno. –La escuela parece rica y próspera. –Todas lo son. Hay grandes salones y jardines, mucho espacio. El niño pasa al aire libre mucho tiempo. Enfatizamos la educación integral, la educación del lenguaje, de las relaciones interpersonales, de la conducta emocional. Es importante que el niño se socialice, e incluso preferimos decir que se humanice. La escuela está integrada con la familia y la comunidad, y con el mundo del trabajo. Los padres vienen mucho aquí, nosotros vamos a sus casas. Queremos que los niños participen activamente en la vida de los mayores, que aprendan los roles que van a desempeñar más tarde, que se integren al mundo del trabajo. –Se ha dicho que en la sociedad contemporánea los niños son absolutamente inútiles. –Eso era antes. La escuela era uno de los principales elementos de alienación del hombre. Hoy no lo es. Las escuelas eran fortaleza de limpieza, orden y aburrimiento, como dijo un famoso educador; hoy no son tan limpias ni tan ordenadas, y definitivamente no son tan aburridas. –Seguro que no. Pero la instrucción formal es bastante rígida y sistemática, ¿no es cierto? Creo que se utiliza mucho el aprendizaje por medio de módulos, que sirven para integrar el material y evitar la dispersión de la atención y de los conocimientos. –Sí. Los módulos funcionan bien. Tenemos objetivos claros y precisos, materiales programados que hay que enseñar según el nivel de aprendizaje previo del educando. Estas unidades de aprendizaje se organizan en jerarquías, y en esta forma se estructura un currículo escolar. –¿Y la influencia de los otros niños? –Los materiales ya vienen programados y listos, en paquetes educativos. Pero a nadie se le enseña nada sin explicarle las razones que hay para hacerlo, y el sentido que este material tiene dentro de la educación general, que abarca factores intelectuales, físicos, emocionales y sociales. Por ejemplo, a los deportes les damos una tremenda importancia. Yo creo que esto a la larga repercutirá en que el país tendrá muy buenos deportistas. O gente muy sana físicamente, pensé yo. Los deportes eran muy importantes, porque el desarrollo integral del ser humano implica reconocer que tenemos un cuerpo que cuidar y desarrollar, y que es el sustrato fisiológico de todo el comportamiento. De ahí a afirmar que nuestro pequeño país algún día llegue a ser campeón mundial de algo… Pues había mucho trecho por recorrer todavía, muchas otras prioridades que considerar. –Nosotros creemos en la auto-educación –continuaba la maestra, una atractiva mujer de unos 25 años–. Pensamos en que realmente nadie le enseña nada a nadie. Es precios que se desarrollen habilidades, que se aprenda cómo aprender. Esta auto-educación, a todos los niveles, es la meta de la escuela. En realidad es auto-educación para la libertad. –¿Para la libertad? Pues todo esto parece muy planeado, y como se ha dicho tantas veces, no hay que dejar nada al azar. El condicionamiento operante se interesa mucho en el control, no en la libertad, que parece ser simplemente un problema lingüístico y un lastre que nuestra cultura heredó de épocas anteriores. La libertad es un mito. Cuanto más lo piensa uno, más se da cuenta de ello. ¿Entonces cómo afirma usted que estamos entrenando hombres y mujeres para la libertad? –Ellos toman muchas decisiones. Ellos conocen las consecuencias de sus actos. Saben que las cosas tienen efectos, tienen resultados, llevan a alguna parte. Un comportamiento no existe en el vacío, tiene detrás suyo una historia previa, y actúa sobre el ambiente, produce unas consecuencias que influyen en que cambie la probabilidad de su repetición. Las consecuencias positivas hacen que… –Sí –interrumpió Felipe, quien acababa de llegar del jardín trayéndole una rosa a la maestra–. Vamos al interior, quiero ver lo que está ocurriendo en el consejo de niños de quinto año. El Consejo de Niños estaba evaluando la ejecución de sus compañeros, incluyendo notas escolares, compañerismo, educación moral, creatividad, actividades deportivas y espíritu de grupo. Todo muy difícil de medir y operacionalizar, pensé yo; tomo muy mentalista y multivariado. Además, ¿qué saben ellos, los niños, acerca de las metas de la Nueva Era, acerca de lo que es bueno y malo para el hombre? –¿Es usted casada? –le pregunté a la maestra, aunque realmente no venía al caso–. Usted sabe mucho acerca de niños pero parece muy joven. –Sí, lo soy. Tengo dos niños que asisten al jardín de infantes. Trabajo aquí medio tiempo y le dedico el resto del día a mis hijos y a mi marido. De modo que todavía había familias “tradicionales”, con padre, madre e hijos. De modo que todavía había mujeres que cuidaban de su marido y de sus niños. ¡Bellísimo! Ojalá que nunca se perdiera esto. Ante tantas innovaciones en la estructura familiar yo pensé que las parejas tradicionales habían desaparecido completamente. El Consejo de Niños estaba juzgando a un compañerito que no había asistido a clase varios días por estar de paseo, y había perdido un módulo de matemáticas, que se integraba con los módulos anteriores y posteriores, de modo que para él iba a ser muy difícil ponerse a la altura de sus compañeros. Había gratificaciones y castigos (costo de respuestas) para los grupos y para los individuos. De modo que un niño “vago” como éste iba a perjudicar el nivel de todos sus compañeritos. El castigo iba a recaer sobre el grupo. Esto era terrible e implicaba que el curso no podía llevar a cabo su excursión de ornitología el día F, con el fin de observar las pautas de construcción del nido en las aves del trópico. A ellos les interesaba grandemente esto, pero al bajar mucho el nivel grupal de puntos, definitivamente no iban a poder hacerlo. Todo el grupo iba a sufrir las consecuencias aversivas de un niño vago, que prefería irse de paseo en los días de semana en lugar de asistir a las clases de matemáticas. –¿Reconoces que con tu inapropiada conducta perjudicaste gravemente a todos tus compañeros? –preguntó con solemnidad el líder del grupo, un niño de 12 años, de mirada seria y aspecto maduro para su edad. El “acusado” no contestó nada, pero hizo una señala afirmativa con la cabeza. –¿Consideras que eso es correcto? Respuesta negativa del niño, también con la cabeza. –Ahora bien, ¿qué alternativa propones? ¿Qué solución encuentras para nuestro problema? –Yo voy a estudiar más, y presentaré un nuevo examen de matemáticas –dijo el acusado con voz entrecortada–. Si dos de ustedes me ayudan, creo que podré ponerme al día y presentar el examen la semana próxima. En esta forma todos podremos ir a la excursión de ornitología el siguiente día F. –Muy bien. ¿Quiénes de ustedes desean ayudar en matemáticas a nuestro amigo? Necesito dos voluntarios que repasen con él la teoría de conjuntos, en las horas libres, con el fin de compensar el tiempo perdido. Dos niñas alzaron la mano casi simultáneamente, y ambas recibieron el encargo de ayudar a su compañero con las matemáticas. –Así funciona todo –me explicaba la maestra–, los problemas disciplinarios se consideran solucionables a nivel grupal, y los niños toman esto muy en serio. Claro que llegará el día en que no haya problemas de disciplina, porque todos estarán tan suficientemente bien condicionados que nadie quiere escaparse al campo en lugar de estudiar matemáticas. Pero ese día aún no ha llegado. –Yo pienso que este proceso de juicio público, de evaluación por parte de los compañeros es una situación ansiógena, y produce sentimientos de culpa innecesarios. -No sé, de todos modos el proceso también debe evaluarse, y lo haremos en la época de meditación al final del año. Nada de estas cosas tienen que ser fijas e inviolables. Todo esto es ciencia, y por lo tanto está sujeto a error y a corrección. La creación de sentimientos de culpa en los niños es algo que se busca evitar a toda costa, y en cambio queremos tener niños felices y creativos, que desarrollen sus emociones y sus relaciones sociales. Que descubran la ciencia por sí mismos en vez de aprenderla mecánicamente con ayuda de una máquina de enseñar. –Una mezcla de método Montessori y de condicionamiento operante. ¿Piensa usted que funciona bien? –Yo lo creo. La evaluación definitiva está todavía por hacerse. Me olvidaba de un sistema de socialización –o humanización– que ha probado su eficacia, y que es también obra de los mismos niños. Cuando llega un niño a la escuela, otro grupo lo “adopta” y lo inicia en todas las exigencias formales e informarles de la institución. Los niños mayores llevan y traen a los niños pequeños, juegan con ellos en la escuela y después de ella, les enseñan las normas sociales y los nuevos juegos. Los integran al mundo de los mayores y del trabajo. En la situación más común, un grupo de niños avanzado, digamos el cuarto grado, adopta a los chiquitines del primer grado. Sirven como hermanos mayores de ellos y cumplen una labor tremendamente importante. Este sistema ya se evaluó y demostró su eficacia. Es una innovación educativa que va a tener grandes implicaciones. La vida es con la gente, ¿sabe usted? Y la gente que tiene más relevancia para la vida de uno es aquella más parecida a uno, o sea en este caso los niños para los otros niños. La educación la deben hacer los compañeros, no los maestros. Nadie puede educar a nadie, pero los compañeritos pueden ayudar grandemente a que cada niño se eduque a sí mismo. {{ 17. ¿PUEDE SALVARLOS LA CIENCIA? La fama de “científica” que tenía nuestra sociedad hizo que el país fuera elegido como sede de un Congreso Internacional de Ingeniería y Ciencias Aplicadas. Se buscaba que los expertos del país presentaran ante los ojos del mundo las bases de ingeniería social sobre las cuales estaban edificando la Nueva Era, de la cual tanto se hablaba. En la mayor parte de los casos, cuando se publicaba algo acerca de nosotros, era algo negativo. A mí siempre me extrañaba esto. ¿Acaso no habíamos terminado con la miseria, el analfabetismo, la desocupación? ¿No estábamos en proceso de erradicar las enfermedades físicas y mentales? ¿No teníamos un nuevo sistema familiar, educativo, laboral, realmente innovador? La crítica era siempre la misma: la sociedad era mala porque se había planeado. Lo terrible de nosotros era que no dejábamos nada al azar, planeábamos todas las cosas y organizábamos el ambiente y programábamos la conducta humana. La discusión continuaba ad infinitud, pero era una discusión muy vieja, muy verbalista y que no llevaba a ninguna parte. A mí no me gusta perder el tiempo, y por esto evitaba tales discusiones eternas y carentes de base. Pero a la mayor parte de la gente esto le encantaba y por lo tanto en el Congreso de Ingeniería y Ciencias Aplicadas era posible que se discutiera el tema del control y de la libertad, de la planeación social, del manejo de la conducta humana, durante horas y horas. Razón suficiente para que yo no asistiera a dicho Congreso. En la inauguración Martín tuvo a su cargo la conferencia principal, y por lo tanto todos sus colaboradores de Planeación Nacional tuvimos que asistir, quisiéramos o no. Como yo estaba empezando a aceptar los principios que predicábamos a los cuatro vientos, pensé que si tenía que hacer algo, lo mejor que podía hacer era disfrutarlo; al mal tiempo buena cara; había que aprender a querer aquello que teníamos que querer… –En la Nueva Era la ciencia ocupa un lugar de gran importancia en la organización de la sociedad –decía con solemnidad el Sr. Presidente–. La nuestra es una sociedad científica. Entendemos por ciencia una actitud de ir a los hechos, más que de preocuparnos por aquello que se ha dicho acerca de los hechos. Formulamos preguntas a la naturaleza y esperamos que sea ella que conteste tales preguntas. Es importante que las preguntas estén bien formuladas, que entendamos el lenguaje de la naturaleza y que la respuesta tengo sentido, en relación con nuestros conocimientos previos. No somos un pueblo de políticos, somos un pueblo de científicos. Sometemos a prueba todas nuestras reformas, las evaluamos, y las cambiamos si es preciso hacerlo. Contrastamos nuestras premisas con la realidad, y si esta es diferente de nuestros presupuestos, pues los cambiamos. Tenemos un profundo respeto por la naturaleza, incluyendo la naturaleza humana. El gran salón de conferencias estaba lleno, y su discurso se estaba traduciendo simultáneamente al inglés y al francés. Pienso que Martín se había tomado media botella de vodka antes de subirse al proscenio, y por esto parecía hablar con seguridad y autosuficiencia. Su alcoholismo me preocupaba, pero nunca le había hablado específicamente del tema. Después de todo la vida de nosotros, los artífices de la Nueva Era, estaba llena de presiones y de “estrés”, teníamos tremendas responsabilidades, y cada uno debía tratar de encontrar algún refugio y alguna forma de eliminar la ansiedad. El alcohol era un mal camino, yo estaba convencido de ello. Pero no criticaba a Martín por usarlo, siempre que lo hiciera en forma moderada y teniendo esta peligrosa sustancia bajo control estricto. –Creemos que la actitud científica es una actitud objetiva, dentro de los límites apropiados. Estamos convencidos de que el científico no es un observador frío y pasivo de la naturaleza, sino un apasionado buscador de orden, de lógica, de sentido en el universo. En cierta forma el científico se asemeja al hombre profundamente religioso que quiere encontrar un significado en el universo. Consideramos que al observar el mundo, el científico lo está alterando; selecciona eventos de la realidad y los integra en teorías. Estas realmente no son la consecuencia de la observación sino que son su fundamento; en otras palabras, la teoría nos dice qué debemos buscar. Los científicos son hombres y mujeres apasionados, tan llenos de prejuicios como los demás hombres y mujeres . –Tampoco creemos que la ciencia sea un juego. Pensamos que es una institución demasiado importante para considerarla un juego. Tomamos en serio a Popper, a Bunge y a Kuhn, creemos en los paradigmas, y consideramos que la historia de la ciencia aún no ha terminado. Es más, pensamos que está simplemente empezando. Para países como el nuestro, con recursos limitados y con grandes proyectos de cambio social, la ciencia debe ser útil. Estamos a favor de la investigación científica fundamental, y le damos todo el apoyo que merece; pero enfatizamos la ciencia aplicada, debido a que nuestros problemas son urgentes y no pueden esperar a que los investigadores de laboratorio encuentren todas las soluciones. Nosotros aplicamos lo que existe, tomamos los datos de la investigación de laboratorio, establecemos reglas de correspondencia con la realidad humana y social, y aplicamos la información existente, aunque sea incompleta. Incluso improvisamos si es necesario hacerlo. Pienso que Martín no ha debido decir esto último. Nosotros estábamos improvisando, claro que sí, y mucho. Pero no había necesidad de decirlo ante esta audiencia internacional, que podía entender mal las cosas. Me hubiera gustado escribirle yo el discurso, en vez de dejar que lo escribiera él mismo. –Al hablar de ciencia no me refiero únicamente a la ciencia física, sino a todas las ciencias. Considero que la distinción entre ciencias naturales y ciencias sociales o humanas o del comportamiento no pasa de ser un anacronismo. Hoy sabemos que el hombre y su sociedad son parte de la naturaleza, y por lo tanto creemos en una sola ciencia. Pensamos que hay ciencias más desarrolladas que otras, siendo la física la que siempre ha llevado la vanguardia. Hay ciencias desarrolladas y subdesarrolladas, no ciencias naturales y ciencias sociales. Esto sin duda les debió agradar a los ingenieros y físicos, dado que siempre han pensado que el camino seguido por la física es la única alternativa para todas las ciencias. Lo cual es muy discutible, Sr. Presidente. En fin, ya hablaremos del tema en otra ocasión. –Esta ciencia, que abarca desde los átomos hasta las galaxias, desde las trasformaciones metabólicas hasta los cambios culturales, es uno de los pilares de nuestra sociedad. El otro pilar es el respeto por el ser humano y su bienestar. Somos unos seguidores del humanismo en un sentido nuevo, del humanismo científico y no literario. Hacemos cosas, en vez de dedicarnos simplemente a hablar de ellas. Para esto es preciso arriesgarnos, es precios improvisar y es preciso corregir los errores. –Hace poco –continuaba el Sr. Presidente– la Nacional Science Foundation de los Estados Unidos discutió los alcances de las trasformaciones en lo referente al procesamiento de la información, que se están empezando a llevar a cabo por los computadores en microcircuitos. Los computadores con capacidades más allá de la imaginación humana, y a costos reducidos, están comenzando a ser una realidad. Los sistemas de manejo de información están al acceso del hombre de la calle; si antes un “microchip” comercial podía llegar a almacenar 16.000 funciones, ahora puede almacenar 160.000 o más. Este tremendo avance tecnológico en el manejo de información implica, al igual que la imprenta de Gutenberg, la mecanización de la información. Estamos a la puerta de la revolución tecnológica, de grandes alcances, de combinación de variables, análisis de datos, acceso de cualquier persona a cualquier información. Se espera una revolución en la neurología, la espectrografía de rayos infrarrojos, la cristalografía de rayos X y la investigación a escala de microestructura. –¿Por qué estos cambios no han llegado a la psicología, la sociología, la antropología? Porque los marcos conceptuales de estas ciencias son muy complejos y deben tomar en consideración una gran cantidad de procesos de interacción entre las variables. Además el progreso en estas disciplinas, por ejemplo en la psicología, se ha visto obstaculizado por el poder limitante de las matemáticas tradicionales y de la forma de pensar que conllevan. Es posible que los cambios en el procesamiento de información permitan que la teoría en las ciencias del comportamiento abarque toda la complejidad de los fenómenos que estamos intentando comprender. –Se nos dice que la nuestra es una sociedad centrada únicamente en la psicología –observó Martín después de beber un sorbo de agua, aunque yo pienso que hubiera preferido un sorbo de vodka– . En realidad nos basamos en todas las ciencias. Hemos fundado Institutos de Investigación para la Prolongación de la Vida, para el Control del Cáncer, para Estudiar la Familia. Tenemos grandes laboratorios de condicionamiento clásico y operante, manejados en su mayor parte por científicos nacionales. El Instituto de Criminología ha hecho investigaciones realmente grandiosas. No tenemos muchas cosas nuevas que mostrar en astronomía o física cuántica, pero sí en economía, sociología y antropología. –Al creer en la ciencia unificada, le hemos dado gran importancia a la psicología del comportamiento. Ya dijo Kantor que todas las ciencias estudiaban comportamiento abierto, y que por lo tanto hablar de psicología del comportamiento era equivalente a hablar de psicología científica. Lo que hay que cambiar para hacer una nueva sociedad es al ser humano. En la mayor parte de las utopías, sea la de Platón, de Thomas Moro, de Aldous Huxley, de George Orwell, e incluso de B. F. Skinner, se ha reconocido explícitamente la necesidad de cambiar al ser humano. No se puede hacer una nueva estatua usando ingredientes viejos y deteriorados. La tarea de la psicología es hacer un hombre nuevo, y el marco filosófico en el cual nos basamos es el marco de la ciencia y del humanismo, de una ciencia que parte del hombre, la hace el ser humano y debe servir al mismo hombre. Al terminar el discurso del Sr. Presidente hablaron otras personas, entre las cuales por fortuna yo no estaba incluido, dado que había logrado inventar a tiempo alguna excusa para evitar hacerlo. Luego vino el cóctel de rigor, durante el cual Martín se pudo tomar su vodka, después de tan larga espera. El Presidente del Congreso, un brillante especialista en ingeniería de sistemas, de Rusia, se acercó a mí y me dijo en inglés: –Ahora entiendo que ustedes tienen al frente un camino muy largo y difícil. Es bien complejo esto de cambiar al ser humano y a la sociedad utilizando la ciencia del comportamiento, y teniendo como guía el humanismo. Ahora entiendo una frase que está en muchos afiches, de esos que tienen ustedes repartidos por toda la ciudad, y cuyo mensaje se oye también por la radio y la televisión: “Tenemos mucho que hacer, y lo estamos haciendo”. {{ 18. EL LUGAR DE LA RELIGIÓN –La ciencia no nos puede salvar –le explicaba a mi amigo el ingeniero ruso al dar un paso por la ciudad durante el Congreso Internacional de Ingeniería y Ciencias Aplicadas–. Realmente creo que nadie nos puede salvar, ni la ciencia, ni la religión ni la política. Cada uno tiene que “salvarse” a sí mismo. –¿Salvarse de qué? –inquirió él, cuyo conocimiento del inglés era bastante bueno; sin embargo creyó haber entendido mal lo que yo decía. –“Salvarse” de una vida sin sentido, de una vida vacía, en la cual el tiempo pase, la juventud se aleje y uno sea simple espectador de la historia. Me explico. La gente necesita trascender sus propios límites, darle un sentido a su existencia. Escapar de la muerte. En mi país creo que esto se hace por medio de la ciencia. Se le da un papel de tremenda importancia. –Sí, esto es correcto. Nosotros los rusos insistimos mucho en el ateísmo. Dígame, profesor González, ¿son ustedes ateos? –Difícil pregunta, amigo. Si por tal entiende usted el hecho de no pertenecer a ninguna religión formal, de no creer en los milagros sino en las leyes del universo, de pensar que el mundo existe por evolución y no por creación, sí en realidad somos ateos. Pero si entiende usted que no creamos en que el hombre trascienda sus propios límites, le dé sentido a su vida, busque lo “numinoso” y lo que está más allá de sí mismo, nosotros no seríamos ateos. Lo somos en el sentido de la religión formal, no lo somos en el sentido psicológico. Existe un test de valores, creo que de Allport y otros; en él se mide el valor religioso como la necesidad de trascender, de darle significado a nuestra existencia, de ir más allá de lo cotidiano y pasajero; el nuevo ser humano que estamos formando tendrá sin duda un alto valor religioso en este test. O sea, que en realidad somos una sociedad profundamente religiosa. Religión es re-ligarse, unirse a los demás, unirse a algo que no se derrumbe. No adoramos a nadie, ni a los dioses ni al ser humano. Creemos que tienen tanta probabilidad de existir los dioses egipcios y griegos como el Dios de los judíos. –A la manera de Bertrand Rusell, de su justificación para no ser cristiano –completó el ingeniero. –El hecho de no adorar a ningún Dios no implica que consideremos que la vida se termine aquí y ahora. Piense usted en la profunda ignorancia del hombre, en lo poco que ha avanzado la ciencia, en las grandes lagunas que hay en nuestros conocimientos. Piense en que la historia de nuestra especie sólo ahora está empezando. –Eso no le da a nadie autorización para justificar pseudoexplicaciones, supersticiones ni explicaciones mágicas del mundo. Nosotros en Rusia respetamos la religión pero tenemos propaganda antirreligiosa y educación para el ateísmo. Si alguien quiere ser religioso, que lo sea, es problema suyo, en realidad sólo lo son los viejos. La gente joven e inteligente se siente orgullosa de ser atea. Yo creo que la sociedad de ustedes se parece mucho a la nuestra, las escuelas usan un sistema similar, la planeación económica está centralizada tanto aquí como en mi país; ustedes y nosotros hablamos de cambio social, de metas por alcanzar, de la formación de un ser humano nuevo con ayuda de la ciencia. Es curioso que no quieran confesar que están construyendo una sociedad socialista. Colocaron a Marx como uno de los diez hombres más grandes de toda la historia, al dar su nombre a uno de los diez meses del año. –También le dedicamos un mes a Jesús. –Sí, lo sé, y me extraña profundamente. Ustedes se parecen mucho a nosotros, su sociedad se parece a la nuestra. Quizás usan un concepto de ciencia más amplio y moderno del que usamos en mi país, porque para nosotros “ciencia” es casi únicamente la ciencia física. Pero la religión es una gran diferencia entre ustedes y nosotros. –Creo que nosotros somos menos duros y exigentes con la gente –observé yo–. Somos una sociedad permisiva, que enfatiza el premio y no el castigo, que le permite a todo el mundo tomar parte activa en las decisiones del gobierno, una sociedad centrada en los niños y en la primera infancia, una sociedad científica pero también humana. –¿Acaso la ciencia no es humana? Vea usted, creo que estamos hablando de lo mismo. Aclaremos un punto importante. Ustedes tienen una sociedad pluralista, una “sociedad abierta”, y esto es muy difícil de manejar. Llegará el día en que la “cierren”, no permitan los críticos, no dejen que la gente salga del país, controlen la información que entra y la información que sale. Una sociedad abierta es un lujo que sólo los capitalistas se pueden permitir. ¿Y sabe usted por qué? Pues porque tienen el 70 por ciento de la riqueza del planeta, para el 7 por ciento de la población. Esa economía de la abundancia, del consumo y el desperdicio, les permite tener una sociedad abierta. A la gente le agrada tal sistema; si salen, regresan al país; si critican el gobierno, pues al fin de cuentas el balance de puntos a favor y de puntos en contra es favorable. En el resto del mundo no nos podemos permitir ese lujo, de tener una sociedad abierta. La explicación es económica, ya lo dijo Marx… –Puede ser. Entretanto vamos a seguir teniendo una sociedad abierta, como dice usted, y como creo que dijo Popper. Una sociedad con críticos, con cambios, con evaluación permanente, con participación de las grandes masas en la toma de decisiones gubernamentales. Pero también una sociedad en la cual respetamos las religiones aunque no las alentamos. –Extraño, muy extraño. Nunca entenderé por qué mantuvieron ustedes las religiones, cuando pudieron haberse librado de ellas. La explicación científica del mundo que tanto se defiende aquí, es absolutamente incompatible con la superstición, la magia y, claro está, con la religión. ¿Tienen ustedes ceremonias religiosas, dogmas, preceptos, cultos? ¿Va la gente a la iglesia cada domingo, digo, cada día F? –Van los que desean hacerlo. Las iglesias pueden celebrar sus ceremonias pero no se les permite hacer propaganda religiosa. Se considera que la religión es un asunto individual. Respetamos la religión pero no lo alentamos. ¿Quiere usted ir a una ceremonia religiosa? –¡Claro que sí! Puede ser divertido. Le prometo que no me burlaré de lo que vea, observaré todo con ojos de científico, en este caso de antropólogo, como si estuviera viendo una ceremonia primitiva de una tribu africana o latinoamericana. Después de dar varias vueltas llegamos a la zona de la ciudad que estaba de día feriado y entramos a un templo. Era una construcción sobria y clásica, con columnas jónicas y paredes blancas, todo muy elegante y al mismo tiempo simple. Había un grupo de gente oyendo a una mujer que hablaba. La mujer vestía de blanco hasta los pies y tenía los brazos desnudos, tal vez por el calor o a lo mejor por imitar a una sacerdotisa de alguna religión oriental. Ella hablaba con pasión, y me fue difícil traducirle a mi amigo todo lo que estaba diciendo. Hablaba de la hermandad humana, de la miseria que había en el mundo, de los niños que morían de hambre y de enfermedades en cualquier rincón del planeta. Se refería a las mujeres que tenían hijos ilegítimos y eran ostracizadas por sus familias y por la sociedad, y terminaban trabajando como sirvientas en las casas de los ricos. Allá sufrían humillaciones sin límite, y la crianza de ese niño ilegítimo se tornaba una angustia indescriptible. Mientras ella limpiaba, fregaba y cocinaba, el niño lloraba y al dar vueltas por la cocina se quemaba con la olla de sopa hirviendo. La mujer no tenía dinero para pagar un médico y los gritos de dolor del niño se mezclaban con las lágrimas de angustia de la madre. –Poco estimulante el cuadro –comentó mi amigo ruso. –Ella dice que esto ocurre a lo largo y ancho del planeta, especialmente en el mundo en desarrollo, que constituye las dos terceras partes del planeta, en lo que realmente es el mundo “mayoritario” Es la pauta normal de vida: las enfermedades que la humanidad ya ha controlado pero que la gente no tiene dinero para controlar, la miseria, la desnutrición, las injusticias sociales, el vacío, la ignorancia, todo el dolor del mundo… Espero que diga ella que gracias a la ciencia y al humanismo nosotros hemos podido controlar tales males. –Einstein en Princeton. Todo el dolor del mundo. Y el vacío, el aterrador vacío por todas partes… La mujer hablaba de ese niño al cual su madre no le podía dar la leche que le servía a los hijos de sus amos. El niño que tenía que dejar amarrado con alambres todo el día. De las altanerías y malos tratos de los niños ricos para con su hijo pobre. De las humillaciones que recibía cada vez que sospechaban que le estaba dando leche a su hijito. Del salario inferior que recibía por tener un hijo. De lo difícil que era conseguir otro puesto de sirvienta teniendo un niño y por lo tanto de la necesidad de cuidar el puesto que tenía, hasta que la señora decidiera arrojarla a la calle “como una vil sirvienta” sin darle el pre-aviso legal y sin pagarle ningún tipo de prestaciones sociales. La audiencia estaba realmente conmovida. Yo dejé de traducirle a mi amigo todo lo que decía. La “sacerdotisa” alzaba los brazos, gritaba, cantaba. Empezó a oírse música y a verse colores. La muchedumbre la seguía, cantaba, vociferaba, lloraba. Los dolores ajenos, de aquellos niños maltratados y quemados, desnutridos y abandonados, víctimas de las injusticias sociales, de aquellas mujeres que luchaban en la vida solas y abandonadas, les habían conmovido hasta los huesos. Me volví a mi amigo y vi que tenía el ceño fruncido y los ojos aguados. Increíble, los ingenieros rusos, presidentes de las Sociedades más serias del mundo, también se conmueven ante un niño del mundo en desarrollo que se quema la cara al querer agarrar una olla de sopa que hierve en el fogón. –Einstein en Princeton. Todo el dolor del mundo. Y el vacío, el aterrador vacío por todas partes… Se oyó música, se vieron luces y colores. La música subía de volumen, era altísima y estridente. Había muchas luces, de diversos colores. Me dejaste en el camino, te llevaste mi esperanza… Cuando más rubio era el trigo en la tierra de mi alma… Una mañana de sol la primavera cantaba, y al ver la casa sin ti, todo mi cuerpo lloraba… Una mañana de sol en la playa te esperaba ese mar que te llevó, que nunca te devolvió… La muchedumbre cantaba, danzaba, daba vueltas en círculo. También nosotros tuvimos que hacerlo. La sacerdotisa parecía una loca, con sus brazos en alto, sus gritos, sus cantos. De pronto todo el templo se llenó de nuestras voces, de nuestras danzas y de nuestros cantos. Yo me encontré sumido en ese bullicio, haciendo lo que estaban haciendo los otros. Busqué a mi amigo, y lo vi haciendo lo mismo. También él cantaba y lloraba, como un nativo, como si hubiera nacido en nuestro país tropical y sintiera en sus huesos toda la miseria humana, los males controlables, las injusticias, “todo el dolor del mundo”… Una mañana de sol la primavera cantaba… y al ver la casa sin ti, todo mi cuerpo lloraba… Eres mi canción de infancia, el llanto de mi guitarra y sobre el mar que te guarda te traigo rosas de Francia y e llanto de mi guitarra… de estos ojos que te lloran de esta amiga que te canta… La ceremonia continuó por horas. No se habló de Dios ni una sola vez. No se consumieron drogas ni se inhaló incienso. Después de las danzas la gente se sentó en el suelo, se cogió las manos en silencio y escuchó una bella poesía lírica, de profundo sentido filosófico y humano. Se la traté de traducir a mi amigo, pero creo que tanto él como yo estábamos demasiado imbuidos por la danza, los cantos, los gritos, lo que acabábamos de ver y de hacer. La poesía hablaba de lo que era ese nuevo templo de la humanidad, sin Dios, sin dogmas, preceptos ni culto, pero profundamente religioso, haciendo parte de la humanidad, solucionando la angustia humana de separación. Al fin de cuentas religión quería decir en sus orígenes re-ligare y esto era lo que estábamos haciendo nosotros en este momento. Unirnos con los pobres del mundo, con las gentes lejanas y brumosas, con todos nuestros hermanos y hermanas de este planeta. Definitivamente, “mi reino sí es de este mundo”… –Un sitio donde las gentes de todas clases y condiciones pueden unir sus manos, amar, bailar, adorar, cantar o llorar juntas… Un sitio que cree en la supervivencia de cada ser humano, en los demás hombres y en la muerte. Un sitio que habla el idioma de la música… Un sitio para los jóvenes y para los viejos, para las mujeres y para los hombres, para los bellos y para los feos, para los que creen y para los que no creen… Un sitio que quiere convertir el bien humano en su última meta… Un sitio que sólo ahora comienza a volverse realidad… {{ 19. NI MARX NI JESÚS –El hombre creó a Dios a su imagen y semejanza –decía mi amigo ruso un par de días después–. Los dioses de los griegos tenían la actitud ante la vida que era típica de ese pueblo. Igual pasa con el Dios de los judíos, concebido por uso hombres que vivían en un desierto y tenían una existencia dura en un ambiente hostil. Jesús hizo un imperio que se extendió por el mundo, se centró en la Roma de los Césares y fue el emperador Constantino quien le ayudó a “oficializarlo”. Lo mismo pasó con Marx, otro judío muy parecido a Jesús, con ideas mesiánicas como él, perseguido como él y rehabilitado después de su muerte y resurrección. –Marx y Jesús… –Dos judíos que decidieron conquistar el mundo y lo hicieron. El imperio de Marx comenzó en 1917. El comunismo en el mundo, su crecimiento y decadencia, la analogía entre Marx y Jesús, fueron temas que nos ocuparon durante varias horas. Lo mismo el problema de la religión, y su supuesta necesidad para el hombre contemporáneo y el hombre del futuro. –La religión organizada ha cambiado mucho. Lo que ayer se consideraba una herejía y un acto merecedor de la hoguera, hoy es una práctica común. Lo que hoy no se acepta, por ejemplo el matrimonio de los sacerdotes católicos, o la ordenación de mujeres sacerdotisas, mañana va a ser norma común. En esto la Iglesia ha cambiado, lo han hecho todas las iglesias. En realidad lo hacen porque no les queda más remedio. Es un asunto de supervivencia, de adaptación al medio para no parecer. Darwin tenía razón. Las especies y las instituciones cambian para adaptarse al medio y evitar extinguirse. Es la ley de la vida, la supervivencia del más apto. ¿Del más apto para qué? ¡Del más apto para sobrevivir! –La religión ha cambiado mucho. Creo que el marxismo ha tenido mucho que ver en este cambio, especialmente en lo que respecta a Latinoamérica. La iglesia y el comunismo como alternativas de solución para los problemas del continente, han unido sus esfuerzos, cosa que parecería imposible de hacerse. Los sacerdotes revolucionarios han abundado, a pesar de la santa ira de los altos jerarcas de la iglesia –hice notar yo. –Pero ese acercamiento es peligroso, creo que va a perjudicar tanto a marxistas como a católicos. Usted sabe que el marxismo también ha variado, para adaptarse a las necesidades de cada país y de cada circunstancia histórica; no es igual el marxismo de China que el de Corea del Norte o el de Cuba. Son realidades diferentes aunque se mantengan los principios básicos. Ambas religiones, la de Marx y la de Jesús, tienen sus facciones conservadoras y sus facciones progresistas. –Desde un punto de vista psicológico, yo pienso que la religión tiene un lugar en la vida del hombre. La religión sin revelación, sin dogmas, preceptos ni culto. Sin supersticiones ni pseudoexplicaciones del mundo. Una religión que no considere que posee autoridad científica para dictaminar en asuntos de astronomía, de evolución,de demografía, de psicología ni de sociología. Por ejemplo, el control de la natalidad es un punto de choque entre los científicos de hoy y los católicos de hoy; antes lo fue la evolución de las especies, y anteriormente lo había sido el movimiento de la tierra alrededor del sol. En todas las polémicas entre ciencia y religión, salió victoriosa la ciencia. No hay una sola excepción a esto. Hoy la polémica entre ciencia y religión no se centra en la astronomía ni en la biología sino en la demografía: lo que dicen los católicos es todo lo contrario de lo que dicen los demógrafos. Muy probablemente en este asunto, como en los casos anteriores, la ciencia va a salir victoriosa. –Y a la larga la religión dirá que “realmente” no se le entendió bien y que ella “realmente” nunca dijo que el sol girara alrededor de la tierra, que las especies fueran inmutables ni que hubiera que evitar el control de la natalidad… –observó el ruso. –A pesar de eso yo creo que hay un lugar para la religión en la sociedad. No la religión de la magia sino la que posibilita la unión con la humanidad, la que nos permite trascender nuestros propios límites. –¿Y cuál es ésa? No, no lo creo. Yo pienso que es mejor librarnos de la religión de una vez por todas. Es demasiado peligroso mantenerla, y para mí es un misterio cómo pueden ustedes darle un sitio en su sociedad. Si yo estuviera al frente de este país, eliminaría la religión de una vez por todas. Creo que las siguientes generaciones me lo agradecerían profundamente. –No sé, no estoy seguro. Hay muchas cosas en la vida que no hemos explicado, realidades que hay que enfrentar. Está la muerte, que es el problema más serio del hombre. Aunque la ciencia logre prolongar la vida, aunque la hagamos más digna de vivirse, siempre habrá un momento en que muramos. Somos condenados a muerte, hombres y mujeres que estaremos en este planeta unos 40 ó 60 años más y luego moriremos. Están las enfermedades, las injusticias, el dolor, la miseria. Todas las facetas negativas de la vida, que han estado con nosotros desde los comienzos de la historia. A usted le diagnostican un cáncer y le dicen que va a morir dentro de tres meses. ¿Cómo le da sentido a lo que le resta de vida? ¿Qué explicación racional y madura encuentra para responder a la pregunta de por qué le tiene que ocurrir a usted? ¿Por qué precisamente a mí? ¿Por qué? ¿Por qué? No hay respuesta. Su hijita va por la calle y la atropella un camión y muere instantáneamente. ¿Qué puede hacer usted? ¿Cómo encuentra fuerzas para seguir viviendo? Hay muchas cosas que no se explican sólo por la ciencia. –Son niveles diferentes de explicación, la religión y la ciencia. También lo son la literatura y la filosofía. Es peligroso confundir los niveles. –Claro. Yo quiero que mi gente tenga una forma de escapar al dolor y a la angustia, a los dilemas existenciales que siempre nos agobian. Lo que se pueda solucionar por medio de la ciencia, magnífico, utilicemos la ciencia para el bienestar del ser humano. Pero hay muchas cosas que están en otro nivel del discurso. Si le quitamos la religión a la gente, creo que se tornarán profetas y habrá renacimientos religiosos; o lo que es peor aún, recurrirán a las drogas y al alcohol. –De modo que Dios no ha muerto todavía y Nietzsche estaba equivocado… –Hoy observamos un renacer religioso en los jóvenes de muchos países. Es un misterio por explicar. No es un fortalecimiento de las religiones tradicionales, no. Es una vuelta a las religiones orientales, y especialmente una búsqueda de unión con la naturaleza. Los llamados “niños de Jesús” no son los peores entre los jóvenes de Europa y Estados Unidos sino todo lo contrario, son personas inteligentes y sensibles, que buscan un sentido en el universo. Eso es todo lo que yo quiero decir. Adiós a la religión estratificada, a las jerarquías tradicionales que siguieron el modelo de los Césares romanos. Adiós a las pseudoexplicaciones del mundo, a las polémicas entre ciencia y religión que siempre gana la ciencia. Adiós a las supersticiones, a la ignorancia. Pero no al sentido psicológico de la religión, a la unión con los otros seres humanos a la necesidad de darle un significado al universo. –Después de todo fue Newton quien observó que el científico era como un niño recogiendo conchas en la plaza, mientras al frente suyo se extendía, hacia lo infinito, el mar de lo desconocido. {{ 20. EL ANÁLISIS EXPERIMENTAL A pesar de mis simpatías por esa búsqueda de valores en el universo, por esa integración de factores afectivos al proceso de búsqueda y de darle sentido a la vida, para mí la ciencia seguía siendo el método más válido y apropiado de estudiar el mundo. Esto lo decía en un trabajo enviado a los periódicos con motivo del 4º aniversario de nuestra revolución psicológica y social. Era importante que la gente pensara en estas cosas, en lo que es ciencia y en lo que no lo es. Obviamente que el científico es como un niño recogiendo conchas en las riberas de lo desconocido. Pero no basta con pararnos frente a ese inmenso mar y suspirar pensando en todo aquello que no conocemos, es preferible dedicarnos a recoger conchas, a estudiar lo que sí conocemos, a clasificarlas, a encontrar un orden en ellas. Eso es la ciencia. Eso era lo que les insistía a los lectores en tales artículos, como tema de meditación para los días de fin de año. Nuestra sociedad es una sociedad científica, decía en mis escritos. La Nueva Era se basa en los presupuestos de la ciencia y tiene tanta fuerza y tanta solidez como lo tenga la metodología científica. Distingue claramente lo que es ciencia, lo que es filosofía, lo que es literatura, e incluso lo que es religión. No mezcla los valores, evita pasar de un nivel de explicación a otro sin explicitar las reglas de correspondencia. Evita las extrapolaciones. En sentido estricto ciencia es una búsqueda de orden. Es un intento de describir las relaciones entre los eventos. Si la descripción precede a los eventos, hablamos de “predicción”; si los sigue, hablamos de “explicación”. En ambos casos lo importante de la ciencia es la comprensión del universo y su control. Las leyes funcionales exactas y válidas facilitan el control. Si somos capaces de producir un fenómeno podemos decir que en realidad lo entendemos. El ser humano es una parte del universo, es producto de las mismas leyes que dieron origen a los demás seres vivos, y se encuentra en la misma línea evolutiva de las otras especies. El hecho de reflejar el universo, de poder entenderlo, no implica que no estemos sometidos a las mismas leyes que rigen para el resto del mundo. El comportamiento humano no tiene nada de misterioso, existe en el tiempo y en el espacio, como existen las estrellas y como existen las amibas. Sin embargo, el estudio del comportamiento ha sido especialmente difícil y lento. Esto se debe a la complejidad de la conducta, y al hecho de encontrarnos demasiado cerca de ella: Estamos tan cerca que no somos capaces de estudiarla objetivamente, como en el caso de los árboles que no nos dejan ver el bosque. Estaba reflexionando en todo esto cuando recibí una llamada de Martín, que quería verme con urgencia. Interrumpí lo que estaba tratando de escribir para los periódicos y subí a su oficina, situada dos pisos más arriba que la mía en el Palacio Presidencial. El Sr. Presidente acababa de clausurar el Congreso de Ingeniería y Ciencias Aplicadas y estaba ansioso por regresar a su trabajo normal. Yo había llevado al aeropuerto a mi amigo el ingeniero ruso, y le había prometido enviarle un par de libros de psicología científica, en los cuales se hablara detalladamente del análisis experimental del comportamiento y de la forma de aplicarlo para nuestra reforma social. Pensé que los artículos que estaba escribiendo para los periódicos del país podrían serle útiles, dado que su ignorancia sobre psicología operante era bastante grande. Después de todo en Rusia estos temas sólo ahora comienzan a ser estudiados, y hablar de un nivel comportamental de explicación, sin necesidad de hacer reduccionismo a la fisiología, es algo que les aterra a los discípulos de Pavlov y Bechterev. Por fortuna también existió un Vigostsky, que puso las bases de una psicología autónoma, sin necesidad de ser reducida a la fisiología, como hubiera querido Pavlov. Pero la utilización de la psicología de Skinner para el cambio social era alto tan fascinante como desconocido para los rusos. –Dave, gusto en verte. ¿Cómo estás? Hace tiempo que no sé nada de ti. Tenemos muchas cosas que hacer; acabo de recibir un proyecto de la Comisión de Delincuencia y quiero tu concepto antes de implementarlo. Además está el trabajo de la Comisión de Recreación que tenemos que reevaluar. –He estado en el Congreso de Ingeniería, lo mismo que usted. No es fácil trabajar y servir de guía turístico. Estuve con el presidente del Congreso asistiendo a varios sitios, entre ellos a un templo, el pasado día F. Le extrañó y fascinó, aunque en su opinión lo mejor que podríamos hacer era librarnos de la religión de una vez por todas. Fuimos a otras partes, a las escuelas, a las granjas colectivas, y creo que se llevó una buena impresión de nuestra reforma social. –Supongo que no irías a uno de los Centros de Salud Sexual. –¡No, eso nos faltó! Yo insisto siempre en no llevar a los extranjeros a tales sitios, usted sabe. ¡Si lo hubiera hecho me temo que el ruso aquel habría solicitado refugio político en nuestro país! Usted sabe, esos rusos son puritanos y enchapados a la antigua. Es extraño cómo se puede avanzar tanto en la ciencia, investigar cosas tan importantes como las que investigan los rusos, y al mismo tiempo considerar que el comportamiento humano no es un área de estudio científico, que es inmutable, que hay una “naturaleza humana” que no cambia, etc. Creo que podremos enseñarles muchas cosas, a la vez que aprender mucho de ellos. –Sí, muchacho, es verdad. Pero en general el Congreso me gustó. Tuvo una amplia cobertura nacional e internacional. Pienso que dimos una buena impresión. Ya me estoy volviendo viejo, amigo mío, y creo que uno debe tener en la vida una que otra gratificación. ¿Quieres un trago? –No, gracias. Pero si usted lo desea, sírvase uno, no se preocupe por mí. Pienso que usted estuvo muy bien en su discurso inaugural, al poner de manifiesto el papel de la psicología en la Nueva Era. –Bébete un trago muchacho, ¿cómo me vas a dejar beber a mí solo? Aquí tienes. Bebí mi trago sin protestar y continuamos analizando el trabajo que teníamos al frente. Martín le dedicaba muy poco tiempo a su familia, siempre estaba con nosotros y pienso que su esposa y sus cinco hijos debían resentirse por ello. El trabajo de ser presidente del país y de estar cambiando todo el sistema social, era bastante pesado. De vuelta en mi oficina continué escribiendo mis artículos. Quería explicar el concepto de refuerzo, la importancia de comprender el comportamiento y modificarlo, los programas de reforzamiento, todo aquello que se precisa en un análisis experimental de la conducta. Hice notar que los métodos operantes facilitan nuevas estrategias de investigación, sin tener en cuenta los problemas tradicionales del diseño experimental. La investigación sobre condicionamiento operante se ha llevado a cabo sin prestar atención a los problemas tradicionales de la psicología, a sus métodos ni a sus teorías. Sin embargo, recientemente se ha dejado de pensar en el análisis experimental como una “escuela “, como una isla, como un sistema, y se ha tratado de integrarlo dentro de la psicología como un todo, especialmente dentro de la psicología experimental. Hoy se trabaja en muchos problemas que Skinner y sus seguidores no trabajaron, y los especialistas no se preocupan demasiado por la “pureza” de los métodos empleados ni de las conceptualizaciones propuestas. Los límites se han ampliado mucho. El comportamiento operante se estudia organizando las cosas en forma tal que aquello que hace un organismo afecte su ambiente en alguna forma. Por ejemplo, una rata presiona una palanca en una caja de Skinner, o una paloma picotea un disco. Esa respuesta se toma como parte de todo lo que hace un organismo; en la misma forma como el comportamiento se divide en unidades relativamente arbitrarias que llamamos respuestas, el ambiente se divide en unidades relativamente arbitrarias que llamamos estímulos. La psicología operante no es una psicología estímulo-respuesta, en sentido estricto, sino estímulo-respuesta-consecuencia. Si la respuesta del organismo cambia el ambiente en forma tal que posea consecuencias (agua, comida, escapar del choque eléctrico), el organismo aprenderá la respuesta. Dicho cambio define la consecuencia como un reforzador. La relación entre la respuesta y la consecuencia se denomina contingencia respuesta-reforzador. Los refuerzos se dan en programas, y su estudio ha dado origen a una ingeniería del comportamiento de gran refinamiento. Es posible afirmar que el área de la psicología con un nivel de desarrollo más alto –cualquiera que sea el criterio que usemos para definir ese nivel– es el análisis experimental del comportamiento, y específicamente el estudio de los programas de refuerzo. A mí siempre me extrañó la gran diferencia que existe entre los hallazgos de laboratorio en el análisis experimental de la conducta, y aquello que aplicamos para modificar el comportamiento. El abismo es gigantesco, y creo que no estamos aplicando ni el 1 por ciento de nuestros hallazgos de laboratorio. La “física” (trabajos de laboratorio) está a años luz de distancia de la “ingeniería” (modificación del comportamiento), y es posible que muchos problemas complejos de conducta humana se solucionen cuando apliquemos programas complejos de refuerzo, y no simplemente los más sencillos, de razón fija, razón variable, intervalo fijo e intervalo variable. La conducta del hombre es bien complicada y sin duda está mediada por programas de refuerzo bastante complejos. Algún día se hará este análisis… algún día. Pensé que también era conveniente hablar en mis artículos para los periódicos de desarrollo recientes que habían cambiado la panorámica del estudio del comportamiento, por ejemplo la influencia de la psicología evolucionista, de la etología, del auto-moldeamiento (¿sería una traducción apropiada par auto-shaping?) y del contraste conductual. En el auto-moldeamiento se encontró que el comportamiento de un organismo puede generarse y mantenerse por medio de contingencias clásicas. Esto generó estudios acerca de las interacciones entre condicionamiento pavloviano y condicionamiento skinneriano, o sea clásico y operante. Los límites del aprendizaje, que han preocupado a los etólogos y a sus seguidores dentro de la psicología operante, han demostrado que la selección de un reforzador específico, de una respuesta o de un estímulo, puede limitar la selección de otros que sean efectivos con dicho refuerzo, respuesta o estímulo. Los organismos tienen ciertas preferencias (innatas) por ciertas conductas, prefieren ciertos refuerzos y ciertos estímulos; así, sin mucha preparación, se introdujo el concepto de “comportamiento específico de la especie”, tomado de la etología, que era nada menos que el traqueado y vetusto concepto de “instinto” con ropaje nuevo y con un nombre más elegante. Otro desarrollo relativamente reciente se asociaba con la obra de Premack, un hombre de gran creatividad que me hubiera gustado traer a Panamá. Insiste en que los reforzadores no tienen cualidades absolutas, sino que dichas cualidades se definen funcionalmente y se determinan situacionalmente; incluso el premio y el castigo pueden ser resultado de ciertas contingencias de programación. Es importante considerar la línea de base operante en su interacción con otros procesos fundamentales, cuando se obtiene la supresión condicionada, en situaciones aversivas. Hay investigaciones sobre procesos fisiológicos y motivacionales, por ejemplo relacionados con el consumo de comida, de agua y con el mantenimiento de una temperatura estable. Los mecanismos comportamentales termorreguladores tienen gran importancia. A nivel de procesos preceptúales se ha avanzado mucho en la llamada psicofísica animal, que se suponía era un área “imposible” de estudiar, dado que la psicofísica de Fechner se basaba en la introspección y en el reporte verbal del sujeto; como los animales no pueden hacer introspección ni nos presentan reportes verbales, era imposible que existiera una psicofísica animal; pero hoy la había. Gracias a Skinner y al análisis experimental del comportamiento. {{ 21. LA SÍNTESIS EXPERIMENTAL El campo del análisis experimental se había ampliado muchísimo, pero yo no creo que hubiéramos “superado” a Skinner, como decían algunas personas. Creo que estábamos trabajando dentro de las líneas directrices trazadas por él. Hoy nos dedicábamos a problemas mucho más amplios que los que le interesaron a Skinner; la psicofisiología, la percepción, los procesos cognoscitivos, se habían beneficiado de los métodos operantes. Se habían hecho intentos exitosos de aplicar tales conceptos y tales métodos al estudio de la conducta social. Había comunas al estilo Walden Dos en México y Estados Unidos. Sin embargo, sólo nosotros habíamos tenido la osadía de aplicar el análisis experimental a nivel nacional, en un país de aquí y de ahora. Nuestra Walden Tres era sin duda una de las áreas principales de aplicación del análisis experimental del comportamiento. Su éxito –o su fracaso…– iba a tener grandes implicaciones sobre el análisis comportamental aplicado. –La caja de Skinner hizo por la psicología lo que el telescopio hizo por la astronomía, y lo que el microscopio hizo por la biología –le explicaba al Sr. Presidente en una de nuestras reuniones de Planeamiento Nacional. Permitió tener controlado el ambiente, en forma tal que los efectos de cada conducta se pudieran estudiar en detalle, con el mínimo de fuentes de error. La tasa de respuesta fue para la psicología lo que era el reflejo para la fisiología: la unidad de análisis, el elemento fundamental con base en el cual se construía todo el edificio de la ciencia, en un caso la psicología, en el otro la fisiología. Desde este punto de vista, Skinner es a la psicología lo que fue Sechenov para la fisiología. –Obviamente que el análisis experimental de la conducta debe dar origen a una síntesis experimental de la conducta –dije–. La división de los elementos en sus unidades básicas, las unidades funcionales del comportamiento, la triple relación de contingencia estímulo-respuesta-refuerzo, todo esto es análisis. Pero deben integrarse para la explicación de los procesos complejos del comportamiento, para las relaciones del ser humano con su ambiente, para la interacción social. La síntesis experimental del comportamiento será el siguiente gran paso en el estudio de la psicología. No implicará una “superación” del análisis experimental del comportamiento. No es esto lo que quiero decir. Implicará una ampliación de sus límites, una formulación de modelos matemáticos complejos, extrapolación de datos, integración en teorías de amplio poder explicativo. La síntesis experimental del comportamiento es el siguiente gran paso. Estábamos reunidos con todo el grupo de Planeación Nacional, preparando los documentos de fin de año. Creo que habíamos progresado mucho, se habían hecho grandes cosas. Incluso la economía parecía estar recuperándose. Todavía era preciso trabajar más a nivel internacional, para contrarrestar la mala imagen que nuestro Walden Tres tenía en el mundo. O sea, que a pesar de nuestros esfuerzos, cada vez que se publicaba algo sobre nuestro gran experimento social, la evaluación final era negativa. ¿Por qué? Porque existía un Departamento de Planeación Nacional que realmente tomaba las grandes decisiones. Porque había comisiones de Educación, Salud, Desarrollo Humano, Comunicación Social, Familia y Sexualidad, Economía y muchas otras áreas, que tenían la función de planear la sociedad. Porque había líneas directrices que se tomaban en serio, planes anuales que se cumplían. Porque éramos una sociedad planeada. Podíamos haber progresado mucho, haber eliminado muchos males tradicionales de la humanidad; pero nos miraban con malos ojos porque no creíamos en la “libertad” sino en el control, no creíamos en la “libre determinación” sino en el manejo del ambiente para controlar el comportamiento del individuo. ¿Qué hacer para lograr una evaluación un poco más positiva de nuestro Walden a nivel internacional? –¡A mí realmente no me importa lo que piensen de nosotros! –me dijo Martín cuando le comuniqué mis inquietudes–. Los hechos hablarán por sí solos y no me importa que nos ridiculicen y nos critiquen. ¿Sabes David que dicen que yo soy un borracho y un paranoide, que sólo piensa en sí mismo, y que tiene fantasías mesiánicas? ¡Qué descripción más acertada de nuestro presidente!, me dije yo pero me abstuve – obviamente– de verbalizarlo. Es una ventaja que el hombre haya internalizado su lenguaje, en forma tal que podamos “pensar” sin mover los músculos de la fonación. ¡Es magnífico esto de hablarnos a nosotros mismos! Los introvertidos lo hacemos más a menudo que los extravertidos, sin duda. –Se olvidan que hemos acabado con la miseria, con el analfabetismo, con la superpoblación, con muchas enfermedades físicas y mentales. En estos cuatro años hemos avanzado muchísimo, para convertir en realidad los sueños más queridos de la humanidad. Una sociedad equitativa, sin clases, donde todo el mundo pueda tener realmente una vida de calidad. Nosotros lo hemos hecho con ayuda de la ciencia, y esto despierta recelos en la gente. Yo desconfío más de Estados Unidos que de los otros poderes. ¿Sabes por qué razón? Porque los estadounidenses sí saben realmente la importancia de la ciencia del comportamiento para alcanzar los objetivos sociales, para lograr metas políticas. –Sólo en Estados Unidos, en Europa, Canadá, y Japón, las ciencias del comportamiento han alcanzado un alto nivel de desarrollo –señalé yo. –Cierto, chico. ¡Ah!, me olvidaba de algo importante. Hay un joven estadounidense que quiere trabajar con nosotros, y me gustaría que tú leyeras su curriculum vitae y lo entrevistaras. Tiene un entrenamiento fabuloso en ciencia de la conducta y podría ser muy útil. Generalmente no hemos aceptado en el grupo de Planeación Nacional a personas que no conozcamos personalmente, que no sean de toda nuestra confianza y que no hayan comprobado previamente su lealtad. En este sentido somos una sociedad cerrada. Nuestro grupo se cuida mucho, dado que tenemos tantos enemigos y es preciso evitar cualquier fuente de error. –¿Quién es el estadounidense? –Se llama Charles Powell. Estudió en Yale, creo que antropología y psicología. Ha trabajado con el gobierno de Estados Unidos, creo que con el ejército y tiene una brillante hoja de vida. Sus conocimientos son magníficos y su espíritu de colaboración es excelente. Habla muy bien español. Te lo enviaré para que lo entrevistes. Está interesado en trabajar en Planeación Nacional, en cualquiera de las comisiones. –Lo entrevistaré. Envíelo a mi oficina pasado mañana. Antes no podía verlo, debido a compromisos previos. Nosotros pasábamos demasiado tiempo en reuniones y más reuniones. Había que analizar proyectos de reforma, escribir evaluaciones, leer los informes de las comisiones, yo tenía que discutir con los coordinadores de cada comisión, reunirme con la comisión en pleno. Y finalmente asistir a los consejos generales, de Planeación Nacional. A esto se sumaban mis conversaciones con el Sr. Presidente, a veces de varias horas de duración; si Martín fuera más concreto, si bebiera menos –y me hiciera beber menos a mí…– si se limitara a los puntos de la agenda, creo que aprovecharíamos mejor el tiempo. Yo a veces me cansaba de esas largas reuniones, de esas horas sentado oyendo a un expositor presentar datos y curvas, en el salón central, de estilo ultramoderno; el conferencista proyectaba unas diapositivas, discutía sus datos, explicaba las curvas de crecimiento, analizaba la relación costo-beneficio, las implicaciones ideológicas y psicológicas del proyecto, y abría la discusión. Nosotros anteriormente habíamos leído los documentos, como “niños buenos” que éramos, o mejor aún, como personas que habían sufrido el proceso de tortura y deshumanización que es una escuela de graduados, y habíamos aprendido a hacer aquello que se esperaba de nosotros. Me hubiera gustado tener un asistente de confianza. Martín no quería que lo tuviera, dado que yo manejaba información confidencial, “peligrosa”. La ciencia es “peligrosa”, había dicho Eduardo en la Comisión de Comunicación Social. Yo no estaba de acuerdo, creía que la ciencia no tiene nada de peligroso y pensaba que la gente tenía que estar informada. Lo peligroso es la ignorancia, no el conocimiento. Era un derecho y un deber de cada persona. Pero después de todo, yo hacía lo que quería el Sr. Presidente, y en realidad tenía acceso a información que en malas manos podría llevarnos al desastre. El día D entrevisté a Charles Powell. Aunque en su curriculum vitae decía que tenía 32 años, parecía mucho más joven. Era un muchacho rubio, de sonrisa fácil y ojos inquietos. Me gustó desde el primer momento y pensé que podía ser una buena persona para Planeación Nacional. Su entrenamiento en antropología y psicología, de la Universidad de Yale, se complementaban con un trabajo en el ejército de Estados Unidos, básicamente in investigación trascultural sobre pautas de crianza de los niños. Uno de los temas que a nosotros más nos interesaban. Charles había trabajado en Indonesia y en Chile, hablaba muy buen español, con un poco de acento chileno. Era una persona agradable, de pocas palabras, y me causó muy buena impresión. Su esposa era chilena. Esto daba como resultado un psicólogo realmente “internacional”, mientras que mi creencia –cuando estudiaba en Harvard– era que los psicólogos de Estados Unidos son bastante provincianos. –¿Por qué le interesa venir a trabajar a Panamá? –inquirí, sabiendo que ésta era una de las preguntas de rigor en toda entrevista. –Tengo muy buena impresión de los cambios sociales que ustedes están haciendo aquí. Están poniendo en acción lo que han predicado los científicos del comportamiento desde sus universidades, sin que nade los haya tomado en serio. Quiero conocer mejor lo que están ustedes haciendo, y espero contribuir en algo a tan importante experimento social. Aunque la respuesta parecía un poco estereotipada y convencional, me agradó. Mi pregunta era convencional, y su respuesta también lo había sido. ¡No pienso que estuviera volviéndome paranoide como Martín! Después de todo este gringuito podía estar genuinamente intensado en nuestro Walden Tres. A lo mejor podía convertirse en mi asistente de confianza, en la persona que yo necesitaba para librarme del exceso de trabajo. –Usted sabe que nosotros en Panamá estamos modificando la sociedad con base en los principios del análisis experimental de la conducta. Importamos los principales psicólogos operantes del mundo, que estuvieron con nosotros durante dos años, trazaron los planes más importantes y entrenaron a la gente que ahora está a cargo de la reforma social. Nosotros consideramos este cambio como un experimento, un experimento social, lo mismo que la revolución francesa o la revolución mexicana… e incluso que la revolución rusa. Me detuve para ver su expresión. Miraba con atención y sonreía, asintiendo con la cabeza de vez en cuando. ¡Un buen especialista en refuerzo social este Charles! –Mi pregunta es la siguiente –continué–. ¿Piensa usted que es posible superar el análisis experimental? ¿Ir más allá de donde fue Skinner? ¿Hacer una síntesis experimental del comportamiento en vez de un análisis? Como la pregunta era técnica también lo fue la respuesta. Creo que lo tomó un poco de sorpresa, debido a que no se había hablado antes de una síntesis experimental de la conducta, que fuera el paso lógico después del análisis. Su respuesta fue clara y brillante. No se comprometió con opiniones demasiado definitivas, pero expuso su pensamiento en forma lógica y coordinada. Indicó que era posible ampliar los límites del análisis experimental, sin disminuir el rigor ni caer en especulaciones. El límite último era el control del ambiente global, a nivel nacional como estábamos haciendo nosotros. –Muy bien, dejemos el tema, le agradezco mucho que nos haya visitado. Quiero terminar comentándole que todo el mundo sabe, tanto en Estados Unidos como en Bolivia o en África del Sur, o en cualquier otra parte, que llegará el día en que haya medicina gratuita, economía planeada, planificación familiar verdaderamente racional; en que se haya erradicado la miseria; en que no sea necesario tener ejército; en que la educación sea gratificante y no punitiva; en que la familia se haya modificado radicalmente, enfatizando la pareja y no los rituales ni la reproducción. Todos sabemos que este día llegará para todos los países del mundo: Estados Unidos, Bolivia, África del Sur o lo que sea. Se acabarán las clases sociales, se acabará la miseria. Pero la gente cree que ese día está muy lejano y que ellos no lo verán. Pues bien, amigo, lo que nosotros tratamos de hacer fue convertir esos ideales en realidad, aquí y ahora; en vez de hablar de las cosas, las hicimos. –¡Magnífico! –Por eso no nos quieren. Por eso esperan que nuestro Walden se vaya a pique mañana o pasado mañana. ¡Pero no les vamos a dar gusto! –Ja, ja, ya lo creo que no! Si en algo puedo contribuir yo a esta magna empresa, por favor déjemelo saber. {{ 22. MERCEDES Y FELIPE Charles se convirtió de inmediato en mi ayudante, y pude pasarle buena parte de mi trabajo. Gradualmente lo inicié en los detalles finos de mis actividades y le delegué responsabilidades. Le informé acerca de los puntos fuertes del nuevo gobierno y de sus puntos débiles, de aquellas áreas en las cuales habíamos triunfado y de aquellas en las cuales todavía no habíamos logrado tener éxito. Era magnífico tener un ayudante de confianza. Para mí Charles se convirtió en una especie de brazo derecho y pude compartir con él gran parte de la vida y del trabajo. Le dimos oficinas en el Palacio Presidencial, y le confiamos información confidencial. Charles siempre estuvo a la altura de lo que esperamos de él. Nunca nos defraudó. Hizo todos sus trabajos con seriedad y responsabilidad, con un gran sentido del deber y con una gran involucración y compromiso con nuestra meta, de crear una sociedad utópica, aquí y ahora, con ayuda de la ciencia. La casa de Charles y su esposa se convirtió casi en mi segundo hogar, o mejor aún, en el tercero, después de la casa de Mercedes y Felipe. En las pocas horas libres que tenía, visitaba a Charles y su esposa, o a Mercedes y a su hijo. –Estás confiando mucho en Charles –me hizo notar Mercedes un día–. Le has entregado todos los “secretos” del Estado y le has dado información confidencial acerca del funcionamiento del país, todo esto sin someterlo antes a suficiente prueba. Lo has hecho demasiado rápidamente. Querido, creo que estás pecando de ingenuo. Uno no puede confiar en la gente como tú lo haces. Piensas que nadie es malo, que no te van a explotar ni a sacar provecho, y ya verás cómo es la gente. Dave, Dave, creo que es hora de utilizar tu “malicia indígena” como dicen en los países andinos –¡Pero chica, no pienses mal de Charles! Él me parece honesto y sincero en lo que dice y hace. ¡Si vieras la dedicación, el compromiso y seriedad con que lleva a cabo su trabajo! Llega siempre a tiempo, respeta las fechas límites, dedica toda su iniciativa y su inteligencia a la persecución de nuestros ideales de reforma social. Yo tengo toda mi confianza puesta en Charles. –Ojalá que no te defraude. Uno nunca sabe. Yo entiendo que tú necesitas un asistente de confianza para ayudarte a llevar a cabo tu trabajo, y el muchachito éste parece que se ganó tu afecto con mucha facilidad. Ahora tienes un poco más de tiempo libre y esto es bueno. Es bueno también para mí, chico. Uno que otro día íbamos de paseo al campo con Mercedes y su hijo, a caminar y a respirar aire puro. Aquí no había montañas altas que escalar como en mi patria. A veces en estos paseos echaba de menos a mi patria y sus montañas… Pero no, realmente ésta era mi patria, a la cual le había dedicado todas mis energías y todo mi tiempo desde mi regreso de Harvard. ¿Qué sería de mi anciano padre y de mi hermana? Era muy poco lo que sabía de ellos, desde el comienzo de la Nueva Era. Con Mercedes y Felipe habíamos formado una pequeña familia. Era como tener de nuevo un hogar, como poseer un remanso de paz en medio de los avatares de la vida. La familia no nace, se hace, era una de las frases preferidas de Mercedes. En la misma forma como uno debe cultivar sus amistades, así también debe cultivar la familia; en realidad hay que crearla. Los lazos de sangre son probablemente el elemento menos importante en una familia. Lo importante es el afecto y el compartir la vida. Definitivamente la familia no nace, se hace. –Si yo hubiera sido Dios, habría hecho al hombre muy diferente –le dije un día a Mercedes y a Felipe medio en broma–. Obviamente que también habría hecho al mundo menos complicado de lo que es. El hombre habría sido más simple y al mismo tiempo más autónomo, menos necesitado de los demás seres humanos. Va a llegar el día en que se reviva la vieja y desacreditada teoría de la “mente colectiva”, en la misma forma como se ha revivido para el caso de las hormigas y de las abejas. Cada individuo es sólo parte de un gran todo, de un gran enjambre dentro del cual está sumergido y que él no ve. Una especie de inconsciente colectivo, al estilo de Jung. Nosotros al hacer una sociedad como la nuestra estamos tal vez contribuyendo a la llegada de ese gran enjambre, de esa red, de esa mente de grupo. –¿Recuerdas a Pablo Neruda? En alguna parte escribió: Con una sola vida no aprenderé bastante. Con la luz de otras vidas vivirán otras vidas en mi canto. –Ustedes los científicos tienen fama de hombres serios y fríos –intervino el joven Felipe–. Se dice que no tienen sentimientos y que sólo les interesan los tubos de ensayo y las computadoras. A mí me extraña ver que Einstein fue un gran violinista y que a casi todos los grandes científicos les interesa profundamente la música, la literatura y demás. –No, muchacho; sólo nos interesan las computadoras y los tubos de ensayo. Lo demás no vale nada. Reímos ante la sorpresa de Felipe que no acababa de entendernos. Tal vez él también pensaba que si fuera Dios, nos habría hecho a todos nosotros un poco menos complicados. –En una frase de Machado se sintetiza esto de los principios científicos y la trasformación del mundo para mejorarle la vida al hombre. Realmente lo que a la gente le interesa hoy es cambiar al mundo, no entenderlo. Uno no sabe cómo pretenden cambiarlo sin antes haberlo entendido, muchacho. Pero en fin, eso es lo que están haciendo muchos, incluyéndonos a nosotros, y especialmente a nuestro Presidente. La frase de Machado dice: ¿Dices que nada se crea? No te importe, con el barro de la tierra, haz una copa para que beba tu hermano. Era agradable estar con Mercedes y Felipe. La vida seguía, sin embargo, tan agitada como siempre. Si tenía tiempo libre no sabía qué hacer con él y me angustiaba, y para escapar de esta angustia buscaba nuevos trabajos, y entonces ya no tenía ningún tiempo libre… Revisé lo que estaban haciendo nuestros Institutos de Investigación, entre ellos el de Criminología, el de la Prolongación de la Vida, el de Familia y Sexualidad y otros. Planeé visitas a todos ellos con el fin de hacer evaluaciones para Martín y los demás miembros de Planeación Nacional. Quise leer sobre sociedades utópicas, tema que siempre me había fascinado, incluso cuando era estudiante de escuela secundaria. Leí las obras utópicas de Platón, de Bacon, de Thomas Moro; leí Looking Backward, el Brave New World de Aldous Huxley, 1984 de Orwell, Walden Two de Sknner, esta última por cuarta o quinta vez. En realidad nuestra sociedad era muy diferente de las demás. No se parecía tanto a Walden Two como nosotros pretendíamos creer, debido a que trabajábamos con parámetros más amplios y complejos, teníamos que enfrentar problemas sociales (por ejemplo de criminalidad, de economía, de ejército y policía) que no tenían relevancia en el Walden de Skinner. No éramos mejores ni peores que los demás, simplemente éramos distintos. Curiosamente, la mayor parte de las utopías se habían escrito en inglés. No había ninguna escrita originalmente en español ni en francés. Probablemente los ingleses son más idealistas que nosotros y se ponen a escribir cosas tan extrañas como una sociedad “ideal”. La nuestra tenía muy poco de ideal, era bien real, bien “down to earth”, y en esto se parecía al Walden de Skinner. Nuestras granjas colectivas eran uno de nuestros orgullos y se parecían mucho a los kibutz de Israel y a Walden Dos. Yo nunca he visto algo tan cercano a una sociedad “ideal” como un kibutz: su énfasis en la hermandad humana y en el trabajo, su abolición del dinero, su gran mística y espíritu de grupo, me han parecido muy cerca de lo que todos los escritores especialistas en utopías han buscado desde Patón hasta Skinner. Nuestras granjas colectivas seguían el modelo de los kibutz, con su planeación, su toma colectiva de decisiones, su integración de trabajo físico con trabajo mental. Bajo el sol del trópico era muy lindo ver a nuestros jóvenes, hombres y mujeres, levantarse al amanecer, ir al campo, sembrar y cosechar, arar la tierra con una sonrisa en los labios y una canción –generalmente política– mientras manejaban el tractor: ¡Unidos en la lucha, no nos moverán! ¡Unidos en la huelga, no nos moverán! ¡No, no, nos moverán! Nosotros éramos un país agrícola. La industrialización acelerada no había implicado abandonar el campo sino tecnificar sus labores. Muchos problemas se habían resuelto, pero otros –por ejemplo el control de precios para los productos agrícolas– todavía eran motivo de preocupación para nuestros expertos en economía agraria. Pero el campo estaba lleno de hombres y mujeres alegres y fuertes, que laboraban desde el amanecer hasta poco después del mediodía, y regresaban a casa a lavarse, comer, leer libros, ir al cine, asistir a conciertos o simplemente estarse con la familia. La “hora de Pedrito” se aplicaba tanto al campo como a la ciudad. En el campo también había madres sustitutas, había escuelas con todos los adelantos de la tecnología moderna, y con nuestra integración (o mezcla...) de instrucción personalizada y método Montessori. En los campos había de todo, excepto contaminación ambiental estrés, insomnio y angustias existenciales. Los participantes en nuestras granjas colectivas decían que no eran “simples campesinos”. Ya no de presentaba analfabetismo entre ellos, y aunque había que luchar día a día para que no volvieran a sus costumbres anteriores, para que leyeran periódicos y oyeran la radio, se había avanzado mucho en este sentido. La integración de trabajo físico y mental implicaba que dedicarse sólo a una actividad (mental, por ejemplo en el caso de los maestros), era algo que se miraba con recelo y que tenía muy poco prestigio. El ideal era un ser humano integrado y completo, fuerte y sano, con músculos y con mente, que participara en las decisiones de su granja colectiva, que amara a su mujer y sus hijos, y que al mismo tiempo estuviera enterado de los últimos cantantes, de los últimos libros publicados, e incluso (lo cual era casi una meta imposible...) de las últimas ideas de Sartre o de García Márquez. –En el mundo en desarrollo todos estamos muy cerca de la tierra –me dijo Mercedes mientras se secaba el sudor de la frente y respiraba profundamente–. La tierra es muy importante, es la fuente primigenia de riqueza y de sustento, de vida. No es raro que en el fondo nuestra gente todavía crea en la “Madre Tierra”, y que quisieran creer que Dios es Madre y no Padre, y que es Tierra. Por esto los planes de modernización que implican llevar a los campesinos a las grandes ciudades y dejar vacío el campo, nunca van a tener éxito. Los campesinos abandonan su parcela con mucho dolor, como en la época de la violencia de Colombia, cuando los campos se llenaron de cadáveres y los ríos se tiñeron de sangre. Pero nuestros campesinos quieren seguir siéndolo, quieren levantarse temprano e ir al campo, manejar un tractor, llenar una cesta de naranjas y regresar con una sonrisa en los labios a reunirse con su esposa y sus hijos a devorar una suculenta comida, y luego a conversar con los niños, a observar los progresos del pequeñín que apenas comienza a caminar, ver la tarea que ha hecho la hija que quiere ir a la Universidad y estudiar para ser maestra. En el fondo somos un pueblo simple y bueno, sin pretensiones. Un pueblo que ama la tierra y quiere que lo dejen vivir en paz. En el fondo de nosotros mismos, todos éramos campesinos. Pensábamos que la familia era importante y había que salvarla. Que la religión era importante, pero sin mitos ni fantasías, sin Dios, sin pseudoexplicaciones del mundo ni polémicas con la ciencia. Amábamos a los niños y a la naturaleza, nos preocupábamos por la ecología y realmente no entendíamos mucho de política. En el campo no había delincuencia ni criminalidad. Si alguien tenía necesidad de algo, se le daba, sin que tuviera que asaltar a un desconocido en un callejón oscuro de la gran ciudad. Uno siempre piensa en el asaltado y nunca en el asaltante. ¡A mí me daría mucho miedo asaltar a alguien y pedirle que me entregara su dinero! Me temblaría la voz, el revólver se movería de una parte a otra, y yo mostraría mucho más temor que mi víctima... Debe ser muy difícil cometer un asalto, ¡por todos los cielos...! Obviamente que en el campo no teníamos delincuentes, como tampoco contaminación ambiental, ni estrés... ni insomnio. En la ciudad había de todo esto. El problema de la delincuencia era complejo y variado. Nosotros lo manejábamos con modificación de comportamiento (¿con qué otra cosa?). Había un Instituto muy serio para tratar este problema. {{ 23. DELINCUENCIA Y CRIMINALIDAD El Instituto de Criminología era uno de los orgullos del nuevo gobierno. En los 4 años de existencia de la Nueva Era habíamos fomentado la investigación en muchas áreas del saber humano, especialmente en las ciencias del comportamiento. La criminología era uno de los puntos fuertes del nuevo gobierno, y a Panamá llegaban muchas personas interesadas en estudiar los logros que habíamos llevado a cabo en esta área tan importante y tan compleja de la conducta humana. La comisión respectiva había comenzado por estudiar el problema, en su perspectiva contemporánea. Había establecido datos acerca de tipos de crímenes y delitos, incluyendo la población afectada, contra quién se dirigían los delitos y cuáles eran sus causas más importantes. Se había encontrado una interacción entre factores psicológicos, sociales y económicos, difícil de interpretar. La criminalidad supuestamente basada en factores biológicos (alteraciones cromosómicas, del tipo XYY) no se había encontrado. –La delincuencia no posee una base biológica, y en esta área como en muchas otras, los determinantes genéticos del comportamiento no son demasiado importantes. La criminalidad es un fenómeno social, no un fenómeno biológico, en contra de lo que postulan las teorías simplistas –le explicaba a Charles mi asistente, un día en que nos dirigíamos a visitar un importante centro de rehabilitación con base en los principios comportamentales. –¿No hay entonces evidencia alguna para afirmar que exista un sustrato biológico en ciertas personas con tendencias criminales? –Creo que no; es más, pienso que la situación es suficientemente clara. El síndrome XYY lo único que parece producir es un mayor grado de impulsividad, y por esto se ha tratado de relacionar con la delincuencia. Es curioso como a la gente le encantan las explicaciones genéticas que a la larga, realmente no “explican” nada. Decir que hay un delincuente “innato” es cerrar las puertas a la posibilidad de una explicación causal y de un proceso de rehabilitación. Yo creo que solamente los amigos del fascismo se sienten cómodos con explicaciones biológicas de la criminalidad. –¿Y trabajos como los de Lorenz sobre la agresión? –No pasan de ser pseudoexplicaciones, Charles. Decir que el ser humano es destructor, que está genéticamente inclinado a aplastar a sus semejantes, produce muchos problemas. Hay trabajos recientes sobre el origen del hombre, que son obra de un brillante científico llamado Richard Leakey, de Kenya, que demuestran más allá de toda duda que cuando nuestras especie aparece lo hace en un contexto de cooperación y no de competencia. El ser humano es altruista y cooperador desde sus comienzos. Decir que somos agresivos y destructivos, que esta es nuestra “naturaleza animal” es una posición fascista y además simplista. Yo prefiero creer que somos cooperativos y buscamos el bien común. A mí me extraña por qué las teorías de Lorenz han llegado tan lejos y han sido tomadas tan en serio. Si uno cree en la modificación del comportamiento no puede creer en determinantes genéticos de la agresión ni cosas similares. En la Casa de Rehabilitación nos esperaban varios miembros de la Comisión de Delincuencia y Criminalidad. Esta comisión estaba dirigida por una mujer, que tenía un enorme empuje y una gran capacidad de trabajo. También tenía una enorme facilidad para hacer enfurecer a la gente. El área de la criminalidad era bastante difícil y compleja, sin duda alguna. Además nosotros estábamos haciendo un trabajo pionero y en cierta horma estábamos intentando alternativas nuevas. Estábamos improvisando (¡mala palabra!), esa es la verdad. Beatriz, la encargada de la Comisión de Delincuencia y Criminalidad era una mujer joven, como lo éramos todos nosotros. No tenía más de 30 años, pero llevaba “a cuestas” dos divorcios y tenía 3 hijos. Era una muchacha muy atractiva, de mirada brillante y gran fluidez verbal; siempre decía cosas inteligentes y a mí me agradaban mucho sus intervenciones en las reuniones de Planeación Nacional. Después de las presentaciones de rigor, Beatriz insistió en que el trabajo de su comisión había tenido mucho éxito y era realmente un trabajo novedoso en el área. –Al trazar la línea base de la criminalidad en el país nos encontramos siempre con los factores económicos. La gente robaba y mataba por razones económicas. Esto parecía sencillo y claro. Una alternativa era creer un seguro de desempleo, cupones de alimentos y demás, como existe en los países industrializados. Pero al constatar que tales medidas no disminuyen la delincuencia, pensamos en otras alternativas. En Walden Tres no tenemos seguros de desempleo sino que a todo el mundo le conseguimos trabajo, siempre que esté en condiciones de trabajar. El desempleo se acabó y lo mismo el subempleo. La delincuencia sin embargo, no varió mucho. De hecho parecería que los problemas económicos estuvieran correlacionados con la delincuencia pero no en forma causal; se asocian con ella pero no son su causa. Extraño, ¿verdad? Otra alternativa eran las explicaciones biologicistas, de naturaleza genética, que no nos convencieron. Quedaban explicaciones de otro tipo, especialmente de auto-control e impulsividad, que al final se encontró que en realidad eran muy importantes. Los delincuentes son incapaces de auto-control, tienen un alto nivel de excitabilidad, dan una respuesta desproporcionadamente grande ante un estímulo pequeño, y en fin, tienen problemas para manejar su impulsividad. Sus mecanismos inhibitorios son muy deficientes. –Obviamente que hay muchos tipos de delincuentes –complementó otro miembro de la comisión que trabajaba bajo la dirección de Beatriz–. Es diferente la estructura comportamental de un estafador, de un asesino, de un violador de niñas. –Claro –continuó Beatriz–, esto es cierto. En la delincuencia es preciso operacionalizar cada uno de los comportamiento, su génesis y su mantenimiento. El hombre que falsifica la firma de otro tiene motivaciones diferentes y está bajo el efecto de programas de refuerzo muy distintos que aquel que asesina al amante de la esposa en un momento de rabia. La criminología debe tomar en cuenta todas estas variaciones. Curiosamente, la teoría clásica no se preocupó por tales problemas. –Nuestro sistema de reforma es abierto –comenté yo dirigiéndome a Charles–. En los modelos clásicos de reforma de delincuentes había dos alternativas que se asociaban con Alemania y Suecia; en el modelo alemán había bastante rigidez y mucha estimulación aversiva; en el sueco había “puertas abiertas” y un enfoque más positivo. Nosotros como sociedad permisiva y no represiva estamos siguiendo un modelo “sueco”. –Sí –añadió Beatriz–, es verdad. Pero en realidad tenemos nuestro propio modelo. No es exactamente de puertas abiertas ni es tampoco el modelo alemán. Insistimos mucho en el aprendizaje de habilidades y en la restitución por el delito cometido. La actitud tradicional de la sociedad hacia los delincuentes se podía explicar con base en dos conceptos: venganza y responsabilidad; el hombre es responsable por lo que hace, y si comete un delito debe pagar por él; y la sociedad desea “vengarse” de aquel que rompió sus leyes y cometió el delito. –Nosotros no creemos en la necesidad de vengarnos de los delincuentes. Tampoco creemos mucho en la responsabilidad individual. –Al desenfatizar el mito de la libertad –precisó la joven directora de la Comisión de Delincuencia y Criminalidad– los conceptos de responsabilidad y venganza pierden gran parte de su relevancia. Hemos investigado las causas de la delincuencia y hallado muchos tipos de delincuentes. Hay diferencias individuales entre ellos, pero especialmente hay diferencias de grupos, según el delito cometido: estafas, asesinatos, violaciones, escalamiento de viviendas y demás. En muchos casos hay un sustrato económico. En la Nueva Era al dar empleo y bienestar económico a todo el mundo, estos factores dejaron de tener importancia. Queda, claro está, la posibilidad de que la privación infantil que tales personas experimentaron siga influyendo en sus vidas. –¿Llegaremos a tener una sociedad sin delincuentes ni criminales? –inquirió Charles. Probablemente sí, pero no es seguro que se logre pronto. Al tener todo controlado, absolutamente todo, la probabilidad de los delitos se hará muchísimo menor. Cuando todo el mundo haya nacido y crecido dentro de la Nueva Era, es posible que no haya delitos. –O sea, cuando hayamos muerto todos nosotros... –completé yo. Caminamos por la Casa de Rehabilitación (antes denominada Cárcel Nacional de Mujeres) y visitamos varios pabellones. Ahora las cárceles (Casas de Rehabilitación) eran pequeñas, y situadas en el campo. El fracaso del sistema carcelario tradicional tenía muchas causas que nosotros estábamos investigando, sin pretender poseer respuestas para todas las preguntas. En los delincuentes habíamos encontrado como elemento en común la incapacidad para demorar la gratificación, que se asocia con la impulsividad. Para una persona normal no es difícil esperar una hora para comer, ni es demasiado difícil abstenerse de decirle al jefe lo que piensa de él... En cambio para un delincuente en ciernes esto es tremendamente difícil: manifiesta lo que piensa sin control alguno, impulsivamente; en vez de pensar en darle tres tiros de revólver a una persona que lo ofendió, se los da en la realidad. Esta impulsividad e incapacidad para demorar la gratificación de los impulsos la habíamos estudiado mucho nosotros. Les estábamos enseñando a los delincuentes a postergar la satisfacción de los impulsos. En muchos casos habíamos establecido sistemas de rehabilitación con base en economías de fichas. La ficha servía como puente entre la conducta y su gratificación posterior; el tiempo lo aumentábamos gradualmente, de segundos a minutos, de minutos a horas, de horas a días, y finalmente, a meses y años. Era un proceso lento y difícil. No se les podía exigir demasiado a los delincuentes. Había que avanzar por medio de pasos muy lentos y graduales. Obviamente que no se dejaba nada al azar. Esta era una Casa de Rehabilitación para mujeres. Beatriz y sus colaboradores habían elegido el pabellón más difícil de todos, y habían comenzado por establecer allá una economía de fichas. Se habían fijado metas, que las reclusas (o internas) habían definido de común acuerdo con los investigadores; por cada cierto número de trabajos terminados (por ejemplo hilar telas, tejer suéters, asear el pabellón, no agredir a los demás, cooperar con las otras internas, seguir instrucciones) se ganaba un cierto número de fichas. Cada conducta tenía un precio, que variaba según su dificultad. Esto abarcaba conductas negativas que había que disminuir en frecuencia (por ejemplo, “comportamiento sexual apropiado”, como masturbarse en público, tocarle los senos a otra reclusa), y conductas positivas (cooperación, limpieza, lenguaje apropiado) cuya probabilidad había que aumentar. Insistimos en implantar comportamientos que fueran útiles para las reclusas cuando salieran de la prisión. Algunas conductas eran útiles en la Casa de Rehabilitación pero no fuera de ella, y presentaban problemas especiales. –Después de haber modificado la conducta de las muchachas del pabellón más difícil, éstas sirvieron como asistentes para modificar el comportamiento de las internas de otros pabellones. Ellas habían aprendido muy bien los principios del refuerzo, los programas, el costo de respuesta, la forma de aplicar la economía de fichas. Eran buenas asistentes, pero las otras internas resistieron su situación de privilegio y de poder. Fue un poco difícil manejar esto. Hubo amagos de huelga en la prisión, y habría sido terrible que se hubiera presentado. No querían que otras reclusas les dieran normas de conducta, aplicaran los refuerzos, manejaran el almacén donde se intercambiaban las fichas por objetos o por privilegios. Pero finalmente tuvimos éxito, usando más diplomacia y sentido común que ciencia. –Ahora todo parece marchar muy bien. –Sí. Tenemos menos de 200 internas, en un área muy grande. Cada una tiene su cuarto individual. Puede traer a sus hijos pequeños, que reciben el cuidado que necesitan y al mismo tiempo están con la madre. Hay visita conyugal, lo cual es muy extraño dado que esto casi nunca se concede en las cárceles de mujeres; prácticamente todas las cárceles “modernas” del mundo para población masculina, permiten la visita conyugal; pero casi ninguna cárcel de mujeres lo hace. Se supone tácitamente, en esta sociedad machista, que los hombres tienen necesidades sexuales, ¡pero que las mujeres no las tenemos! Yo pensé en Beatriz con sus dos maridos, sus 3 hijos y su simpatía juvenil, aparentemente a la “caza” de un hombre… en vez de pensar en las internas y en su vida sexual… Todo el mundo trabajaba mucho, estaba siempre ocupado. Había lecciones sobre temas diversos, y muchas horas dedicadas a la re-socialización. Cada una recibía el dinero que ganaba con su trabajo, después de pagar por su cuarto y alimentación. A las reclusas no se les trataba como “objetos”; por el contrario, cada una se consideraba como un ser humano, con su pasado, su presente y su realidad. Todas se conocían, sabían muy bien por qué estaban en la prisión, pero no se reforzaba el delito ni se admiraba a la que hubiera cometido una fechoría peor que las demás. El principio de restitución era una innovación importante en nuestro sistema carcelario. Cada delincuente debía restituir por el delito cometido. Se restituía a la persona afectada –o a su familia– y también a la sociedad. No con años de vida pasados en una prisión holgazaneando, sino en forma muy concreta. En los casos de asesinatos era imposible devolverle la vida a la persona víctima de la impulsividad del delincuente; pero éste tenía que estar en contacto con la familia de la víctima, conocer la magnitud real del daño que había ocasionado, y tratar de hacer lo que estuviera a su alcance para restituir la pérdida ocasionada, ¡aunque los muertos no resucitan, obviamente! –La rehabilitación tradicional fracasó –decía el ayudante de Beatriz que nos acompañaba–, el humanismo clásico no tuvo mucha eficacia. Hoy rehabilitamos a los delincuentes, considerando que lo importante es cambiar el comportamiento y las actitudes, toda la persona en su relación con el ambiente. Hay que enseñarle a vivir de nuevo. En la misma forma como la educación enfatiza factores intelectuales, emocionales, de habilidades sociales y demás, lo mismo hace la rehabilitación de los delincuentes. Pensamos que hay muchas analogías entre el proceso de socialización –o humanización– del nuevo sistema educativo, y los procesos de rehabilitación de delincuentes. Pero al no estar tratando con un niño, el problema de resocialización se hace mucho más difícil. Hay que desaprender toda una vida de odio, de conductas desadaptativas, de agresión, de resentimiento, de miseria y dolor, de pobreza. Toda una vida de recibir injurias y de propinarlas a los demás. Nosotros no tenemos compasión por los delincuentes, eso no estaría de acuerdo con los principios de la Nueva Era; pero tenemos respeto y cariño por ellos, los tratamos como seres humanos, y esto ha tenido resultados muy positivos. –La rehabilitación implica un cambio en el estilo de vida –le decía Beatriz a Charles–. No creemos en la “mente criminal”, no creemos en factores genéticos para explicar la delincuencia, creemos en comportamientos abiertos. Creemos también que el delincuente no es un niño ni se le puede tratar como tal. Eliminamos los prejuicios y estereotipos de la criminología tradicional y empezamos prácticamente de cero: analizando las conductas delictivas en su ambiente ordinario, describiendo casos antes de explicarlos, buscando lo que tenían en común diversos tipos de delincuentes. Encontramos que el criminal y quien le propina el castigo, se encuentran hundidos en un círculo vicioso sin fin, de buscar venganza; cada uno se está vengando del otro; de ahí la alta tasa de reincidencia en los delincuentes, que llena de alarma a todos los especialistas en criminología. Nosotros estudiamos la historia previa de cada delincuente, nos interesamos por su primera infancia, por su historia de refuerzo y de castigo; casi siempre encontramos una niñez desdichada, con una madre que lo maltrató, un padre que lo castigó en exceso y le enseñó que el mundo era injusto y cruel, y que había que portarse así para sobrevivir. Eran reglas de juego que el niño no podía entender. Se quiso vengar del mundo, cometió su primer delito y fue enviado a una cárcel de menores; salió de allí a vengarse del mal trato y cayó en otra prisión; fue de prisión en prisión, cometiendo cada vez delitos peores, aprendiendo cómo evadir la justicia, queriendo expresar su rabia y su desdicha, su necesidad de vengarse del mundo y de las injusticias cometidas contra él. Es un círculo vicioso, la búsqueda eterna de venganza. Y la “ley”, la “justicia” tradicional está haciendo su parte para perpetuar este círculo vicioso. –¿Qué alternativas han encontrado ustedes? –Sistemas de rehabilitación y resocialización como éste. Énfasis en el premio y no en el castigo. Implementación de conductas que sean útiles al salir de la prisión. Las internas van de aquí a una Casa de Transición, donde pueden hacer una vida casi normal; se les consigue un trabajo decente, y se les libra –si consideramos que están rehabilitadas– del estima de haber estado en una prisión. Tienen un récord limpio. Pueden empezar de nuevo. Casi no hay reincidencias, y estamos muy contentos con los resultados obtenidos hasta la fecha. –La demora en prisión es variable. Cambia según la rapidez del proceso de resocialización, y según la restitución que tenga que dar a la víctima de su delito o a su familia. Salen a una Casa de Transición, como les explicó Beatriz. De allí pasan a desempeñar un trabajo estable y bien remunerado, sin que nadie sepa que fueron delincuentes. Les hacemos un seguimiento, y los resultados definitivos todavía están por verse, dado que el sistema es nuevo… como todo lo que estamos haciendo en el país durante la Nueva Era. –Es curioso esto de encontrar en los delincuentes un factor de venganza contra el mundo, asociado con castigos injustos y excesivos durante la primera infancia. Ya habló Skinner en sus libros acerca de los efectos del castigo sobre la neurosis; el exceso de castigo produce desajustes emocionales y de comportamiento; pero creo que en ninguna parte dijo que produjera delincuentes. –No –hice notar yo–, no lo dijo. Y en Walden Dos no había delincuencia ni criminalidad. Al tratarse de una sociedad pequeña, no tenían que considerarse los problemas económicos, ideológicos, políticos, religiosos, ni de criminalidad. Tampoco los problemas de la ecología. Nosotros en nuestro Walden Tres sí consideramos relevantes estos factores. Es mucho más fácil hacer un Walden Dos que un Walden Tres. Al tratar de aplicar los principios operantes a nivel nacional es preciso tomar en consideración muchos otros parámetros. Nuestra sociedad es más compleja y con muchas variables que no tienen relevancia en la utopía skinneriana. –Pero estamos más cerca de la realidad –hizo notar Beatriz–, más cerca del mundo real y de sus problemas. {{ 24. LA ECOLOGÍA –El hombre es una parte de la naturaleza, como lo son las amibas, las aves y las estrellas –le comentaba a Mercedes días más tarde. La visita a las Casas de Rehabilitación me había agradado mucho, y creo que Charles también había quedado gratamente impresionado. Ahora era preciso analizar el trabajo de la Comisión de Ecología, que tenía que evaluarse y comenzar a implementar las reformas que surgieran de esa evaluación. –Muchas veces nos olvidamos de nuestra naturaleza biológica. Por eso no respetamos las limitaciones de nuestro organismo, polucionamos el ambiente, destruimos los recursos naturales no renovables, y en fin, creamos un verdadero caos en nuestro mundo ecológico. El gran salón de Planeación Nacional se fue llenando lentamente de gente. En la reunión había representantes de todas las comisiones, dado que los problemas ecológicos eran tremendamente importantes, eran una especie de frontera a nuestra civilización, un límite a la capacidad humana de expandirse por el planeta, de destruir los bosques y convertir la tierra en un desierto. El día de la “primavera silenciosa” había llegado ya para muchas regiones del mundo. Los pájaros no cantaban en la mañana porque los habíamos destruido sin quererlo al usar productos químicos que envenenaban a los insectos y a su vez mataban a las aves. En la gran cadena ecológica no se podía romper un eslabón sin perjudicar a los demás. Cada ecosistema tenía que respetarse, remplazar los elementos que hubiéramos destruido. El conferencista hablaba con seriedad y profundidad, mostrando las curvas de crecimiento de la población de la tierra y las curvas de disminución de los recursos naturales. En el planeta había petróleo sólo para 40 años, siendo optimistas. Otros productos minerales también marchaban hacia su fin. Los cambios en la capa de ozono de la tierra podían causar daños imprevisibles tanto para la vida humana como animal. El crecimiento de la población había sido explosivo. El ser humano consumía demasiados recursos naturales, polucionaba el ambiente sin control alguno, destruía las cadenas ecológicas, y creaba el caos en el orden biológico que había reinado en la tierra durante millones de años. La situación parecía realmente desesperada. La más grande catástrofe ecológica en la historia del planeta estaba a punto de suceder. En comparación con ella las guerras mundiales y la peste negra de la edad media no parecían más que sombras. Nuestra meta, de una sociedad que consumiera pocos recursos naturales, que respetara el equilibrio ecológico del planeta y que evitara en lo posible polucionar el ambiente, parecía difícil de lograr. Cuando se desarrollaba industrialmente una región del mundo, la consecuencia era una serie de daños ecológicos. Si el Brasil construía una carretera a través de la selva amazónica, causaba trastornos ecológicos de mucha gravedad. Pero lo hacía para desarrollarse como nación, para utilizar sus riquezas naturales, para alimentar a su gente. –El dilema que nos ha presentado el mundo industrializado a las naciones del llamado “mundo en desarrollo” o mundo mayoritario –decía nuestro expositor– es muy claro: ellos polucionaron el ambiente, destruyeron el equilibrio ecológico para desarrollarse industrialmente, para convertirse en potencias económicas. Nos piden a nosotros, países pobres del mundo en desarrollo que no lo hagamos. Que respetemos el equilibrio natural del planeta, que no echemos abajo las selvas del Amazonas, que no acabemos con las fieras de los bosques. En esta forma se mantendrá el equilibrio ecológico en nuestro rincón del planeta, pero no nos desarrollaremos económicamente. Ellos ya lo hicieron, los habitantes del “primer mundo”, del mundo industrializado. Nos piden a nosotros que no lo hagamos, y nos ponen como elemento básico para considerar, el problema del equilibrio ecológico y de la destrucción de los recursos naturales. –Esto es cierto e importante –me comentó Mercedes en voz baja–. Para desarrollarnos hay que crear fábricas, abrir carreteras, destruir los bosques. El mundo industrializado lo hizo antes, y ahora insisten en que no lo hagamos nosotros, con el pretexto de conservar el equilibrio ecológico que aún tenemos en nuestro mundo. –Difícil dilema. –Tendremos que presentar un plan de desarrollo económico –continuaba el expositor– que respete el orden biológico, los ecosistemas, y que evite la polución del ambiente. No podemos seguir el mismo camino del “primer mundo”, con su sociedad de consumo y desperdicio. Parece que una persona del mundo desarrollado consume en promedio 10 veces más recursos que un hombre del mundo subdesarrollado. Al exigir nuestro lugar en el mundo económicamente pujante, estamos compitiendo por los pocos recursos naturales que aún le restan al planeta. Vamos a necesitar más petróleo, más electricidad, más energía nuclear. Esto quiere decir que entraremos en la guerra de precios, en la pirámide inflacionaria del mundo contemporáneo. Cuando todo el planeta esté industrializado, cuando no haya bosques ni regiones sin explotar, el planeta se parecerá mucho a un desierto y ese será el penúltimo día de nuestra historia como especie. La solución que presentaba la Comisión de Ecología era muy compleja, e implicaba una mejor comprensión de los sistemas naturales, de los organismos en relación con su medio ambiente físico y biológico. Implicaba una economía planeada a nivel nacional –que ya teníamos– con amplia y decidida colaboración internacional –que definitivamente no teníamos–, y parecía que estuviéramos muy lejos de lograr. La planeación nacional debía ir unida a la planeación internacional, a un mejor orden económico mundial. Cada región debía producir aquello que estuviera en mejor capacidad para producir. Las zonas deficientes para la agricultura podrían dedicarse a la industria. Pero la tierra fértil tenía que usarse, en forma racional, para la producción de alimentos. Como no era posible que todos los países produjeran todas las cosas de manera adecuada y con la relación costo-beneficio más óptima, la planeación económica tendría que trascender las fronteras nacionales. –Uno de los elementos básicos en la planeación económica y en una perspectiva ecológica, es la planeación racional de la natalidad. Nosotros hemos avanzado considerablemente en este sentido, y el problema de la población, que tanto agobia al mundo en desarrollo y acerca del cual existen tantos prejuicios y tantas concepciones erradas, tantos mitos políticos y religiosos, ha dejado de ser un problema para nosotros. Realmente este logro nos permite mirar con optimismo el futuro. No es posible tener todos los hijos que biológicamente sea capaz de procrear una pareja. Al romper la “ley natural” de la mortalidad infantil, que ha estado con nosotros durante toda la historia, rompimos el equilibrio ecológico de nuestra especie. No vamos a volver a la “solución” tradicional de la mortalidad infantil, claro está; vamos a planear la familia racionalmente. Esto se debe hacer también a escala mundial, no sólo a escala nacional. Nosotros hemos avanzado mucho en controlar la natalidad, y lo mismo han hecho China, Canadá, España y otros países. Pero el problema tiene que enfrentarse a escala mundial, no solamente a escala nacional y mucho menos a nivel individual. –Otro elemento básico en nuestra planeación ecológica es la restitución del equilibrio perdido. Es preciso plantar nuevos bosques, limpiar los ríos, volver a “sembrar” peces en los lagos. Las fábricas deben llevarse lejos de las ciudades. La Junta de Calidad Ambiental tiene un importante papel que jugar a este respecto, y es una de las partes fundamentales de la Comisión de Ecología. –Importancia similar posee el desarrollo de técnicas para reciclar productos. Tomemos el caso del papel, por ejemplo. El papel usado se puede reciclar para producir papel nuevo. Cuando no haya bosques nos daremos cuenta de la importancia de estos procesos y dejaremos de desperdiciar los productos usados. Muchos metales se pueden reciclar. Muchas aguas negras se pueden purificar para volverse a usar. –Esto nos lleva al siguiente punto, las basuras. En torno a cada ciudad grande del planeta hay un enorme cinturón de basuras, que crece y crece. En todas partes es un problema muy serio este de las basuras, y nadie sabe qué hacer con ellas. Antes se arrojaban a los ríos y al mar, y como consecuencia los ríos se convirtieron en cloacas y hubo destrucción de la vida de plantas y animales. Actualmente las basuras se entierran. Muchas de ellas necesitan miles, y hasta centenares de miles de años, para descomponerse, ya que no nos hemos preocupado por producir elementos biodegradables. Está llegando el día en que no se sepa dónde arrojar las basuras, y esto no es un problema de mañana sino un problema de hoy. Es preciso aumentar los estudios relacionados con la mejor utilización de basuras, y producir únicamente materiales reciclables o degradables dentro de períodos de tiempo relativamente cortos. El conferencista habló de alimentos sintéticos, especies transgénicas, de energía solar, de productos del mar para la alimentación humana. Habló de programas de reeducación para los adultos y de educación temprana para los niños, en el respeto a la naturaleza. Pero a pesar de todo, a pesar del control de la población, la restitución del equilibrio ecológico, del reciclaje de productos, de la utilización de las basuras, de la carne sintética, de la energía solar y de la utilización del mar, la situación parecía bastante grave. Todos abandonamos el gran salón de Planeación Nacional preocupados y pesimistas. ¿Qué podíamos hacer nosotros, en este pequeño país tropical, para detener la destrucción ecológica del planeta? –Si el ser humano pensara en las siguientes generaciones creo que consumiría menos y destruiría menos los recursos naturales –me dijo Mercedes–. Cada uno de nosotros piensa en sí mismo y en su bienestar. No nos interesa qué clase de mundo le vamos a dejar a nuestros hijos y a nuestros nietos. –Las predicciones son bastantes pesimistas, chica. Parece que si el mundo sigue por el camino actual, vamos a tener hijos pero no nietos. La generación de nuestros hijos va a ser la última de la historia. {{ 25. LIBERTAD Y DETERMINISMO Lo que había que cambiar, obviamente, era el estilo de vida de la gente, la sociedad de consumo y desperdicio, el egoísmo de cada ser humano que piensa que el mundo empieza con él y terminará con él. ¡Que las demás generaciones se las arreglen como puedan! Al fin de cuentas tal vez se pueda encontrar alguna nueva fuente de energía, o tal vez vendrán los “marcianos” y nos solucionarán todos nuestros problemas… Para Walden Tres, al no dejar nada al azar, no podíamos confiar en soluciones traídas de los cabellos, como la consecución de fuentes de energía no conocidas actualmente por el hombre, ni tampoco la ayuda técnica proveniente de otros sistemas planetarios. Estas cosas podían ocurrir, obviamente, y el futuro de nuestra especie estaba lleno de sorpresas. Pero al ser la “futurología” una ciencia que no se caracteriza por su validez ni por su confiabilidad, es un hecho que no podíamos basarnos en ella. Teníamos que encontrar soluciones nuestras y realistas, de aquí y de ahora. Era bien difícil detener la destrucción de los recursos naturales y la polución del ambiente. Como nuestro país era solamente uno entre muchos, de hecho la solución tenía que ser internacional y no limitada a las fronteras patrias. Teníamos que ver lo que pensaban las grandes potencias acerca de los problemas ecológicos. Sus sesudas investigaciones –que siempre daban resultados pesimistas y llenaban de alarma a los gobiernos del primer mundo– tenían inevitablemente una conclusión muy clara: el camino consistía en cambiar el comportamiento de los seres humanos, modificar la sociedad de consumo y desperdicio. La solución estaba a nivel comportamental, no únicamente a nivel de planeación económica. Esto lo sabían los gobiernos, lo decían todos los informes sobre problemas ecológicos que se publicaban con frecuencia en los principales países industrializados. Esa era la solución, lo sabía todo el mundo. Pero nadie hacía nada porque al creer en la Libertad Humana (con mayúsculas) cada hombre se consideraba que era libre de hacer lo que quisiera, incluyendo talar los bosques, arruinar el mar, llenar de basuras y de desperdicios los alrededores de las grandes ciudades, jugar con los precios del petróleo y como consecuencia arruinar a los países pobres no productores de petróleo… Obviamente que nadie podía coartar la Libertad Humana (con mayúsculas). –Hay pocos problemas peor manejados en la sociedad actual que el de la libertad y el determinismo –le comentaba a Mercedes, Martín y Charles una tarde en mi oficina–. Al ser el fundamento de la “democracia”, la libertad se convierte en algo muy serio, en una especie de “vaca sagrada”, y sólo el conductismo ha tenido la osadía de dudar de ella y de demostrar que no pasa de ser un mito. Libertad y determinismo son problemas de palabras, no de hechos. –Siendo el ser humano parte de la naturaleza, su comportamiento está sujeto a leyes, esto es claro y obvio. Hay leyes físicas, biológicas, psicológicas y sociales. El hombre no es libre de tener un dolor de estómago o de no tenerlo. No es libre de salir volando por la ventana. No es libre para querer crecer y alcanzar 5 metros de altura. Pensar esto es ser un esquizofrénico. El hombre no es libre para decidir no comer o no dormir –añadió Mercedes. –Ese determinismo físico, biológico, psicológico y social es algo que le fastidia mucho a la gente –hizo notar Martín–. Fíjense ustedes en todos los ataques que se publican contra nosotros en el mundo entero. Las grandes potencias tienen los ojos puestos en nosotros, y miran con preocupación lo que está ocurriendo en Walden Tres. No porque aquí torturemos a la gente, ni porque haya hambre o analfabetismo, o porque estemos fabricando armas secretas, sino porque tenemos una sociedad planeada, y creemos en la planificación y no en la libertad. –Pero en las escuelas los niños son bastante libres… –se atrevió a observar Charles–, esto me sorprendió mucho. Los ancianos, los niños, los jóvenes, parecen libres y felices… –Obviamente, muchacho –repliqué yo–. Son libres y están muy felices. Pero siguen reglas, hay un orden, hay lógica y secuencias que se mantienen. Incluso el aprendizaje por descubrimiento está sujeto a leyes. Nuestros niños son “libres” y felices, no hay nada contradictorio en esto. Estar controlado no quiere decir que haya cadenas, castigos físicos ni campanas que señalen la hora de comer o la hora de dormir. No hay toque de queda en el país. Cualquiera puede escribir o hablar lo que desee. Pero la nuestra es una sociedad controlada. En el fondo el problema de la libertad es un problema de palabras. Todos estamos siempre controlados, hasta las personas que más hablan a favor de la libertad y en contra del control. Lo único que hemos hecho nosotros es explicitar las contingencias de control, y pasarlo del interior del ser humano al exterior. –Habría que considerar el problema de la libertad desde un punto de vista cuantitativo – indicó Mercedes–. No es un asunto de todo o nada. Yo soy libre de sentarme o de no sentarme, de comer hoy pescado o pollo a la cena; sin embargo, no soy libre para estar sentada años enteros ni para comer sólo un producto; la libertad es un asunto de grado. En perspectiva reducida, tenemos cierto nivel de libertad, podemos elegir un alimento entre cien o un libro entre cien para leer. En perspectiva amplia, sin embargo, hay muy poca libertad. Nos agradan ciertos alimentos, nos hacen mal otros; nos agradan ciertos libros por nuestra historia previa de refuerzo. Por mi historia previa, me agrada leer libros sobre ciertos temas, digamos ciencia, literatura, biografías, viajes, pornografía. No me agradan todos los temas. Yo soy relativamente libre para preferir un libro de viajes a uno de literatura, pero no soy absolutamente libre para leer cualquier clase de libro en cualquier ocasión. –Es el problema de las contingencias de refuerzo, de las consecuencias que tiene nuestra conducta. Y obviamente, de nuestra historia comportamental previa. –Fue Engels quien afirmó que “la libertad no reside en independizarnos de las leyes naturales, sino en conocerlas y hacerlas actuar de un modo planificado para fines determinados”. Insistió en que esto se aplicaba tanto a las leyes de la naturaleza exterior como a las del hombre, “dos clases de leyes que podremos separar a lo sumo en la idea pero no en la realidad”, según Engels. Parecería que fuera Skinner quien hablara, ¿verdad? Yo pensaba que conociendo nuestras limitaciones podíamos planear la Nueva Era con más realismo y con mejores probabilidades de éxito. El control, la planificación, nos hacían impopulares a nivel internacional. Era preciso aclarar dudas, definir por qué nosotros considerábamos la libertad como un pseudo-problema, y nos centrábamos en problemas realmente importantes. –Como los de la hermandad humana –dije en voz alta aunque lo anterior lo había pensado y no lo había expresado abiertamente–. Hoy en día a la gente no le interesa demasiado el universo físico sino el universo social. Nuestro mundo dejó de angustiarse porque el universo se expandiera, porque existieran “huecos negros” que la astronomía no podía explicar. Se preocupa en cambio por el mundo humano y social, por las fricciones entre los grupos, por los problemas ideológicos, por la agresión y el altruismo. Por el ser humano, en una palabra. Incluso la religión ha dejado de hacer cábalas verbales acerca de la existencia de Dios como “motor inmóvil” y principio de “perfección” que se ve en el universo físico, para pasar a preocuparse por el bienestar de los pueblos, por la miseria, por las barreras políticas y económicas que impiden que los hombres tengan una vida mejor. Nuestro siglo es el siglo del hombre y de su sociedad. El siglo pasado fue el siglo de la ciencia física, éste es el siglo de la ciencia del hombre. –Hemos dejado de interesarnos en entender el mundo –añadió Martín–. Lo que queremos ahora es cambiarlo. –Cambiar el mundo de las personas, cambiar la familia, la infancia, la educación, el comportamiento de los individuos y grupos. Esto es lo que queremos hacer hoy. Nuestra ignorancia continúa igual que antes y realmente hay grandes lagunas en nuestros conocimientos. Incluso no sabemos cómo conocemos el mundo, no sabemos cuáles son los resultados de la interacción entre el observador y el objeto observado. Si tuviéramos otra estructura psicológica, nuestro mundo sería muy distinto. Nunca captamos el universo “como es” sino la pequeña parte que podemos percibir con nuestros sentidos y con nuestros instrumentos de medición, y los pocos conceptos que nuestra inteligencia puede entender. Es un mundo muy reducido y limitado. Pero hemos decidido que lo importante no es conocer el mundo, sino cambiarlo. En el fondo eso quería decir que habíamos dejado de ser científicos y nos habíamos convertido en políticos. En activistas políticos. Deseábamos aplicar la ciencia, pero la finalidad no era científica, sino práctica. Era ideológica y política. –O sea –le dije a Mercedes un par de horas más tarde, cuando caminábamos hacia su casa–, que las reglas del juego han cambiado. La finalidad de Walden Tres al ser práctica y social, debe entrar en juego con las grandes potencias, cada una de las cuales tiene su propia ideología y sus propios valores. –Yo nunca he creído que la finalidad de Walden Tres fuera científica, Dave. Creo que siempre fue práctica. Por eso el Sr. Presidente insiste tanto en el problema de la improvisación. Lo que queremos es mejorar la vida del hombre, y por lo tanto somos más humanistas que científicos. –Yo creo que se trata de una interacción de historias conductuales muy curiosa. Martín es un hombre con gran necesidad de poder, con fantasías mesiánicas de cambiar el mundo y de encontrar un sitio en la historia. Debido a uno de esos azares de la vida, quedó al frente de un país al dar un golpe de estado. Por mi parte yo tenía los conocimientos pero no el poder; me sentía perdido en esta nación, mi vida carecía de sentido y transcurría vacía: como el agua del río, se me escapaba la vida de las manos. Martín buscó mi colaboración, aceptó mis sugerencias, le dedicó todo el dinero del país a la construcción de una sociedad ideal. Obviamente que él era el líder, más importante. Ante una empresa de esta magnitud, nadie iba a recordar que su autor era un alcohólico, un negro, un militar que se tomó el poder por la fuerza de las armas. Pasaba a convertirse en un gran estadista, un gran filósofo social, e incluso un gran científico. –¿Y tú? –Yo le habría dado una nueva dimensión a mi vida, muchacha. Me habría sentido menos perdido en este país, que al fin de cuentas no es el mío. Habría sido el asesor científico del presidente, el cerebro detrás de la organización, y me habría sentido útil… incluso creo que me habría sentido menos solo y menos perdido en el mundo… –¿Por qué, querido mío? –Porque así me he sentido desde pequeño. Porque me consideré extranjero en mi patria, extranjero en Harvard y extranjero en este país. Porque tenía una enorme sed de pertenecer, de echar raíces, de no sentirme perdido por la vida, como si hubiera venido de otro planeta… –Esa interacción de historias conductuales explicaría Walden Tres. Y nosotros, y el Grupo de los Diez y luego todos los miembros de las Comisiones que forman Planeación Nacional, encontramos que ésta era una empresa de tremenda importancia, una oportunidad que nunca antes se había presentado, de hacer una sociedad ideal con ayuda de la ciencia, tal como lo quiso Platón y todos los utópicos hasta Aldous Huxley y Skinner. –Han sido casi cinco años de luchas y de esfuerzos. Yo he trabajado mucho y vivido en estado de gran tensión, pasando de la agonía al éxtasis. ¡Qué bueno es vivir así! No hay rutina ni monotonía, pero tampoco se descansa ni hay tiempo para levantar la cabeza. Supongo que en esta forma, gracias al trabajo, he logrado dejar de pensar que estoy muy solo y que algún día todos vamos a morir. Cuando Gerardo Nerval murió, le encontraron en el gabán que llevaba puesto un poema que decía, entre otras cosas: Dicen que fue holgazán, bohemio e ilusorio, que dejaba secar la tinta en su escritorio; lo quiso saber todo y al fin nada ha sabido. Y una noche de invierno, cansado de la vida se alejó para siempre de la arcilla podrida y se fue preguntando: ¿para qué habré venido? –Cuando yo me vaya, Mercedes, no me voy a preguntar “para qué habré venido”. Ya lo sabré. Por eso me siento joven y lleno de energías, dispuesto a enfrentar lo que pueda ocurrir. {{ 26. EL FIN Hace muchos meses que espero aquí en mi celda, en silencio, que me llegue la hora. Creo que me juzgarán y me condenarán por colaborar con la construcción de la Nueva Era. No hay forma de negar mi actuación en tan importante experimento social, y además no tengo ningún interés en hacerlo. Soy un prisionero político… Es bueno que me hayan permitido escribir en paz y tranquilidad, y por eso he podido completar la descripción de nuestro trabajo, de la forma como construimos una sociedad utópica aquí en el trópico, en medio de palmeras, mirando al mar Caribe… ¿Por qué fracasamos? No lo sé. Creo que desconocimos la importancia de los factores políticos, del ajedrez de la política internacional. No fue que cerráramos los ojos al mundo exterior ni pensáramos que Walden Tres existía en el vacío. No. En realidad nos preocupaba mucho lo que el mundo pensara de nuestra utopía científica. Las críticas fueron grandes, abundaron las evaluaciones negativas, ante nuestra sorpresa, y finalmente alguno de los grandes poderes intervino y acabó con nuestro Walden Tres, cuando sólo estaba comenzando a existir. No llegamos a cumplir 5 años de vida. No se completó el tiempo necesario para hacer una evaluación objetiva de nuestra sociedad. Nadie puede decir realmente que fracasamos, sino que no se nos permitió completar nuestro experimento social. Un experimento incompleto no da nunca resultados definitivos, y no pasa de ser un estudio piloto. Yo creo que triunfamos. Espero que la historia me conceda la razón. ¿Quién nos invadió? Es curioso que Martín desconfiara tanto de China y de Rusia como de los Estados Unidos. Quisimos jugar nuestras cartas en forma independiente y sin la protección ni el amparo de ninguno de los grandes poderes. Quisimos vivir y trabajar sin Marx ni Jesús, sin Mao ni Lenin. Haber terminado con el ejército fue una medida muy atrevida, que nos mereció muchas simpatías a nivel mundial pero nos puso en peligro, nos convirtió en presas fáciles de los grandes poderes. Éramos una nación indefensa, que creía en el “equivalente moral de la guerra” pero no creía en la guerra. Habíamos educado a nuestros muchachos para que amaran la paz. Insistíamos en que no debería haber más guerras. Los colores políticos, las ideologías de moda, las luchas territoriales, nos parecían problemas de inmadurez. Nosotros estábamos más allá de tales limitaciones. Éramos un pueblo joven, que miraba el futuro con seguridad y que había decidido –tercamente– seguir su propio camino. Nuestro camino era diferente, no éramos comunistas ni capitalistas. Teníamos una economía centralizada y prestábamos gran importancia a la formación de un nuevo ser humano para una sociedad nueva; en esto nos parecíamos a los socialistas de todas las épocas. Pensábamos que había que respetar al individuo, darle felicidad y concederle el derecho a desarrollarse como persona humana; en esto nos parecíamos a los demócratas de ayer y de hoy (más a los de ayer que a los de hoy, ¡sin duda alguna!). Creíamos en la ciencia, en sentido amplio, no sólo la ciencia física sino también en la ciencia que estudiaba el comportamiento del ser humano y de su sociedad; era una ciencia comprometida, que se aplicaba a un momento histórico determinado y a una cultura específica. Nuestro humanismo socialista, o socialismo humanista, había sido una innovación, una especie de tercera fuerza en el mundo contemporáneo. Pero éramos una sociedad pequeña, sin ninguna importancia. En el mundo no representábamos nada, sino una alternativa un poco romántica y un poco quijotesca. Muy típica de los pueblos de origen español y muy típica del trópico. Habíamos querido formar una sociedad “perfecta” dando la espalda a los grandes poderes. Como Don Quijote, que salió a recorrer su camino en medio de las protestas y las quejas de la gente a su alrededor, que representaban la cordura y el sentido común, así nosotros nos habíamos lanzado a la tarea de hacer un mundo mejor a nuestra manera. Tal vez habíamos estado un poco locos, como Don Quijote. De todos modos si hubiera que hacerlo de nuevo hoy, lo volvería a hacer. Y exactamente en la misma forma como lo hice antes. Creo que los meses de soledad me han vuelto duro y al mismo tiempo sensible. No he hablado casi con nadie en todo este tiempo, no me han sometido a juicio. Me han tratado bien, me han permitido escribir, me han dado una comida aceptable y mi celda no es demasiado caliente. Sin embargo por las noches no puedo dormir, pensando en lo que le pasó a Martín, en lo que habrá sido de Mercedes y de su hijo Felipe, pensando en mis numerosos colaboradores de Planeación Nacional. La conducta de Charles me duele especialmente. Yo le di toda mi confianza y lo convertí en mi principal colaborador. Era mi mano derecha, y tenía acceso a todos los papeles importantes del gobierno. Este fue mi error. Pequé por ingenuo. Me he debido dar cuenta de que uno va por la vida rodeado de enemigos, de críticos, de gente envidiosa que dice ser su amigo y espera cualquier ocasión para destruirlo. Para hundirlo en el fango. Para quedarse con su puesto. Como nunca me lo habían hecho, como nunca me habían traicionado mis colaboradores ni mis amigos, pensé que nunca iba a suceder. Pero llegó el día en que finalmente sucedió así. Nunca sabré si Charles fue un espía enviado a nuestro país para averiguar secretos de gobierno. Es posible que lo haya sido. Martín, que era un paranoide con fantasías mesiánicas, me previno en contra de Charles. Yo quería a Martín pero también quería a Charles, y por lo tanto no podía dudar de ninguno de ellos ni tomar decisiones que perjudicaran a ninguna de las partes en conflicto. Un día en que Charles había salido de su oficina de Palacio encontré unas copias de cartas que no había archivado por salir rápidamente para una reunión. Aunque Charles tenía varias secretarias, parte de su trabajo lo hacía él mismo, lo cual me parecía muy extraño. Sin quererlo leí las copias de las cartas y no entendí mucho. Iban dirigidas a Washington, y realmente no querían decir nada. Podían estar escritas en clave, pero en ese momento no lo sospeché en absoluto. Las cartas eran tan simples que me extrañaron; las podía escribir la secretaria, y archivarlas sin mayor misterio. No iban dirigidas al Pentágono. ¡Claro que no! Pero sí a Washington. Su contenido era tan simple y tonto que no lo entendí. Ojalá lo hubiera hecho. Las dejé en su sitio y volví a cerrar la oficina privada de mi asistente. No le dije que había entrado en su ausencia, ni cambié en absoluto mi actitud hacia él. Pocas semanas después vino la invasión. Aún hoy me cuesta trabajo creerlo. Llegaron aviones y barcos, procedentes no sé de dónde, y se tomaron la capital. Fue muy fácil hacerlo, dado que nosotros no teníamos ejército y estábamos indefensos como un niño. Sólo teníamos fuerza moral, no fuerza militar. Los invasores alentaron al pueblo a rebelarse contra la dictadura del general Martín L. Rey, pero nadie lo hizo. Nuestro pueblo se había olvidado de que vivía –técnicamente– bajo una dictadura, y en realidad cada uno hacía lo que quería y no había ejército para respaldar al gobierno ni para suprimir los planes subversivos. Nadie se rebeló. Nadie apoyó a los invasores. Sin embargo, tampoco nadie les opuso resistencia. Aún hoy, meses después, me cuesta trabajo entender exactamente cómo sucedió todo. Hubo una invasión militar que no sé de dónde provino, qué país nos invadió, se tomaron el país y derrumbaron la dictadura militar –…– del general M. L. Rey. Este se defendió, luchó solo, escapó y creo que finalmente se suicidó. Se lanzó al mar desde el Puente de Las Américas. Algo muy dramático e histriónico, muy al estilo de Martín. Aunque también es posible que lo “ayudaran” a lanzarse… A mí me detuvieron y me enviaron a esta celda, donde he estado varios meses. He aprovechado el tiempo para escribir, y espero que alguien lea lo que yo escribo, y tenga cierta simpatía por nuestros esfuerzos para crear una sociedad perfecta, aquí en el trópico, con ayuda de la ciencia del comportamiento y con la colaboración de unos pocos jóvenes idealistas. Este escrito parece un diario íntimo, y tal vez en el fondo lo es. A mis colaboradores se les permitió salir del país. La mayor parte se marcharon a México y a Venezuela que les ofreció de inmediato asilo político. No sé qué habrá sido de Mercedes y de su hijito. El país invasor justificó su acción diciendo que nosotros estábamos oprimiendo al pueblo y acabando con la Libertad Humana, así con mayúsculas. Que estábamos condicionando a los niños y controlando sus mentes. Que teníamos una sociedad “comunista” en pleno trópico, muy cerca de Cuba, en la mitad del continente americano… Eso no podía ser aceptable. La situación de invasión fue similar a la de Bahía Cochinos, en Cuba. En ninguno de los dos casos el pueblo se rebeló contra la “dictadura” como el país invasor deseaba que lo hiciera… para justificar su invasión. Pero nosotros no teníamos ejército, no teníamos padrino fuerte, no estábamos bajo la órbita rusa ni bajo la órbita china. Y por eso fracasamos. Cuando alguien vuelva a construir otra sociedad ideal, es preciso que tenga en cuenta las dificultades políticas que nosotros enfrentamos. Un país no está solo en el panorama mundial, y no es posible enemistarse con todo el mundo, seguir nuestro camino y planear la sociedad desconociendo los intereses de los grandes poderes mundiales. Aunque pensándolo bien, es poco probable que ningún país intente otra vez construir una sociedad ideal. Si lo hace no serán pacifistas como nosotros ni buscarán estar cerca de lo natural y simple como quisimos estar nosotros. Una sociedad pacifista, amante de la naturaleza y respetuosa del equilibrio ecológico, es presa fácil de los que no son pacifistas, amantes de la naturaleza ni respetuosos de la ecología. Tengo un sabor agridulce en la boca cuando pienso en todo esto. Nosotros tuvimos la oportunidad de convertir en realidad los sueños más preciados de la humanidad. Acabamos con los males tradicionales de la especie. Buscamos lo que nos une con los otros seres humanos, no lo que nos separa. Le dimos a cada uno pan, techo, trabajo, y la posibilidad de amar a su manera. Sólo le pedimos que respetara los derechos de los demás y que respetara los derechos de la naturaleza. ¿Dónde estarán Mercedes y Felipe? ¿Qué harán ahora los invasores con el país? Posiblemente volverá al sistema tradicional. Volverá a haber miseria y desempleo, competencia entre los seres humanos, odios y envidias. Los niños se morirán otra vez de enfermedades controlables, al no poder sus padres pagar precios exhorbitados por los servicios médicos y por las medicinas. El calendario volverá a ser el de antes, con los meses tradicionales. Nadie tendrá tiempo para reflexionar ni para evaluar su vida y su trabajo cada año. Todos estarán demasiado ocupados comprando y vendiendo, consumiendo y destruyendo, polucionando el ambiente y acabando con la naturaleza. ¿Por qué fracasamos? Espero que algún día la historia nos haga justicia. Que algún día se nos evalúe objetivamente. ¿Dónde estarán Mercedes y Felipe? Una mañana de sol la primavera cantaba y al ver la casa sin ti, todo mi cuerpo lloraba… Me dejaste en el camino, te llevaste mi esperanza cuando más rubio era el trigo, en la tierra de mi alma… eres mi canción de infancia, el llanto de mi guitarra y sobre el mar que te guarda te traigo rosas de Francia y el llanto de mi guitarra… –Profesor González –dijo una voz de acento extranjero tocando a la puerta de mi celda. –Sí señor. Estoy listo, voy con usted de inmediato. {{ Walden Tres. Se enmarca dentro de la tradición de las principales obras de ficción científica. Describe la creación de una sociedad “perfecta” sustentada en los principios de la psicología, ante todo del análisis experimental del comportamiento de Skinner. De ahí su nombre, como continuación de Walden Dos. El libro muestra detalladamente la construcción de este nuevo mundo, en un país latinoamericano (Panamá). Los personajes principales son un psicólogo y un dictador negro. El primero dedica sus mejores esfuerzos y todos sus conocimientos a reorganizar el país, incluyendo la reforma de la economía, la educación, el trabajo, la familia, la sexualidad, las relaciones interpersonales, la comunicación, la rehabilitación de delincuentes, y otras áreas de la vida social. El dictador –cuyo nombre es Martín Lutero Rey– se encarga de la organización política de la nueva sociedad y de su inserción internacional. Ellos y sus colaboradores logran importantes progresos en poco tiempo. Sin embargo la utopía no puede llegar a feliz término, debido a la incomprensión de los superpoderes mundiales. Se puede considerar a Walden Tres como la principal novela utópica basada en la psicología. Además –desde el punto de vista histórico– es la primera obra de este género utópico escrita originalmente en lengua española. Su autor, el doctor Rubén Ardila es un reconocido psicólogo colombiano, profesor de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá). Es autor de 28 libros y más de 250 artículos científicos, publicados en diversos países y en varios idiomas. Ha sido profesor visitante en Alemania, Estados Unidos, Argentina, Puerto Rico, España y otros países. Fue presidente de la Sociedad Interamericana de Psicología, de la Asociación Latinoamericana de Análisis y Modificación del Comportamiento (ALAMOC),de la Sociedad Internacional de Psicología Comparada, de la Sociedad Colombiana de Psicología, y otras organizaciones profesionales. Varios de sus libros han sido traducidos al inglés, alemán, ruso, etc. La presente obra, Walden Tres, se ha publicado en español, inglés, alemán y portugués. Walden Tres conlleva importantes mensajes. Es una crítica social dura y amarga. Es un libro contemporáneo, en el mejor sentido de la palabra, donde se entrelazan ciencia y política. Está destinado a convertirse en un clásico al lado de Walden Dos de Skinner, Un mundo Feliz de Huxley, y 1984 de Orwell.