Danny Martínez Entre VOS y YO Un encuentro de confesiones profundas Andrómeda 158. 1 (c) Martínez, Daniel J. Entre vos y yo: un encuentro de confesiones profundas 21 ed, Buenos Aires: Andrómeda, 2003 256p.; 20x14 cm. ISBN 950-722-057-7 1. Título - 1. Autoayuda Andrómeda Ediciones (P2003, Andrómeda I.S.B.N. 950-722-057-7 Se ha hecho el depósito de ley 11.723 Impreso en Argentina - Printed in Argentina Diseño de tapa: José María Carnaghi Ilustraciones: Sebastián Murillo (alumno de la Escuela Especial del Colegio Ward, Ramos Mejía, Pcia de Bs. As.) Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la tapa, puede ser reproducida, almacenada, o transmitida en alguna manera ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o fotocopia sin previa autorización del editor. PRÓLOGO Quien apunta al cielo siempre da en el blanco Hace algunos años se propalaba por una importante emisora argentina un programa singular, Su conductor y artífice se llamaba -se llama- Daniel Jorge Martínez. La audición salía al aire el nombre de Buenas Compañías: dialogaba con sus oyentes entretejiendo delicados y humanos juegos orales, plenos de alegrías y sutilezas. Se notaba que se esforzaba por comprenderlos. Y a entender al otro, y a ayudar. Porque sabía que, al estar tan empeñados en que los demás nos comprendan, solemos olvidar el comprender a los demás. Creí descubrir entonces en Daniel Jorge Martínez a un verdadero filósofo, que no arrojaba simplemente palabras al viento, sino que se expresaba con imágenes. Ese contenido radial lo encontramos hoy, disfrazado de palabras en Entre vos y yo. Este poeta, que sin duda ignora que lo es, aloja un lírico que se expresa como lo haría un pensador chino de la antigüedad. Este "elegido" nos enseña, a través de esas imágenes a las que aludimos antes, que comprender y querer son los dos extremos de su militancia de hombre. Que no aspira a dar su visión del mundo con fuegos artificiales, sino con el corazón latiendo. Ese corazón que, alguna vez, frenó su hipersensibilidad con el idioma de la taquicardia. Daniel Jorge Martínez no piensa que haya que ver para creer, sino que, por el contrario, hay que creer para poder ver... porque es un soñador que habla con los demás después de comunicarse entrañablemente consigo mismo. En suma, se trata de un verdadero escritor que, por serlo, necesita protagonizar sus ideales. Martínez sabe que la vida es un laberinto, Pero es de los "iluminados" que'conocen la salida. Pero esas luces que le dan brillo podrían atraer también a los insectos. Y es posible que mañana, un crítico apresurado, uno de esos examinadores que si rindieran el examen no lo aprobarían, lo tilde de simple. Porque -los hombres más pequeños suelen ser los fiscales más grandes. Pero este maestro que es Daniel Jorge Martínez, que nos enseña sin tomarnos examen, no debe olvidar que con palabras simples pueden expresarse pensamientos profundos. Entre vos y yo no es un libro que pertenezca a un género literario determinado. Porque tiene la singularidad de abarcar todos los géneros. Su autor no observa el paso de la vida. Viaja en ella. Descubre que mirando hacia atrás se puede encontrar el camino, que el porqué de la vida está en lo que amamos y que el solo hecho de estar vivo no implica vivir... Daniel Jorge Martínez me comentaba hace poco, café por medio: -Me satisface más dar que recibir. Y le creo. Él no ignora que así conocerá la ingratitud. Pero junto a ella sentirá la emoción de dar. Estoy escribiendo estas líneas en noviembre de 2002. Nos habremos visto con Daniel Jorge Martínez dos o tres veces en toda nuestra vida. Pero me acercó a este hombre cristalino, su autenticidad profesional y su generosidad "al aire" para con nosotros, cuando aún no conocíamos su rostro. Y hoy, que ya lo he leído, me identifico más aún, ya sea con su magia de extraer vida de la vida, con su inusual aptitud para escribir susurros y que surjan gritos o con su no común sensibilidad de permutar sus emociones en palabras. Porque todos vemos lo mismo. Pero los "diferentes" lo revelan. Le auguro a Entre vos y yo -y es mi ferviente deseo- el más hermoso de los destinos al que puede aspirar un escritor: lograr que sus lectores sueñen sus sueños... José Narosky INTRODUCCIóN Al comienzo, intenté hacer una lista de soledades o, mejor dicho, de momentos de soledad. Pensé en aquellos que trabajan de noche: en los tacheros que recorren la ciudad vacía de pasajeros y en los colectiveros buscando paradas habitadas a las 2 de la mañana. Imaginé a un hombre vestido con su uniforme de seguridad, condenado a permanecer horas eternas en un gran edificio plagado de sillas y escritorios, y vacío de gente, Lo imaginé recorriendo pasillos, abriendo puertas, acariciando mesas y mirando teléfonos que no podía usar, porque no tenía a quién llamar de madrugada. Pensé también en los insomnes, aquellos que se proponen, noche a noche, acostarse temprano y que, luego de dar mil vueltas en la cama, deciden dejar de invocar al sueño fugitivo y se levantan a deambular por una casa oscura y monstruosa (de noche todas las cosas se vuelven un poco fantasmas). Pensé en todas las personas que se encuentran solas en ese momento del día llamado noche, que nos obliga, de una manera casi siniestra, a encontrarnos con nosotros mismos en silencio y profunda soledad. Y a pesar de pensar en todos ellos como "solos", creí que esto me sucedía nada más que a mí. Por eso, un día se lo comenté a una querida amiga (Jorgelina Aranda, que en ese momento estaba haciendo radio), y me dijo: "Daniel, vos tenés que hacer un programa. Tenés que tener un espacio donde contar estas cosas y compartirlas con la gente". Le pregunté si estaba loca. "¡Yo, hacer radio... jamás! Una cosa es subir a un escenario e interpretar un libreto y otra muy distinta sostener una, dos o tres horas de aire sin red" -le contesté-. Pero Jorgelína siempre encontraba el modo de tener la última palabra: "Cuando no tengas nada que decir, no digas nada y poné un tema musicaL.. Animate a dejar de lado al actor, para empezar a ser vos mismo" Al año siguiente (1994) y sin buscarlo, surgió la posibilidad de tener un espacio en una radio alternativa: el programa comenzó en FM Convivencia, de Ciudadela y luego nos mudamos a Frecuencia Especial, de Mataderos. Me animé y ellos volvieron repentinamente a mi cabeza, volví a imaginarlos, pero ahora munidos de ese pequeño aparatito mágico, transmisor de voces, emociones, enojos y sonidos, capaz de estar en todas partes, sonando y diciendo a todas horas como si cada uno de nosotros tuviera la punta del ovillo. Vi, entonces, al taxista con su radio en el auto, al colectivero bajando las luces y subiendo el volumen cuando el coche está vacío, al hombre de seguridad con su radio portátil en el bolsillo y a la mujer insomne con el pequeño aparatito al lado de su almohada. También vi a Jorgelina un poco menos loca y a sus palabras con mucho más sentido. Pero lo más increíble de todo, fue verme a mí sentado frente a un micrófono. En ese instante, comprobé que la soledad no es un sentimiento que le pertenezca en exclusividad a nadie. Era (y es) de uno, de otro, de ella, de él, también mía y de todos. Dejé de imaginar y todos aquellos seres que veía en mi mente, empezaron a ser voces concretas en mi corazón... De pronto, la radio y la noche se habían complotado para darle a la soledad un espacio menos doloroso. Ese espacio adquirió nombre propio: Buenas Compañías y la soledad sonó tan distinta que empezó a exigir su lugar en El Mundo" (no por casualidad, AM 1070 fue la primera emisora a nivel nacional que, durante cuatro años, haría de las madrugadas un momento esperado, menos temido y desolado). Más o menos así fue como me convertí en un conductor de radio. Los compromisos de mí actividad comercial me obligaron a alejarme del programa por un tiempo (por unos cuantos años), hasta que un día, tan inesperado como aquel de 1994, la vida siempre circular me llevó otra vez a un estudio de radio. Hoy nos hacemos Buenas Compañías en América AM 1190, de martes a sábados de 1.00 a 3.00 La soledad que imaginé al principio sigue transformándose cada noche, gracias a las voces de los otros, a los integrantes del programa, a la música, a los poemas, a los cuentos, a las historias de vida, a los mensajes grabados, a los correos electrónicos, a las cartas... y a mi voz también. Una voz que relata con la misma sorpresa y el mismo desconcierto de siempre el hecho de verme aquí: haciendo radio. Este puede parecer el final de la historia, sin embargo, hacer el programa hoy en Radio América me llevó a un nuevo principio. Y es precisamente lo que leés. Para lograr que las verdades de esas voces que conviven en el "aire" tengan un territorio tangible, nació la idea de escribir Entre vos y yo. Asumo que de todas las verdades existentes prefiero la propia, pero soy consciente de que esa verdad no aparece, se construye. Durante mucho tiempo busqué respuestas y (para mi sorpresa) nunca llegaron en tiempo y forma. Los años y la experiencia me ayudaron a descubrir, después de muchas batallas perdidas y ganadas, que esa extraña sensación llamada "crecer" es el fruto del armado de un enorme collage. Sí, collage significa "juntar" y yo me paso la vida juntando: me declaro abiertamente un "juntador". Convencido, me digo: "no sientas tu verdad como la verdad, sino como un motivo que te impulse". Ese motor, generador y atrevido, lleva el sello de las palabras de un viejo maestro: "no importa tanto lo que usted le mienta a los demás, lo importante es que usted no se mienta". Desde ese momento aprendí a no mentirme. Por eso, este libro viene desde mi más absoluta verdad, porque lo escribo, en primer lugar, para mí. - Ni autobiografía, ni autoayuda, ni autosuficiencia. Simplemente intento contarte -desde mi condición de hombre común- de ser humano, algunas cosas que he encontrado y aprendido de la vida. "Juntar" es la propuesta, la invitación, la sugerencia. Empezar, por ejemplo, por juntar las palabras y los olvidos, los apretones de mano y las deslealtades. Juntar el coraje y también los miedos, juntar los pedazos de un amor que se pierde o el puchero de un sobrino encaprichado, juntar lo que te gusta de vos y lo que no te gusta tanto. Juntar también las historias de los otros, por porciones o completas... Yo lo hago ¿y sabés qué? Las guardo, me enriquezco y un día las pongo encima de la mesa, las comparto en una charla o las traigo, como ahora a este libro. Claro que, a veces, me canso de juntar. Entonces me detengo y me miro al espejo: " ... Es condición esencial despojar la mente de ataduras... de sujeciones a cualquier creencia o conclusión particular" -dice Krishnarnurti-. Yo tomo su frase, la hago un poco mía y me encuentro, nuevamente, juntando. Entre vos y yo es el territorio tangible que exigen tácitamente las voces de la radio, para que pueda habitar esa verdad que cada uno construye como propia. Y que no solo habite, quizá descanse, duerma o se olvide. Pero lo más importante es que esté, para que Vos puedas, cuando quieras, cuando lo necesites o cuando te sientas preparado, volver a encontrarla. Y yo también. No te sientes a leer este libro, mejor animate a recorrerlo. No hay placer más grande que el de ser uno mismo. Cuando lo transites "despojá tu mente de ataduras"y no busques nada. Quizás un cuento, un poema, una palabra, te sorprendan, encontrándote. El corazón tiene memoria, permitile acompañarte y ofrecele la tarea de juntar lo que pueda servirle de estas páginas. Danny Cuenta la historia que cerca de un pueblo vivía un anciano muy anciano y muy sabio. Una vez por semana, bajaba de su montaña, se sentaba junto al lago y allí acudían los habitantes de la ciudad para consultarlo. A medida que llegaban al lugar, jóvenes y adultos se disponían a su alrededor y apelaban a su sabiduría. Él escuchaba en silencio, apreciaba la quietud del lago. Luego se ponía de pie, respiraba profundo, se encaminaba nuevamente hasta su casa y pocas horas después regresaba con certeras respuestas. Un buen día, un grupo de vecinos lo siguió con el fin de averiguar cómo obtenía aquellas respuestas. Observaron que al subir a la montaña abría un libro enorme, se concentraba, luego lo cerraba y volvía junto al lago. Durante algún tiempo sus movimientos fueron vigilados, hasta que un atardecer, cuando el anciano meditaba de espaldas a su casa y se sumía en el horizonte, los vecinos le robaron el libro. Regresaron de inmediato con los otros, que aguardaban en una de las laderas de la montaña y lo abrieron. Ante sus ojos, apareció un libro con las páginas en blanco. A la semana siguiente, cuando el sabio bajó nuevamente junto al lago, uno de los vecinos tomó la palabra y disculpándose en nombre de todos le confesó al anciano lo que habían hecho. -Maestro, ¿por qué consulta un libro con las páginas en blanco? ¿Cuál es el secreto? Y con la misma calma de siempre, el anciano respondió: -De un libro, lo que importa, no es lo que está escrito, sino lo que sugiere. Versión libre sobre una historia narrada por Jorge Bucay en la presentación de uno de sus libros. Te dejo este momento en blanco para ver qué te sugiere. Uno no siempre hace lo que quiere, pero tiene el derecho de no hacerlo que no quiere. " (Mario Benedetti) De los tiempos en los que no supe esperar, recuerdo un Daniel desesperado. Y de los tiempos de balance, que a veces llegan por una cuestión anecdótica, revivo situaciones, personas, actitudes que siempre estuvieron allí y que, sin embargo, mientras sucedían, mientras pasaban por mi vida, no las veía de la misma manera. Supongo que en algún momento de mi vida la paciencia (sin avisarme, claro) tomó un atajo. Y fue ella la que me aguardó para encontrarme, años después, y mostrarme cuán responsable fui de cada paso. Las respuestas solo llegaron cuando me supieron preparado para recibirlas. Aprendí que uno no puede planificar la vida minuciosamente. Me basta con hacer memoria sobre algunos hechos puntuales y me asombro de cómo fui cambiando, sin sospechar en cada pulseada lo que estaba por venir. Incluso, en los momentos en los que uno tiene claros sus objetivos, el camino se bifurca y la única acción que permite seguir andando es elegir. Tomar decisiones, aprender a renunciar, aceptar los tiempos de duda son etapas difíciles que, paradójicamente, facilitan el trayecto. Un viejo maestro me dijo alguna vez: "Cuando uno decide está como cuando muere: solo". Porque cuando te morís los demás te rodean, te acompañan, pero 19 el único que se muere sos vos. Lo mismo sucede a la hora de las decisiones, los demás pueden opinar, pueden sugerir, pero en definitiva, el instante de tomar la decisión es solo tuyo. Esto, por supuesto, moviliza. Nadie es lo suficientemente estable para evitar el peligro, Sin embargo, si uno puede abrazar sus convicciones sin empacarse, podrá enfrentarse al desafío y transformar ese peligro en riesgo, para poner en práctica el coraje y no la inconsciencia. Leonardo Da Vinci tardó 20 años en terminar su obra La última cena. Imaginó con exigencia cómo sería la pintura y no la finalizó hasta dar con los hombres que lo remitieran a la imagen de Jesús y de cada uno de los apóstoles que él tenía en mente. Fue ardua la tarea. El rostro de Jesús debía transmitir nobleza, pureza y los más bellos sentimientos. Durante meses y años buscó al hombre que pudiera representarlo. A su vez, estas características debían lograr una imagen varonil, sin que esto significara falta de belleza. Un buen día, conoció a un hombre muyjoven que respondía a este modelo que buscaba. Aceptó posar para Da Vinci y así pudo iniciar su pintura. Con el tiempo, halló a otros hombres que le sirvieron de modelo y, a medida que aparecían, fue pintando, durante meses y años, a los apóstoles. De los doce invitados a la cena de Jesús, representó once y dejó pendiente la figura de Judas Iscariote, ya que no hallaba el modelo adecuado para su inspiración. Para la exigencia de¡ artista, Judas debía ser un hombre de edad madura y su rostro debía evidenciar las huellas de la traición y la avaricia. Durante años, La última cena, de Da Vine¡, permaneció incompleta. Un buen día le hablaron de la existencia de un terrible críminal que habían apresado. Tan insistentes fueron en los comentarios, que Leonardo lo visitó para terminar con la intriga. Al verlo, no dudó. Había hallado al Judas para su cuadro. Inmediatamente, tramító el permiso ante el alcalde, quien accedió gustoso ante la fama de¡ pintor. Escoltado por dos guardias, el reo era trasladado cada día al atelier de Da Vine¡. Durante todo el tiempo que sirví6 como modelo, no dio muestras de ninguna emoción, Estaba allí, tieso, hostil, callado, distante. Ni siquiera lo conmovía haber sido elegido por tan prestigioso artista. Al finalizar la obra, Da Vine¡, muy satisfecho con el resultado, giró el cuadro y lo puso en dirección al reo para que lo apreciara. Sumamente impresionado, el modelo de Judas Iscariote cayó de rodillas frente a Leonardo y rompió en llanto. Desconcertado, Da Vine¡ solo atinó a preguntarle por qué. -Maestro ¿es acaso que usted no me recuerda? -declamó el preso, Da Vine¡ lo miró con esa capacidad de observación que caracteriza a los artistas y le contestó: -No. Jamás lo he visto. Entonces, sumído en la desesperación, el reo pidió a los gritos perdón a Dios y, entre sollozo y sollozo, casi ahogándose, explicó: 21 -Maestro, yo soy aquel joven que, hace diecinueve años, usted eligió para representar a Jesús en este mismo cuadro. Hay una sola muerte que no me creo capaz de aceptar: la de traicionarme a mí mismo. A lo mejor las crisis existen para que, cuando un hombre no sepa cambiar su rumbo con inteligencia, la vida pueda sumergirlo en una de ellas y obligarlo a cambiar de una buena vez. Lo que te conté sobre la pintura de Da Vinci es un hecho real. Tan real como que las miserias humanas, la lucha, las debilidades y la duda ante las adversidades viven desde que el ser humano existe. A todos los hombres, sin importar en qué época de la historia nos haya tocado vivir, se nos dio la capacidad de discernir, la libertad de elegir, la posibilidad de sentir y la inteligencia. Las crisis, individuales y colectivas, no son patrimonio exclusivo de la actualidad. Pero claro, a nosotros nos parece que nunca hubo una crisis más profunda y más terrible que la nuestra (ya sea la individual o la colectíva). Y por supuesto, nada nos parece más injusto que el hecho de que nos haya tocado a nosotros. (Durante muchos años, yo también despotriqué contra mis crisis, hasta que un día un viejo maestro me dijo: ¿Y quién es usted para que no le pase...?" Entonces descubrí que yo estaba lleno de omnipotencia ... En plena omnipotencia no solo es injusto que nos haya tocado esta crisis... (cuanto peor es la crisis, peor nos parece el azar). Entonces, no hay nada peor que el hecho de que nos haya tocado este país y este trabajo y esta pareja; o que nos haya tocado tal presidente o aquel ministro. Y ni hablar de la crisis más desesperante: la de que tal o cual cosa no me haya tocado a mí. De Pronto, la crisis adopta seudónimos y no hay nada peor que el riesgo país, que el lecop o el patacón o que el famoso corralito. Sin embargo, hilando fino, algunas cuestiones parecen adquirir coherencia. El corralíto, por ejemplo, no solo es para los bebés, sino también para los corderos. Como los bebitos, actuamos con dependencia y como los corderitos, sin coraje. Pero es la crisis la que arrastra, por supuesto. Un país en crisis trae aparejado finanzas en crisis, instituciones en crisis, gobiernos en crisis. La crisis debilita y, de pronto, entra en baja la seguridad, los Policías, los ladrones y los ciudadanos (mejor dicho, el resto de los ciudadanos). Lo que sucede es que la sociedad también entra en crisis y, de pronto, empieza a dividirse en clases y cuando están bien marcadas las diferencias, llega a un punto tan crítico que las clases tienden a desaparecer (pero, paradójicamente, se acentúan las diferencias). No es bueno ignorar que un país en crisis ha sido arrastrado por un continente en crisis, que pertenece a un mundo en crisis, habitado por una humanidad en crisis. Por lo tanto, la fuerza de arrastre que adquiere un país, acrecienta el peligro. Arrastra familias en crisis, matrimonios en crisis, laburantes en crisis, vocaciones en crisis, educación en crisis y por supuesto la olla" también es arrastrada por la crisis. Se me ocurre contarte una breve historia... Se trata de una dama de la alta sociedad que tenía un grupo numeroso de criados, pero una de ellos -una mujer que estaba con ella desde hacía muchísimos años era su preferida. La dama sabía que su criada andaba en amoríos con un hombre del pueblo, muy amigo de las promesas incumplidas. Entonces, un día, mientras le servía el té, te preguntó a esta criada: -¿Cuánto hace que estás con ese hombre? ---Nueve años mi señora -contestó la criada tímidamente. -¿Y no te parece que es hora de empezar a tener algunos planes con él? La criada desplegó un sinfín de excusas. La dama la miró a los ojos y dejó de hablarle como la dueña de casa, puso en el tono de su voz todo el afecto y la predilección que sentía por esta mujer y tan solo le contestó: -Cuidado mi querida... porque todo lo que se estira se arrastra y lo que se arrastra, se ensucia. Entonces volvemos al principio y la realidad es que no hay nada peor que esta crisis que arrastramos sin conciencia y que no ha hecho otra cosa que "ensuciarnos". Porque no se salvan de la crisis la convicción, la identidad, ni la coherencia. Es entonces cuando perdemos la identidad como gente y como pueblo. Creo que es por eso que se ha vuelto tan lamentable y tan doloroso pensar en la crisis. Porque las únicas decisiones que nos volvimos capaces de tomar en plena, crisis, son las decisiones críticas. Los extremos no son buenos para nadie. Sin equilíbrio, en vez de salir de la crisis, nos sumimos cada vez más en ella. Sin embargo, las sociedades no mueren. Renacen. Y este renacimiento trae un valor agregado, tan valioso como imprescindible para encontrar el camino deseado. Descubrilo en este cuento... Hace muchísimos años, en un pueblo de algún lugar de Europa, habían matado a una mujer y acusaron a un hombre que nada tenía que ver con el crimen. En realidad, la muerte fue producida por alguien de mucho poder, mientras que este señor, que no era más que un trabajador, había sido acusado de criminal como chivo expiatorio. Lo enjuiciaron: la Corte debía establecer si era culpable o no. Acudió muchísima gente del pueblo, sabían que este hombre no había matado a esa mujer. Al mejor estilo "Poncio Pilato", los jueces, por temor a las masas, propusieron un método muy original para definir la condena. Dijeron que, como no estaban absolutamente claras las pruebas de este asesinato, el acusado debía pasar al estrado y tomar un papel. Habían escrito dos: en uno (decía la Corte) era declarado inocente y en el otro: culpable. Argumentaban que habían decidido dejar librado su destino al juicio de Dios. El acusado sospechaba que ambos papeles decían culpable. Así que se adelantó al estrado y mirando atentamente las manos del fiscal, que tenía un papel en cada una, arrebató uno de los papeles y rápidamente se lo tragó. Asombrado, el presidente de la Corte le dijo: ¿qué ha hecho? ¿Se ha vuelto loco? ¿Cómo vamos a dilucidar ahora si es culpable o inocente? Entonces el reo dijo: -Es muy simple, señoría, tomad el otro papel y leedio; lo contrario, será el dictamen. No supieron cómo hacer, no había salida. Por supuesto, el papel decía "culpable", por lo tanto debieron aceptar, a su pesar, que el otro lo declaraba inocente. Decía Albert Einstein: "De las crisis profundas se sale únicamente con ingenio". Para actuar con ingenio, es necesario el coraje. No solo las crisis "arrastran". También lo hacen las actitudes. Un acto de coraje es una actitud sana. Una actitud sana arrastra a una respuesta saludable. De pronto, no todo se vuelve sano ni perfecto, pero sí más claro. Ver con claridad ayuda a encontrar la puerta de salida y a evitar la de emergencia. No es lo mismo salir de una crisis que huir de ella. "De las crisis profundas se sale únicamente con ingenio". La idea fue de Einstein, pero intentalo... a lo mejor, vos también podés encender tu lamparita. Un campesino, que luchaba contra muchas dificultades, poseía algunos caballos para que lo ayudasen con los trabajos de su pequeña hacienda. Un día, su capataz le trajo la noticia de que uno de sus caballos había caído en un viejo pozo abandonado, profundo. Sería extremadamente difícil sacar al caballo de allí. El campesino fue rápidamente hasta el lugar del accidente y evaluó la situación. Se aseguró, en primer lugar, de que el caballo -no estuviera lastimado (es sabido que cuando un caballo se lastima, la mayoría de las veces hay que sacrificarlo). Ese apenas tenía unos raspones, pero la dificultad se presentó al considerar el alto precio de la maquinaria requerida para sacarlo. Al evaluar la situación, decidió que no valía la pena invertir tanto dinero en esta operación de rescate. El campesino determinó que el capataz y sus peones sacrificaran al animal: tiraron tierra en el pozo hasta cubrirlo por completo. Así se hizo. Pero, ¿qué pasó? A medida que la tierra iba cayendo sobre el animal, este la sacudía y la mandaba hacia el fondo y la tierra se acumulaba debajo de sus patas y luego la apisonaba. Esto le permitía subir cada vez un poco más, creando su propio piso, posicionándose más alto a medida que la tierra caía. Los hombres se dieron cuenta de que el caballo no se dejaba enterrar, sino que, al contrario, subía. Hasta que, finalmente, consiguió salir. Existe un lugar, es el que más cerca queda y al que menos vamos ... el interior de uno mismo. En cierta ocasión se reunieron todos los dioses y decidieron crear al hombre y a la mujer. Planearon hacerlos a su imagen y semejanza. Entonces, uno de ellos dijo: -Esperen, tendrían que tener un cuerpo igual al nuestro y fuerza e inteligencia iguales a las nuestras. Debemos pensar en algo que los diferencie. De no ser así, estaremos creando nuevos dioses. Después de mucho pensar, otro de ellos opinó: -¡Ya sé! Vamos a quitarles la felicidad. Pero el problema será dónde esconderla para que no la encuentren. -¡Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo! -propuso el primero. A lo que inmediatamente repuso otro: -¡No...! Recuerda que les dimos fuerza. Alguna vez alguien puede subir y encontrarla y todos sabrán dónde está. Luego sugirió otro: -Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar. -¡No ...! Recuerda que les dimos inteligencia, alguna vez alguien puede construir una máquina y con ella bajar. Entonces también la encontrarían -refutó otro de los dioses. -¡Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra! -propuso. Y le dijeron: -¡No...! Es lo mismo. Un día alguien puede construir una nave capaz de viajar a otros planetas y así la descubrirían. El último de ellos era un dios que había permanecido callado, escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás. Las analizó hasta que, de pronto, rompió el silencio: -Creo que sé dónde poner la felicidad para que realmente nunca la encuentren... Todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono: ¿Dónde?" _La esconderemos dentro de ellos mismos. Estarán tan ocupados buscándola afuera, que no serán capaces de encontrarla. Todos estuvieron de acuerdo. Desde ahí el hombre se pasa buscando la felicidad sin saber que la trae consigo. Hay una frase de Silvina Garré, escrita en su libro Pena privada, que dice: "hay días en los que la vida de uno se vuelve visita. Y uno no sabe cómo recibirla". Inmersos en la noche o en medio de una gran multitud, siempre hay lugar para un silencio. Esa pausa, a veces, es necesaria para replantearnos ciertas situaciones o simplemente disfrutar de lo que hay. Sin pensar. Sin inducir. Sin reclamar. Un momento a solas, con uno mismo... Creo que es por eso que algunos le escapan al silencio porque lo habitan imágenes del pasado. Cuando sonreímos con ellas, los otros nos miran como si estuviésemos locos. Si esas imágenes vuelcan al presente un ayer doloroso, nuestros gestos mutan repentinamente y nos perdemos en un vacío que no entendemos, frunciendo el ceño y arrastrando nuestra mirada hacia un más allá sin nombre ni razón. Igualmente, cada silencio contempla un sonido y es a través de ese sonido que nos animamos a saludar a la oscuridad, para charlarle un rato y quedarnos con ella flotando íntimamente, reconociendo nuestras fortalezas y debilidades, proyectando una ilusión o simplemente navegando un olvido. De todos modos, el silencio sigue siendo un encuentro a solas con uno mismo. ¿Cuántos silencios te permitís vos en tu andar cotidiano? Dije muchas veces que lo "no dicho" muere adentro y, en consecuencia, se pudre sin ver la luz del día. Sin ser categórico y determinante, es importante hablar en los momentos justos pero, a su vez, es inteligente callar. A veces son solo diez segundos los que nos convierten en personas diferentes. Diez segundos de pura razón frente al segundo de todo corazón. Un impulso frente a una verdad más asimilada, pensada, estudiada, que nos madura y encuentra la otra cara que desconocemos de nosotros mismos. No pensemos que vivir es estar despiertos todo el día, circular las calles sin rumbo, pero acelerados al fin, levantar la mano desde lo lejos y saludar a cuanta especie humana conocemos, para sentirnos vivos y reconocidos. No despegar el celular de nuestras orejas ni cuando hacemos el amor, soñar despiertos mundos distintos, atropellarnos con las palabras y reventar una y mil veces más contra impasables sentencias. Almorzar en tres minutos y medio, mirar el cielo solo para ver si llueve y vivir con la ilusión de que mañana podremos aflojar. Detengámonos. Respiremos. Blanqueemos nuestra mente y sintamos un silencio que pide a gritos dejarlo ser. Escuchémonos un instante. Vivamos la paz de un suspiro. Relajémonos para, nuevamente, volver a empezar. Pero esta vez con la gracia de un momento propio. Nunca pude cambiar ser el habitante de mis silencios. No siempre quise estar allí. No siempre pude soportarlo. Sin embargo, cuando me pude aceptar, cuando entendí que soy todo lo que soy (lo bueno y lo malo) pude callar más y me animé a no escaparle. En el silencio podés encontrar un error, algo que se llevó el olvido, la paz y hasta la economía" -hace tiempo que aprendí que la televisión y el equipo de música al mismo tiempo, solo sirven para cerrarle la puerta al silencio. En silencio se puede ver otra imagen del mismo balcón que ves todos los días y al que nunca te asomás. En silencio podés ver los sueños de tus hijos cuando juegan... Pero esperá... aprovechemos juntos este planteo. Ejercicio 1: .Intentá quedarte en silencio cinco minutos reloj. -Apagá todo. Sentate cómodo y dejá que el silencio te traiga los verdaderos sonidos, las palabras necesarias... esas que, con tanto barullo exterior, hace rato que no escuchás. -Yo te acompaño... también en silencio. A lo mejor, en este silencio aparece la llave para encontrarte con vos y no habitar tu cuerpo y tu alma "del lado de afuera". ANECDOTARIO 1 De todas las apuestas que hice en mi vida, de todos los emprendimientos que inicié o analicé empezar, nunca imaginé, ni por un instante, hacer radio. Sin embargo, aquí estoy. Como ya te conté, sin pensar y casi por ¿casualidad?, en 1994 comenzaba Buenas Compañías. A los seis meses de estar en el aire en radios alternativas, gracias a la respuesta de la audiencia, el programa pasó a Radio El Mundo. Me encontré allí, sentado en el mismo lugar y en el mismo horario en los que Dolina, a quien siempre admiré profundamente, había estado algunos años atrás. Fue a través de la radio, a través del camino menos esperado, donde recogí las experiencias más ricas. Cada tanto, contábamos en el estudio con invitados que, si bien eran conocidos públicamente, se acercaban a compartir la madrugada dejando de lado al personaje y animándose a conversar sobre la vida, desde su condición de personas. Si tengo que mencionar a algunos de los que nos visitaron, los primeros que vienen a mi memoria son: Miguel Ángel Solá, Soledad Silveyra, Cacho Castaña, Blanca Oteyza; también hablamos con Ana María Campoy, con Hugo Arana, con Víctor Heredia, con José Narosky... A ninguno de ellos los recuerdo por su popularidad, sino por la calidez y la profundidad con la que desnudaron su alma. No era fácil sentarme frente a ellos. No era (ni soy) un tipo famoso. Tampoco periodista y, de hecho, no estaban allí para un reportaje habitual o para difundir su tarea profesional, solo para hablar de sus vidas con desconocidos. Sin embargo, la boca reseca, la flojedad de las piernas, las manos transpiradas, no fueron eternas. A los pocos minutos de conversación, la sencillez de estos invitados convirtió al programa en una charla de café. Hablar de su niñez, de sus desengaños, de algunos amores, del país, de sus ratos libres, de sus berrinches, los volvió inmediatamente humanos. Sí, como vos y yo, ellos tienen anécdotas de colegio o se olvidan de hacer las compras o soñaron con ser finalmente quiénes son y trabajaron (y siguen haciéndolo) para que eso así sea. A algunos les encanta cocinar, mientras otros detestan la cocina. Entonces, entendí que Buenas Compañías era un espacio y una necesidad común a todos. Que no importa cuál sea la profesión, el sexo o la edad y que escuchar al otro -sea un oyente o un invitado- siempre es aprender de la otra persona. Fue en esta etapa y en este contexto, cuando conocí a Jorge Bucay. Lo descubrí primero a través de sus libros. Cuando la producción lo ubicó, también descubrí que éramos vecinos (por aquel entonces, él vivía en Haedo y yo en Ramos Mejía). Al hablar por primera vez con él, seguí descubriendo y supe que, definitivamente, no iba a ser la última. También descubrí que las charlas con el gordo son inagotables. Que a pesar de todas sus obligaciones, siempre tiene una oreja dispuesta o una contratapa lista. Por supuesto, si hay algo que nunca le ha de faltar a Bucay, es "un cuento que viene a cuento". Me parece que no hay palabras que puedan transmitir -o por lo menos, yo no las encuentro- lo que significa, para mí, haber tenido tan inesperadamente esta amistad que hoy nos une. Haber conservado este afecto que nos encuentra alternativamente en un llamado telefónico, en un programa de radio o en un libro. Esto es lo más extraño... que esta vez nos encontremos en un libro mío. En el momento de editarlo, Jorge Bucay estaba en Nueva York y, a pesar de ello, no faltó su presencia en Entre vos y yo. Como tampoco no faltaron maravillosos relatos -algunos propios y otros juntados- para inspirar y enriquecer las reflexiones de estas páginas. Nunca imaginé hacer radio, mucho menos escribir un libro. Sin embargo, aquí estoy. No pasó solo... un día me puse en marcha para que pase y el gordo (mi querido gordo) tuvo mucho que ver con esto. Por eso, de las anécdotas que elegí publicar, no podía faltar la que a continuación voy a contarte. Y por supuesto -no podía ser de otra forma- tenía que ser la primera. 1997... Yo estaba bastante inquieto por una actividad comercial que desempeñaba en aquel momento y que había dejado de movilizarme, de motivarme. Ya no disfrutaba lo que hacía. Un día, charlando con Jorge, se lo comenté. Le dije que, a pesar de que ya no me daba ninguna satisfacción, me costaba dejarla porque se había tornado una costumbre. Al escuchar esa "palabrita" Jorge levantó las cejas. Sentí que iba a decir algo, entonces dejé de hablar. -Agarrá la pirámide. Está sobre la repisa -dijo. Yo me puse de pie y tomé la pirámide: era de acrílíco, de unos 8 centímetros de alto, más o menos. Me pidió que volviera a mi asiento, que la dejara sobre la sentadera del sillón y que intentara sentarme sobre ella... (Yo le puse la misma cara que me pondrías vos si te pido que hagas eso... pero, ¿por qué no?... ¡Hagamos el intento!) Ejercicio 2 No es necesario que sea una pirámide. Tomá cualquier objeto que tengas a mano (y que no se rompa, claro). Puede ser algún aerosol, un cenicero de tamaño considerable, lo que quieras. Andá a buscar algo que pueda ser tu pirámide. Es una buena experiencia. ¡Dale! ¡Ah! Vas a necesitar también un almohadón. Así que buscate uno. ¿Seguimos? -Poné el objeto sobre el sillón e intentá sentarte. Molesta, obvio. -Entonces, ahora hacé la prueba de esta manera: dejá el objeto en el sillón, tapalo con el almohadón y después sentate encima. Sin utilizar las manos, intentá acomodarte. Tranquilo, sin dejar de leer, despacito dejá que el objeto vaya encontrando su lugar y que el almohadón lo amortigüe. -Ahora necesitamos dejar pasar unos instantes. Para que no sea aburrido, te propongo una pausa en el ejercicio. Yo sigo, por un ratito, contándote cosas, pero vos tenés que permanecer sentado como estás. (PARÉNTESIS) Como expliqué, es bien sabida la peligrosidad de los extremos, en toda forma y sustancia. Ni el frío congelante, ni el calor que agobia los sentidos. Debemos tratar de encontrar la temperatura justa para que nuestro cuerpo y nuestra mente sientan la libertad de desplazarse al cambio, sin desvanecer nuestros motores impulsores hacia una -sonrisa renovadora. Solemos hablar sobre la desmesurada ambición... -A veces por la nada, por las victorias sin sentido que, al abrazarlas, no son susceptibles del disfrute de su encanto ni del sacrificio que supusieron. Es decir, no sonreímos al llegar a la cima por ver, simplemente, que aún queda otra más alta por escalar. No es una novedad que los humanos solemos no conformarnos, pero sobre esto vamos a reflexionar más adelante. Queremos siempre más. Mucho más. O por el contrario, caemos en la desdicha de no dar un ínfimo paso para instalarnos en una postura más cómoda y placentera. Desde el discurso nos convertímos en expertos del incansable camino al triunfo, pero nunca de su opuesto: la pereza, la quietud. Palabras que, en primera instancia, no resuenan negativas pero que, sin dudas, opacan la existencia de cualquier ser. Necesitamos de las pausas, es cierto... para repensar una y otra vez nuestro lugar en el mundo, para descansar de los avatares diarios Y recomenzar, si es necesario, una nueva historia o, al menos, mejorar la presente. El oso polar, que hiberna durante largos seis meses, luego despierta y sabe fehacientemente que el viejo aire ya no está, que la presa no permaneció inmóvil en el mismo lugar, que la naturaleza ya no es la misma y que, por ende, deberá renovar fuerzas para continuar su vida hasta la próxima caída del sol. Sin embargo, con sus pausas y treguas, el oso irracional sabe que, después de su largo descanso, ha de volver a empezar, por más cómodo que se sienta. Es incomparable su vida con la nuestra. Pero ameríta su ejemplo para conocernos un poco más. Como el oso, todos tenemos un reloj interno que suena en ciertos períodos. Está en nosotros levantarnos con el primer cucú o hacer caso omiso a ese apestoso pajarraco de madera. Sentimos que nuestro sillón es cómodo, nuestro almohadón mullidito, nuestra comida deliciosa, nuestra casa perfectamente a medida. Cuando todo lo vemos así, no hay mucho más que pedir. Conocemos del confort más elevado, pero así estamos bien. ¿Para qué más? En estos extremos radican nuestras ganas y nuestras expectativas. Pero yo creo que, a la hora de optar, no son buenas candidatas ni la lucha desenfrenada ni la inacción subordinante a la pereza eterna. Hay que templar con frío el supuesto calor confortante, siempre que sepamos que una realidad distinta provocará un presente más gratificante, claro, o tal vez un mañana más motivador. Creo que debemos abrir nuestros brazos y no caer en la mediocridad de un "suficiente" bienestar. Que no debemos, por ejemplo, aguantar todos los días reproches y agresiones de nuestra pareja porque después de siete años de estar juntos... ¿cómo la vamos a dejar? La familia ya se acostumbró tanto... No podemos hacer de la rutína, nuestra morada más preciada. No es loable supeditar nuestras vidas al infinito conformismo, expresado en nuestra quietud frente a posibles cambios que mejoren y hagan sentir más digna nuestra vida. Porque, definitivamente, es una cuestión de dignidad. De respeto por nosotros mismos. De valorar lo que se tiene y permitirse imaginar una realidad mejor. De volar y perderse sin miedo a caer en lo desconocido. De pensarse implacable frente a la cosa que más nos jode y nos molesta. Amoldarse a una situación no es, consecuentemente, una placentera comodidad. Es simplemente, padecer la constante justificación de una irreconocida pereza por horror al cambio. No es lo mismo acomodarse que estar cómodo. De hecho, creo que ya te acostumbraste, pero seguís teniendo tu pirámíde en el culo. Gracias por acomodarte a mi pedido, ya podés volver a tu comodidad. El ejercicio terminó. Cuántas veces decimos para toda la vida, sin querer repetimos una vieja mentira. ... para toda la vida es quizás, un intento fugaz, un suspiro, un ligero temblor.. O ¡qué más da nuestro infierno! lo eterno es siempre el amor". Sandra Mihanovich Dice Freud que el término enamoramiento está compuesto por dos palabras: "enamoro" y "miento". Es decir, que si me enamoro de una persona me miento, porque acredito en el otro más virtudes y cualidades de las que realmente tiene. Por un lado, te cito a Freud pero también te hablo de la magia, que es lo que sentimos cuando estamos enamorados. Hablo del cosquilleo en el estómago, de la taquicardia cuando se acerca la hora de verlo, de las manos transpiradas por los nervios, de salir corriendo a comprarte ropa para él... o para ella. De mirarte veinte veces al espejo, de emocionarte cuando te acaricia la cara, de matarte de risa de sus chistes antes de que termine de contártelos, de llamarse por teléfono cada cinco minutos y charlar de ningún tema durante horas, de ir al cine y que no te importe la peli, sino jugar con el otro tirándole pochocios... Estas son épocas en donde siempre tenés ganas de prepararle una rica cena a la luz de las velas, siempre tenés ganas de hacerle el amor y siempre tenés el deseo del otro. Pero el tiempo todo lo cambia y cuando pasa este enamoramiento y llegan las épocas difíciles, donde se pone realmente a prueba el amor y descubrís que el otro no es tan maravilloso como vos pensabas o tan amable o condescendiente o tan perfecto como creías... (o querías que fuera). Cuando descubrís al otro en su condición de humano, todo se derrumba, como los castillitos de arena. Pero no es el otro el que miente. Es uno el que ve solo lo que quiere very no lo que el otro es en realidad. Llega el momento, ahora, de juntar esta definición freudiana y esta condición mágica, con el condimento más importante e infaltable en esta historia: el deseo. El deseo es el combustible que mantiene viva la magia. La magia es el viento suave que atiza y mantiene vivo el fuego del amor. Entonces te digo, y me digo, que las épocas de enamoramiento mueren. Que el otro no es perfecto, que puede tener malos días y malos humores y malos olores. Que tiene errores, falencias y puntos débiles. Que puede diferir con vos, no adherir a vos, disentir con vos. Que podés tener mejores o peores épocas con el otro. Pero eso sí, y en esto (como diría Oliverio Girondo) soy irreductible, pará las antenas y prestá mucha atención: lo que no podés perder, es el deseo. El cuerpo gigantesco del guerrero sumerio estaba arado de cicatrices y su piel curtida por el sol y la nieve Su nombre era Jormá y cuenta esta historia que, cierta vez, mientras cabalgaba con tres de sus amigos de una ciudad a otra, sufrieron una emboscada a manos de sus más crueles enemigos. Los cuatro guerreros combatieron con fiereza, pero solo Jormá consiguió sobrevivir. Sus tres amigos cayeron muertos durante la lucha. Ensangrentado y exhausto, Jormá se dio cuenta de que necesitaba descansar, reponer fuerzas y sanar sus heridas. Miró a su alrededor en busca de un lugar seguro y divisó una pequeña caverna excavada en una montaña cercana. Casi arrastrándose, llegó hasta allí. Una vez dentro de la cueva, extendió sobre el piso su piel de oso y se quedó profundamente dormido. No supo si fueron horas o días después, lo despertó el hambre. Sintió que su estómago reclamaba algo caliente, Todavía dolorido, Jormá decidió salir a juntar algunas ramas y troncos secos, para encender un pequeño fuego en su guarida transitoria y comer así un poco de la carne salada que llevaba consigo. Cuando, con la luz de la llama, iluminó un poco el refugio, el guerrero no podía creer lo que veía: el reducto que había encontrado no era simplemente una cueva, era un templo, un templo excavado en la roca. ... Por las inscripciones y los símbolos, el sumerio descubrió que el templo había sido construido en honor a un solo dios... el dios Gotzú. Jormá había aprendido a desconfiar de las casualidades y quizá, por eso no dudó en pensar que sus pasos habían sido conducidos hasta la cueva por el mismísimo dios del templo, para poder así guardar su sueño. Jormá concluyó que se trataba de una señal. Desde entonces, encomendaría su espada al dios Gotzú. Se quedaría allí hasta que sus heridas curasen. Mientras tanto, prendería un fuego debajo del altar que Presidía la inmensa imagen en piedra del dios y cazaría algún animal al que sacrificaría en su honor. Cinco días y cinco noches más, estuvo el guerrero en la cueva de la montaña, reponiéndose y honrando a Gotzú. Durante ese tiempo, nunca dejó que se apagara la llama que iluminaba el altar. Al sexto día, Jormá se dio cuenta de que era hora de seguir su camino y quiso dejar, antes de partir, una ofrenda a Gotzú, en señal de gratitud. -Una llama eterna --pensó--, pero ¿cómo conseguirla? Jormá salió de la cueva y se sentó en la roca al borde del sendero a meditar sobre el problema. Sabía que un poco de aceite ayudaría a mantener la llama, pero no era suficiente. Pensó por un momento que quizá debía buscar mucha leña, tanta como para que nunca se consumiera; tanta que durara eternamente... pero se dio cuenta de lo vano del esfuerzo... mucha madera aumentaría la intensidad del fuego pero no la duración de la llama. Un monje de túnica blanca, que caminaba por el sendero, se detuvo frente a Jormá. Tal vez, de puro curioso o quizás por la sorpresa de ver a un guerrero en tan reflexiva actitud. El caso es que el monje se sentó frente al sumerio y se quedó inmóvil, mirándolo como si pasara a ser casi parte del paisaje. Horas después, cuando el sol caía, Jormá todavía seguía pensando... Lo ocupaba tanto su problema que no se sorprendió demasiado cuando el monje le habló: -¿Qué te pasa guerrero? Pareces preocupado... ¿puedo ayudarte? -No lo creo -dijo el guerrero-. Esta cueva, mi' señor, es el templo del dios Gotzú, a quien hace cinco lunas he consagrado como mi protector, el destinatario de mis oraciones, el objeto último de mi lucha. Pronto deberé partir y quisiera honrarlo eternamente, pero no sé cómo conseguir que la llama que he encendido dure para siempre. El monje meneó la cabeza y, como si hubiera adivinado el camino que había recorrido el pensamiento del guerrero, le dijo: -Para que la llama sea eterna, necesitarás algo más que madera y aceite... -¿Qué cosa? -se apuró a preguntar Jormá- ¿Qué más necesito? -"Magia" -dijo el monje secamente. Pero yo no soy mago ni sé de magia. -Solo la magia puede conseguir que algo sea eterno. -Yo quiero que la llama sea eterna -dijo el guerrero y siguió- Si consigo la magia, ¿me puedes asegurar que la llama para Gotzú será eterna? -¿Asegurar? Hace una semana, ni siquiera sabías de la existencia de este templo a Gotzú... y hoy quieres para él un homenaje eterno. Esto es lo que deseas... ¿Es que acaso tú puedes asegurar que tu deseo será eterno? Jormá hizo silencio. Se dio cuenta de que nadie podía afirmar la eternidad de un deseo... El monje volvió a menear la cabeza y se puso de pie... Se acercó a Jormá y le apoyó la mano abierta en el pecho y le dijo: -Te diré un secreto: la magia solo dura mientras persiste el deseo. "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio"-dice el Nano Serrat- y a mí, me parece, que esto es así de sencillo y así de imponderable. No busques la magia si no hay deseo... y si perdiste el deseo, no busques el amor. "El guerrero" es un relato tomado de Cuentos para pensar de Jorge Bucay. ,OTRA VEZ Otra vez miramos juntos el invierno que crepita su voz en nuestra salamandra, mientras pasa la vida en este agosto ausente de rosales y de acacias. Nada nos pone tan cerca de la muerte como habitar el frío sin recuerdos o recordar con frío lo que amamos. No me gusta el invierno indiferente que uniforma a las gentes y envejece. Vivo extranjera de mayo hasta septiembre Y me abrigo de amor, o con palabras. Silvina MuchnIk U) Sucede una y otra vez con aquel que ha elegido a alguien para sentirse amado. Siempre recuerdo palabras de Hugo Filkenstein en su libro Apostara la vída cuando dice "un amor desesperado, mas que amores desesperación" y "el que está loco de amor... está loco" Son siempre realciones a destiempo .... donde uno ama y el otro recibe... y el que ama se agota de dar y dar y vive esperando algo que nunca llega. Pensando en todo esto, alguna vez me senté a escribir un poema que lo reflejara. Te lo dejo y deseo que nunca te pase, aunque también te recuerdo que solo vos elegís quién está a tu lado y solo voz podés hacer que deje de estar. Hay veces en las que uno cree que haciéndolo todo y un poco más, logrará convencer al otro de que por fin nos ame. UNO Y EL OTRO Parece que es... uno está seguro de que es., Porque huele a amor, porque conmociona, arremete, embiste, atrapa, se siente, se cela, se espera, pero no contiene. Y uno se aleja y siente más y entonces vuelve. - porque ahora sí cree que es verdad. Y el otro está sentado allí, mirando, solo mirando, como si uno fuera un actor de circo y nada más. Y uno le dice, y lo trae y lo lleva, le construye un mundo, y le pone dientes y manos y piel y ganas y fuerza corazón. Y empuja y se cae y le duele... ¡es amor!, ¿o no? Y junta fuerza todo el tiempo y lleva flores y pone sol a un día nublado. No hay otros ojos ni otro cuerpo que mirar. Y a uno le palpita el corazón por todos lados y el otro mira, perplejo, casi asombrado. Porque recibe lo que alguna vez dio habiendo amado. Y se deja traer y llevar, subir y bajar, y se entrega (o así parece), y besa y sonríe... todo a medias, claro. Y uno ansía mucho y sueña, y se imagina con el otro en todos lados y crea fantasías de futuro siempre juntos y en ella siempre está el otro, siempre el mismo, siempre al lado. Pero cuando uno lo busca, lo precisa, lo reclama, de verdad que no lo encuentra; pero uno espera. Uno cambia mil ganas por un llamado, uno cambia mil ilusiones por un "te amo" que nunca escucha, que nunca tiene. Uno es una máquina de dar, un torrente que se agota, que no recibe, que se seca, que entristece, que siente que todo ha terminado. Que no habrá nada igual, que nunca habrá nada más. Que uno no merece ser amado, que debe conformarse siempre "solo con algo", que todo para sí no existe, que es mentira. Que recibir es casi un pecado. Que uno es un animal de dar, que no puede pedir nada, que así debe vivir, siempre esperando. Que el pecho duele en todos lados, que la tristeza es triste de más. Que a uno le toca el trabajo de ser sol y que el otro siempre estará nublado. Y qué sabe uno cuánto más (mejor dicho) cuánto menos, claro. Este poema lo escribí en épocas de duelo amoroso. En el instante que vi el último verso impreso en la hoja, descubrí que todo aquello que negué mientras duró la relación podía verse, de repente, en tres palabras. Tal vez por eso elegí la canción de Sandra Mihanovich que encontraste en páginas anteriores, porque, como ella, creo en la frase "...cuántas veces decimos para toda la vida, sin querer repetimos una vieja mentira". Supongo que a todos nos cuesta romper con esta sensación. Un amor desesperado, más que amor es desesperación... y el que está loco de amor, simplemente, está loco. De todos modos, no quiero dejar de publicar algunos versos que me salteé en el fragmento anterior: "Es humano que luego de perder una instancia, apostemos de nuevo a la noble esperanza" Siento que eso es lo que me sucedió aquel día que dejé de mentirme (y por si me olvidaba) me escribí la cruda verdad en un papel y la hice poema. Me gustaría hablarte de vínculos, especialmente de pareja. Alguna vez me dijo un viejo maestro: Las relaciones humanas son muy difíciles". Y sé perfectamente que él se refería a que tenemos la virtud de complicar los vínculos a la hora de elegirlos para sufrir. Hay algunas personas que se pasan la vida esperando que el otro sea como ellos desean que sea, sin entender que cada uno es como es y que nunca cambiará a menos que se lo proponga. Elegimos muchas veces al otro desde un lugar inconsciente. Tenemos la fantasía de que en ese que elegimos vamos a reparar vínvulos conflictivos del pasado con nuestro padre o madre, y entonces "el elegido" pasa a ser un substituto de alguno de ellos, y la pretensión inconsciente que éste repare los daños, las faltas, el abandono, el maltrato o cualquier otro comportamiento que nos haya dejado marcas en el pasado. En fin, elegimos un cuerpo... y proyectamos en él deseos... expectativas, anhelos, carencias. Y así, mucha gente está al lado de otra gente por años y años y uno escucha cosas como "en el fondo es bueno" ó tengo la esperanza que algún día cambie" ó"es así porque tienen muchos problemas" etc... etc... etc... Y el otro sigue su vida... y sigue con su indiferencia... o con sus modos y costumbres... y no cambia... ni muestra el menor atisbo de querer intentarlo. El que espera desespera, dice el refrán y así sucede. Cruzar la calle, achinar los ojos, alejarse del espejo, ponerse los lentes hacer la vertical Para quedarse "helados" En los días en que un helado costaba mucho menos que ahora, un niño de diez años entró en una heladería y se sentó a una mesa. La mesera puso un vaso de agua frente a él. -¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con cacahuates? -preguntó el niño. -Cincuenta centavos -respondió la mesera. El niño sacó la mano de su bolsillo y examinó un número de monedas. -¿Cuánto cuesta un helado solo? -volvió a preguntar. Algunas personas estaban esperando por una mesa y la mesera ya estaba un poco impaciente. -Treinta y cinco centavos -dijo ella bruscamente. El niño volvió a contar las monedas. -Quiero el helado solo -dijo el niño. La mesera le trajo el helado, puso la cuenta sobre la mesa y siguió atendiendo a otros clientes. El niño terminó el helado, pagó en la caja y se fue, Cuando la mesera volvió, empezó a limpiar la mesa y entonces le costó tragar saliva con lo que vio... Allí, puesto ordenadamente junto al plato vacío, había veinticinco centavos... su propina. Para aprender "un paquete" A una estación de trenes llega, una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación. Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista. Luego pasa por el kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa. Preparada para la forzosa espera se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario. Imprevistamente, la señora ve, por el rabillo del ojo, como el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una, comienza a comérsela despreocupadamente. La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado, así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente. En respuesta, el joven sonríe... y toma otra galletita. La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, la come sosteniendo la mirada en el muchacho. El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora, cada vez más irritada; el muchacho más divertido. Finalmente, la señora se percata de que en el paquete queda solo la última galletita. %o podrá ser tan caradura" -piensa- y se queda como congelada, mirando alternativamente al joven y a las galletitas. El muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa, le ofrece media a la señora. -¡Gracias! -dice la mujer tomando con rudeza la media galletita. -De nada -contesta el joven, sonriendo angelical, mientras come su mitad. El tren llega. Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: Insolente". Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas... ¡Intacto! ANECDOTARIO II Hay cosas que recuerdo y otras que no -bueno, no soy nada original en esto, supongo que le debe pasar a todo el mundo-, pero, invariablemente, hay algo que nunca recuerdo y es en qué fecha, en qué momento escribo un poema. Hay uno de ellos al que quiero especialmente porque además de haber sido uno de los publicados en el libro Silenciosa arena de poetas, fue protagonista de una historia muy singular. Se llama Esperanzas". Ya conté que en 1994 fue la primera vez que me senté frente a un micrófono de radio pero aún no te confesé el pánico que sentí al comienzo... los primeros programas estaban llenos de llamados de amigos: ¡tenía terror de que no me llamara nadie! Una noche, al finalizar una charla con un oyente nuevo, decidí leer este poema y pasó algo muy curioso. Luego de dos días recibí una carta de un tal Eduardo. Me decía que, por una circunstancia poco feliz, hacía 48 horas que estaba preso. Me contaba que era injusta la causa, los porqué de esa situación y me decía que la primera noche en su celda, había tenido deseos de suicidarse. En el vacío de esa celda, lo único que llevaba en su poder era una radio. 0 E "Era la medianoche, Daniel. Tenía miedo, angustia, desesperación, terror al después, desolación... y cuando encontré tu programa, me conecté con la charla que tenías con un oyente. Luego leíste un poema que me transportó, me marcó, me hizo sentir ganas de no morir. Quisiera, si no te es molesto, que le des una copia de ese poema a mí mujer Yo la amo y ella es lo único que tengo en el mundo para acompañarme en estas circunstancias. Por favor, contestame al aire si puede ir mañana a la radio a buscarlo. Te agradezco muchísimo y te mando un gran abrazo.". Y así fue. Su mujer vino a la radio, me contó detalles de la historia y le entregué el poema. Desde aquel llamado, seguí todo el proceso de detención a través de su esposa. Al tiempo lo trasladaron a Devoto y, desde allí, Eduardo me escribía casi todos los días. En sus cartas me contaba que, en la semana, como no podía recibir visitas, su único contacto con el mundo éramos el programa y yo. Un buen día, me sorprendió cuando en una de sus cartas me dijo que se había reunido con varios reclusos y habían leído mí poema y, más aún, lo habían escrito en una de las paredes del presidio. Todos los reclusos de ese grupo se convirtieron en fieles oyentes de Buenas Compañías. Un día decidieron pedirle a sus mujeres madera, sedas, hilos, luces y otros elementos... y con una talla, que hicieron con un trozo de madera y una hoja pequeña de hierro, construyeron un velero en escala que me enviaron un tiempo después. En el costado del barco escribieron el nombre Buenas Compañías y al chinchorro (que es el barco pequeño que todo gran velero lleva en la popa para llegara la costa) lo bautizaron "Esperanzas". Quería contarte esta historia. Con ella aprendí que no debemos guardar para nosotros ningún sentimiento, ni nada que hagamos. Que debemos compartir nuestras creaciones porque no hay otro camino para que puedan servirle a alguien más. Te dejo con este poema tan querido y ojalá que esta historia te dé motivos para compartir tus cosas con los demás. ESPERANZAS Viviré una vez y volveré a vivir; viviré mil tiempos cantando amores. Soñaré mil veces... miraré los cielos, seré hijo, hermano, padre, abuelo. Porque es como un eterno canto la vida, cantada en todas voces, soñada tantas veces... muchas otras despreciada y otras tantas vivída; y seré semilla, planta, árbol y también raíces. Y amaré al amor y a Dios y a todos. - - y porque soy parte de todos, me amaré. Qué misterio tan hermoso el de ser, y poder sonreír, llorar, morir... nacer. Y tendré mujer y sembraré su vientre y, entre fruto y fruto, viviré mis hijos, llevarán mi estigma y amaré sus vidas y lloraré con ellos y les daré mis días. Y cuando deba irme les diré hasta luego... porque en los hijos de mis hijos estaré de nuevo, pues amo tanto esta vida que la andaré siempre. Porque aunque no lo crean, algún día, en una planta, en un niño, en una flor... en cualquier cosa que tenga vida, volverán a verme. El velero, que es una preciosura, aún "navega esperanzas en el líving de mi casa. Eduardo -a quien conocí un año después de estas cartas- hoy vive felizmente en libertad. Había un ciego sentado en la vereda con una gorra a sus pies y un pedazo de madera que, escrito con tiza blanca, decía: Por favor, ayúdeme, soy ciego. Un creativo de publicidad que pasaba frente a él, se detuvo y observó unas pocas monedas en la gorra. Sin pedirle permiso, tomó el cartel, lo dio vuelta, tomó una tiza y escribió otro anuncio. Volvió a poner el pedazo de madera sobre los pies del ciego y se fue. Por la tarde, el creativo pasó nuevamente frente al ciego que pedía limosna y vio que su gorra estaba llena de billetes y monedas. El ciego reconoció sus pasos y le preguntó si era la persona que reescribió su cartel y sobre todo, qué había escrito para que cambiara así su suerte... El publicista le contestó: "Nada que no sea tan cierto como tu anuncio... pero con otras palabras". Sonrió... y siguió su camino. El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel decía: Hoy es primavera... y no puedo verla. Me encantan los paréntesis y los puntos suspensivos al escribir, seguramente la editorial corregirá estás cosas ya que no están muy indicadas en el lenguaje literario. Por lo tanto haré un paréntesis en el estilo del libro y así como suelo hacer en la vida, el humor es un recurso al que apelo aún en los peores momentos porque también se puede reflexionar y aprender a partir de una sonrisa. Estimados "recorredores"... (¿Cómo que está mal?... si he pedido que "recorran" no que lean, bueno, aquí vamos... A través del tiempo y con los diferentes integrantes del equipo de producción que me acompaña en cada programa .... solemos hacer un recreito al final, dentro del cual leemos mensajes de oyentes y nos divertimos un poco, como solíamos hacer en el colegio después de una hora de clase. Es más, los viernes, dejamos de lado la reflexión y nos metemos de lleno a jugar con los oyentes. con consignas pícaras y divertidas para adentrarnos en el largo recreo del fin de semana Así que vamos a tomar un tiempo de éste libro para virar su estilo hacia el de pensar sonriendo o quizás sonreír pensando o también sonreír sin pensar. En fin, un rato libre como más te guste. Es cierto -como dice la canción-, que "en los cuentos de hadas las brujas son malas y en los cuentos de brujas las hadas son feas". También es cierto que si la protagonista de una novela es rubia, la que le quiere sacar el novio es morocha o viceversa. Definitivamente, si el galán es millonario, sabés que se va a quedar con la sirvienta. Historias hay de muchos tipos, pero todas con el mismo final. Por lo tanto, en vez de buscar una de paraísos que ya te las cuentan en las películas, decidimos seleccionar una de los infiernos, a ver si podemos variar. Un infierno para cada país Un hombre muere y va al infierno. Allí se encuentra con que hay un infierno para cada país. Va primero al infierno alemán y pregunta: -¿Qué te hacen acá? -Aquí primero te ponen en la picana eléctrica por una hora, luego te acuestan en una cama llena de clavos por otra hora y el resto del día viene el diablo alemán y te azota a latigazos. Al personaje no le gustó nada y se fue a ver en qué consistían los otros infiernos. Tanto el estadounidense como el ruso, así como el resto de los infiernos de distintas naciones, hacían lo mismo que el alemán. De pronto, ve que en el infierno argentino hay una fila llena de gente esperando entrar. Intrigado, pregunta al último de la fila: -¿Qué es lo que hacen acá? -Aquí te ponen en una picana eléctrica por una hora, luego en una cama llena de clavos por otra hora y el resto del día viene el diablo argentino y te azota a latigazos -dijo el hombre. -Pero es exactamente igual a los otros infiernos, ¿por qué aquí hay tanta gente queriendo entrar? -Sencillo -dijo el hombre de la fila-. Porque la picana no anda ya que no hay electricidad, los clavos de la cama se los robaron todos y el diablo viene, ficha y se va. Mi estilo de conducción me obliga a "escuchar todas las campanas". Por lo tanto, aún por el camino de romper los estereotipos, salí a recorrer los cuentos clásicos. Fui al bosque en busca de los personajes y desarrollé una frondosa y seria investigación Como ejemplo, tomé la historia de Caperucita Roja y le pregunté al lobo su versión. El bosque era mi hogar. Yo vivía y me preocupaba por él, tratando de tener todo cuidado y limpio. Incluso fui declarado "Habitante Ilustre" por los miembros de Greenpeace. Un día soleado, mientras limpiaba basura que unos acampantes habían dejado, escuché unos pasos. Me escondí detrás de un árbol y vi a una pequeña niña que venía por el camino, con una canasta.